26/07/2017, 23:06
(Última modificación: 29/07/2017, 02:31 por Amedama Daruu.)
Daruu se apartó de Kōri y, tembloroso, apoyó la espalda en la pared. El jonin aguardaba la respuesta con la sangre fría que le caracterizaba, pero con todos los músculos en tensión y la ansiedad retenida por un férreo muro de hielo. Los segundos que el genin tardó en hablar, sin embargo, se le hicieron eternos.
—A-a... Ayame está envenenada. Serpientes de agua. Azules —dijo, y los ojos de Kōri se abrieron como los de un búho—. E-eso es lo importante ahora mismo, lo demás l-l-luego. Por favor. Hay que salvarla... Se muere...
—No va a morir.
Apenas le dejó terminar. No había tiempo que perder, y cada segundo era vital. Kōri se volvió hacia Ayame, mientras una de sus manos rebuscaba en la bolsa que llevaba en la parte inferior de la espalda. Sacó un pequeño frasco con forma de capsula con un líquido semitransparente en su interior. Lo destapó, dejando a la vista una larga y delgada aguja y, sin pensarlo un solo instante, clavó la jeringuilla en una de las piernas de Ayame, a la altura del muslo.
—Con la de veces que padre nos ha insistido en que llevemos uno de estos siempre encima, y no le has hecho caso hasta ahora —comentó para sí, mientras la cápsula se iba vaciando poco a poco en el interior del cuerpo de la muchacha. Una vez hubo terminado, volvió a taparlo y se lo guardó. Cogió a Ayame por detrás de los hombros y de las rodillas y la alzó en vuelo. Entonces se volvió hacia Daruu—. Le he administrado un antídoto genérico. Debería bastar para ralentizar los efectos del veneno durante un tiempo... pero tenemos que darnos prisa y llevarla al hospital. Zetsuo sabrá qué hacer.
El tono de piel de Ayame casi era el mismo que el de su hermano en aquellos instantes, pero por lo menos había dejado de tiritar. Sin embargo, tenían que apresurarse. Por la claridad que entraba a través de las ventanas y el paisaje que se podía ver a través de ellas, debían de estar en uno de los últimos pisos de la torre.
—Y por el camino vas a explicarme lo que ha ocurrido con más detalle.
—A-a... Ayame está envenenada. Serpientes de agua. Azules —dijo, y los ojos de Kōri se abrieron como los de un búho—. E-eso es lo importante ahora mismo, lo demás l-l-luego. Por favor. Hay que salvarla... Se muere...
—No va a morir.
Apenas le dejó terminar. No había tiempo que perder, y cada segundo era vital. Kōri se volvió hacia Ayame, mientras una de sus manos rebuscaba en la bolsa que llevaba en la parte inferior de la espalda. Sacó un pequeño frasco con forma de capsula con un líquido semitransparente en su interior. Lo destapó, dejando a la vista una larga y delgada aguja y, sin pensarlo un solo instante, clavó la jeringuilla en una de las piernas de Ayame, a la altura del muslo.
—Con la de veces que padre nos ha insistido en que llevemos uno de estos siempre encima, y no le has hecho caso hasta ahora —comentó para sí, mientras la cápsula se iba vaciando poco a poco en el interior del cuerpo de la muchacha. Una vez hubo terminado, volvió a taparlo y se lo guardó. Cogió a Ayame por detrás de los hombros y de las rodillas y la alzó en vuelo. Entonces se volvió hacia Daruu—. Le he administrado un antídoto genérico. Debería bastar para ralentizar los efectos del veneno durante un tiempo... pero tenemos que darnos prisa y llevarla al hospital. Zetsuo sabrá qué hacer.
El tono de piel de Ayame casi era el mismo que el de su hermano en aquellos instantes, pero por lo menos había dejado de tiritar. Sin embargo, tenían que apresurarse. Por la claridad que entraba a través de las ventanas y el paisaje que se podía ver a través de ellas, debían de estar en uno de los últimos pisos de la torre.
—Y por el camino vas a explicarme lo que ha ocurrido con más detalle.