1/08/2017, 21:26
(Última modificación: 1/08/2017, 21:54 por Umikiba Kaido.)
De Skippy tendría que hablar anecdóticamente mucho tiempo después de haber finalizado esa misión. Era quizás la persona más extraña y curiosa a la que el escualo habría podido conocer nunca, con tantos matices tan difíciles de leer que resultaba en la incapacidad de saber realmente quién era ese hombre, o qué quería realmente esa noche. Porque en un principio, Kaido tenía la sensación de que él estaba ahí —y dispuesto a pagar una prima para que algún ninja le protegiera— para hacer un poco el tonto, y disfrutar de los pocos años de vida que seguramente tendría aún por delante. Eso explicaría las drogas, el alcohol, y ese comportamiento extraño y desinteresado del que hacía gala en muchas ocasiones.
Pero después de aquel cruce de miradas que se sintió eterno, Kaido supo que, allí no había del todo locura. Le miró y le transmitió una curiosa cordura, pero su inexperiencia le haría incapaz de descifrarla. Skippy, hasta el final de la misión, o incluso muchos años después de aquel momento, seguiría siendo un misterio incompresible.
—Ah, bueno, está bien tío, sí, vale —dijo, restándole importancia con un gesto de su mano derecha—. Pero llevas tú, ¿eh? Yo espero aquí.
—Vale, pero no te vayas a mover, que no tardo.
Partió con la mujer a cuestas, dándole la espalda a Skippy, tratando de agilizar el paso para que no le tomase mucho tiempo el deshacerse de la mujer y de pillar algo de comer para el vejestorio. Al concluir una de las cuadras, Kaido empezó a hablarle a la muchacha reiteradamente y en voz alta, intentando que recobrara la conciencia. Y así lo hizo hasta llegar a la gran hilera de puestos de comida, donde elegiría alguno para tomar asiento junto a la muchacha. Dejándola recostada si aún no había despertado, y pidiéndole al cocinero que les preparasen dos pizzas personales, además de una botella de agua.
Cada treinta segundos volteaba religiosamente hacia la calle contigua, exasperado por haber dejado sólo a Skippy. Temía lo peor: y es que si aquel viejo decidía no esperar, encontrarlo sería todo un desafío. Tenía que apurarse.
—Vamos, que te dejo buena propina si me sacas esa mierda lo más rápido que puedas.
Pero después de aquel cruce de miradas que se sintió eterno, Kaido supo que, allí no había del todo locura. Le miró y le transmitió una curiosa cordura, pero su inexperiencia le haría incapaz de descifrarla. Skippy, hasta el final de la misión, o incluso muchos años después de aquel momento, seguiría siendo un misterio incompresible.
—Ah, bueno, está bien tío, sí, vale —dijo, restándole importancia con un gesto de su mano derecha—. Pero llevas tú, ¿eh? Yo espero aquí.
—Vale, pero no te vayas a mover, que no tardo.
Partió con la mujer a cuestas, dándole la espalda a Skippy, tratando de agilizar el paso para que no le tomase mucho tiempo el deshacerse de la mujer y de pillar algo de comer para el vejestorio. Al concluir una de las cuadras, Kaido empezó a hablarle a la muchacha reiteradamente y en voz alta, intentando que recobrara la conciencia. Y así lo hizo hasta llegar a la gran hilera de puestos de comida, donde elegiría alguno para tomar asiento junto a la muchacha. Dejándola recostada si aún no había despertado, y pidiéndole al cocinero que les preparasen dos pizzas personales, además de una botella de agua.
Cada treinta segundos volteaba religiosamente hacia la calle contigua, exasperado por haber dejado sólo a Skippy. Temía lo peor: y es que si aquel viejo decidía no esperar, encontrarlo sería todo un desafío. Tenía que apurarse.
—Vamos, que te dejo buena propina si me sacas esa mierda lo más rápido que puedas.