1/08/2017, 23:35
A decir verdad, Kōri no había esperado que Daruu se reincorporara de inmediato tras sus palabras. De hecho ya había pensado que un día o dos de descanso le vendrían bien al muchacho, pero ninguna palabra fue capaz de convencerle. Decidido a acabar con la misión, el genin se vistió rápidamente, y apenas media hora después maestro y alumno caminaban por las calles de la aldea de vuelta hacia la torre.
—Ahora podemos hablar con más tranquilidad... —intervino Daruu, atrayendo la atención del jonin—. Dime una cosa, Kōri -sensei. ¿Habéis averiguado de quién era ese horrible laberinto?
Kōri entrecerró ligeramente los ojos, pero cualquier gesto seguía enmascarado bajo aquella eterna máscara de hielo.
—Disculpa la curiosidad insana, pero... ¿Cómo es posible que algo tan horrible estuviera en Amegakure desde el principio? ¡Dentro de la aldea!
Kōri volvió la vista al frente, imperturbable. Aún tardó algunos segundos más en responder, y el aire se cargó de aquel silencio tan tenso.
—Lo cierto es que nadie conocía la existencia de ese laberinto, Daruu-kun —explicó—. Después del incidente y de dejaros en el hospital, lo primero que hice fue ir a avisar a Arashikage-sama sobre lo sucedido. Se buscó entre los archivos el nombre del propietario original, que resultó ser Kanemochi Meiro, ya fallecido tanto tiempo atrás que no se recordaba su existencia. No existen registros sobre ese laberinto, así que, por lo que me has contado, es muy probable que llevara a cabo ese sádico juego suyo en clandestinidad —Kōri había vuelto a entrecerrar los ojos, pero enseguida sacudió la cabeza—. Si te acuerdas del cliente de nuestra misión, se llama Kanemochi Dōkan. Debe de ser uno de sus descendientes, o algo así. Si conoce o no la existencia de ese laberinto ya no lo sabemos, pero Arashikage-sama se encargará de desmantelar cualquier tipo de trampa antes de poner ese edificio en sus manos y, desde luego, le tendrá bien vigilado durante un buen tiempo. De eso no me cabe la menor duda.
—Ahora podemos hablar con más tranquilidad... —intervino Daruu, atrayendo la atención del jonin—. Dime una cosa, Kōri -sensei. ¿Habéis averiguado de quién era ese horrible laberinto?
Kōri entrecerró ligeramente los ojos, pero cualquier gesto seguía enmascarado bajo aquella eterna máscara de hielo.
—Disculpa la curiosidad insana, pero... ¿Cómo es posible que algo tan horrible estuviera en Amegakure desde el principio? ¡Dentro de la aldea!
Kōri volvió la vista al frente, imperturbable. Aún tardó algunos segundos más en responder, y el aire se cargó de aquel silencio tan tenso.
—Lo cierto es que nadie conocía la existencia de ese laberinto, Daruu-kun —explicó—. Después del incidente y de dejaros en el hospital, lo primero que hice fue ir a avisar a Arashikage-sama sobre lo sucedido. Se buscó entre los archivos el nombre del propietario original, que resultó ser Kanemochi Meiro, ya fallecido tanto tiempo atrás que no se recordaba su existencia. No existen registros sobre ese laberinto, así que, por lo que me has contado, es muy probable que llevara a cabo ese sádico juego suyo en clandestinidad —Kōri había vuelto a entrecerrar los ojos, pero enseguida sacudió la cabeza—. Si te acuerdas del cliente de nuestra misión, se llama Kanemochi Dōkan. Debe de ser uno de sus descendientes, o algo así. Si conoce o no la existencia de ese laberinto ya no lo sabemos, pero Arashikage-sama se encargará de desmantelar cualquier tipo de trampa antes de poner ese edificio en sus manos y, desde luego, le tendrá bien vigilado durante un buen tiempo. De eso no me cabe la menor duda.