9/08/2017, 20:12
(Última modificación: 11/08/2017, 11:21 por Uchiha Akame.)
—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Akame levantó la cabeza como un conejo con las orejas tiesas y miró a su alrededor, extrañado. «Juraría que he oído algo...» Luego llegó a la conclusión de que debía ser su imaginación, «no por nada estamos en las Planicies del Silencio». Lo cierto era que su maltrecha anatomía agradeció profundamente aquella parada en el camino. El gennin estaba pálido, y dos surcos negros marcaban el terreno de las orejas que se habían atrincherado en su cara. En aquel estado, cargar con la mochila militar se le había hecho un suplicio, de modo que cuando por fin pararon, Akame se dejó caer sobre la hierba.
—Sí, Akimichi-dono. Lo siento, seré más cuidadoso a partir de ahora —respondió el Uchiha, con un hilo de voz.
Si en algún momento estuvo cerca de sentirse cómodo, Yakisoba consiguió que dejara de hacerlo al mencionar que debían comer algo. Akame tuvo que reprimir una arcada, pero sabía que el jounin tenía razón. Sin nutrientes apenas sería capaz de dar cuatro pasos más.
—Sí, Akimichi-dono —asintió, descolgándose la mochila y rebuscando en ella sus raciones empaquetadas—. Se lo agradezco, pero no hace falta...
Uchiha Akame no se distinguía precisamente por ser del tipo de personas que tropezaban dos veces con la misma piedra. Así le ofreciesen un maldito cordero asado con guarnición completa, no pensaba probar bocado. Con manos temblorosas retiró el envoltorio de un paquetito de galletas energéticas y se metió una en la boca.
Tuvo que contenerse para no vomitar. Estaba asquerosa —o quizás sólo sabía asquerosamente mal—, pero el Uchiha se forzó a comer como si se lo hubiese ordenado el propio Yakisoba.
Akame levantó la cabeza como un conejo con las orejas tiesas y miró a su alrededor, extrañado. «Juraría que he oído algo...» Luego llegó a la conclusión de que debía ser su imaginación, «no por nada estamos en las Planicies del Silencio». Lo cierto era que su maltrecha anatomía agradeció profundamente aquella parada en el camino. El gennin estaba pálido, y dos surcos negros marcaban el terreno de las orejas que se habían atrincherado en su cara. En aquel estado, cargar con la mochila militar se le había hecho un suplicio, de modo que cuando por fin pararon, Akame se dejó caer sobre la hierba.
—Sí, Akimichi-dono. Lo siento, seré más cuidadoso a partir de ahora —respondió el Uchiha, con un hilo de voz.
Si en algún momento estuvo cerca de sentirse cómodo, Yakisoba consiguió que dejara de hacerlo al mencionar que debían comer algo. Akame tuvo que reprimir una arcada, pero sabía que el jounin tenía razón. Sin nutrientes apenas sería capaz de dar cuatro pasos más.
—Sí, Akimichi-dono —asintió, descolgándose la mochila y rebuscando en ella sus raciones empaquetadas—. Se lo agradezco, pero no hace falta...
Uchiha Akame no se distinguía precisamente por ser del tipo de personas que tropezaban dos veces con la misma piedra. Así le ofreciesen un maldito cordero asado con guarnición completa, no pensaba probar bocado. Con manos temblorosas retiró el envoltorio de un paquetito de galletas energéticas y se metió una en la boca.
Tuvo que contenerse para no vomitar. Estaba asquerosa —o quizás sólo sabía asquerosamente mal—, pero el Uchiha se forzó a comer como si se lo hubiese ordenado el propio Yakisoba.