8/07/2015, 21:31
Estaba hecho. Cerró los ojos y sonrió, y se echó a un lado, preparándose para ver el espectáculo que se sucedería en unos minutos al lado de su madre. Una vocecilla familiar le sorprendió y, interrogante, alzó en rostro en busca de su origen.
Aquella vocecilla resultó ser la de la encantadora e infantil Ayame, que agitaba el brazo a unos pocos metros de ellos, llamando su atención. Una voz masculina, más potente, que Daruu no había oído con anterioridad se alzó sobre la primera, y acto seguido el shinobi vió un brazo arqueándose y golpeando con sus nudillos la cocorota de la que debía de ser su hija.
¡Donk! Tanto Kiroe como su hijo cerraron los ojos y encogieron los hombros, como si les hubiera dolido el golpe a ellos también.
—¡Venga, venga Daruu-kun, vamos a donde está tu amiguita! —Daruu estaba encantado de juntarse con Ayame, pero allí había demasiada gente como para moverse con total libertad. Entre empujones y quejidos, de todas formas, acabaron llegando donde ellos estaban.
El padre de Ayame tenía una mirada penetrante de ojos aguamarina, y el cabello tan negro como su hija. Una curiosa marca lucía orgullosa en su frente, y su rostro acusaba de algunas arrugas, incipientes pero tan severas como su enjuta y tensa boca.
Daba PUTO miedo.
—Ho... ho.... hola, señor-san...-dono. —La torpeza de Daruu era ejemplar, pero estaba intentando tratarlo con respeto—. ¡Hola, Ayame-chan, Kori-sensei!
—¿Como cada año, Zetsuo-san? —dijo Kiroe, con una sonrisa más triste que otra cosa. Daruu no veía a la madre de Ayame por ningún lado. Ya sabía a qué se refería Kiroe.
Al deseo que quizás compartían.
—Vaya, estás muy... —Iba a decirle a Ayame que estaba muy "guapa", pero inmediatamente se sonrojó, parte por vergüenza, y parte porque, aunque no lo estaba mirando precisamente en aquél momento, sentía de igual forma aquellos ojos de águila furiosa clavados sobre él.
Aquella vocecilla resultó ser la de la encantadora e infantil Ayame, que agitaba el brazo a unos pocos metros de ellos, llamando su atención. Una voz masculina, más potente, que Daruu no había oído con anterioridad se alzó sobre la primera, y acto seguido el shinobi vió un brazo arqueándose y golpeando con sus nudillos la cocorota de la que debía de ser su hija.
¡Donk! Tanto Kiroe como su hijo cerraron los ojos y encogieron los hombros, como si les hubiera dolido el golpe a ellos también.
—¡Venga, venga Daruu-kun, vamos a donde está tu amiguita! —Daruu estaba encantado de juntarse con Ayame, pero allí había demasiada gente como para moverse con total libertad. Entre empujones y quejidos, de todas formas, acabaron llegando donde ellos estaban.
El padre de Ayame tenía una mirada penetrante de ojos aguamarina, y el cabello tan negro como su hija. Una curiosa marca lucía orgullosa en su frente, y su rostro acusaba de algunas arrugas, incipientes pero tan severas como su enjuta y tensa boca.
Daba PUTO miedo.
—Ho... ho.... hola, señor-san...-dono. —La torpeza de Daruu era ejemplar, pero estaba intentando tratarlo con respeto—. ¡Hola, Ayame-chan, Kori-sensei!
—¿Como cada año, Zetsuo-san? —dijo Kiroe, con una sonrisa más triste que otra cosa. Daruu no veía a la madre de Ayame por ningún lado. Ya sabía a qué se refería Kiroe.
Al deseo que quizás compartían.
—Vaya, estás muy... —Iba a decirle a Ayame que estaba muy "guapa", pero inmediatamente se sonrojó, parte por vergüenza, y parte porque, aunque no lo estaba mirando precisamente en aquél momento, sentía de igual forma aquellos ojos de águila furiosa clavados sobre él.