10/08/2017, 04:06
—Así que un guardián ¿eh? —repitió, permitiendo que en su rostro se mesclaran la incomprensión y la incredulidad.
—Sí, así es —contesto Kōtetsu, con simpleza y sinceridad.
—Disculpa pero... —Y las siguientes palabras las susurro— ¿Eres de la nobleza? ¿Un príncipe o algo así? o... ¿Tienes mucho dinero?
—Ni noble, ni plebeyo; Ni príncipe, ni mendigo; Ni adinerado, ni pobre: Soy solo un guerrero y todas estas cosas lujosas son cortesías de mi maestro, cuyo estatus encaja con tan deseables títulos mencionados por ti.
Dejo escapar una leve risilla mientras observaba al pelirrojo; por alguna razón, le hacía mucha gracia cuando alguien le confundía con el heredero de alguien muy pudiente, cuando en realidad solo era un simple chico de pueblo. Al terminar de reír, se topo con la preocupación de Hazegawa, quien junto a su hermano se debatía por la forma correcta de usar toda aquella indumentaria.
—Yo también suelo tener ese problema durante las comidas —admitió, pues aun sabía muy poco de etiqueta—. Sin embargo, suelo utilizar un truco bastante útil: Imitar a Naomi, el utilizar todos los cubiertos de la misma forma en que ella lo hace.
Como si aquel consejo fuese una especie de señal, la cena se dispuso a dar inicio.
—¡Aquí viene el banquete! —Exclamo el Sarutobi, con una amplia sonrisa.
Efectivamente, una pequeña tropa de camareros se aproximo a la mesa con todo un arsenal de bandejas, cestas y botellas. Las colocaron todas en la mesa, procurando un orden y elegancia absolutos, organizados y metódicos, con todo aquello bien ensayado. El dueño del hotel sonreía con suma satisfacción mientras el gran mesón comenzaba a mostrase repleto. Cuando ya no había espacio para un plato o copa mas, las cubiertas de las bandejas fueron retiradas, revelando el fantástico banquete que yacía oculto debajo de las mismas. Pese a lo esperado, la cena no estaba compuesta por los esperables platillos típicos de aquella región, sino que lucia elaboraciones de carácter internacional, aquellas maravillosas comidas que trasciendes fronteras. Había carnes de muchos tipos, algunas familiares, otras no tanto, todas emitiendo los correspondientes y seductores aromas propios de cada preparación. Había variedad vegetales, con su amplia gama de colores fuertes y decorativos. En cada plato yacía un deleite para la vista, una tentación para el hambre que la previa conversación había amplificado silenciosamente. La suavidad de los panes al vapor era insuperable y la ternura de la carne era embriagadora, la firmeza de los vegetales cocidos era perfecta y su frescura era digna de alago, los quesos cremosos y apetitos, los caldos cálidos y vigorizantes.
Los comensales se dejaron arrastrar por aquel desfile de sabores, haciendo que la cena transcurriese como un evento idílico. El joven de cabellos blancos, se concentro en disfrutar sus alimentos con mayor énfasis de lo que lo hacía con los gesto y formas de Naomi, a quien se suponía debía imitar. Luego de un rato, se hizo presente una maravillosa selección de postres, de la cual el Hakagurē se hizo con un plato que consistía en la cata de variedad de chocolates lujosos, los cuales disfruto de manera paciente y casi meditativa.
Para cuando se dio por terminado el festín, el anfitrión se levanto para dar unas palabras.
—Les agradezco de corazón el que me acompañasen en esta cálida velada, mis queridos invitados —hizo una leve reverencia, mientras que los demás comensales se levantaban a imitarle y contestarle, tal como mandaba la etiqueta—. Siéntanse libres de acercarse y estrenar el salón de descanso. Yo estaré allí, por si alguno desea charlar o solo hacerme compañía.
Era una invitación tentadora, pero la noche era madura y, luego de semejante ingesta, muchos querían retirarse a dormir, mientras que otros deseaban dar rienda suelta a sus gustos sociales a través de una noche de copas. Sin embargo, Kōtetsu, demasiado joven para tomar cualquiera de esos caminos, se mostraba más interesado por aquella proposición.
—Yo aun no siento la necesidad de ir a dormir —susurro al chico que yacía a su lado—. ¿Qué me dices, Keisuke-san? ¿Vamos a hacerle compañía a nuestro anfitrión? Quizás tenga algunas buenas historias que relatar, como la que escuchamos cuando veníamos en el trineo.
—Sí, así es —contesto Kōtetsu, con simpleza y sinceridad.
—Disculpa pero... —Y las siguientes palabras las susurro— ¿Eres de la nobleza? ¿Un príncipe o algo así? o... ¿Tienes mucho dinero?
—Ni noble, ni plebeyo; Ni príncipe, ni mendigo; Ni adinerado, ni pobre: Soy solo un guerrero y todas estas cosas lujosas son cortesías de mi maestro, cuyo estatus encaja con tan deseables títulos mencionados por ti.
Dejo escapar una leve risilla mientras observaba al pelirrojo; por alguna razón, le hacía mucha gracia cuando alguien le confundía con el heredero de alguien muy pudiente, cuando en realidad solo era un simple chico de pueblo. Al terminar de reír, se topo con la preocupación de Hazegawa, quien junto a su hermano se debatía por la forma correcta de usar toda aquella indumentaria.
—Yo también suelo tener ese problema durante las comidas —admitió, pues aun sabía muy poco de etiqueta—. Sin embargo, suelo utilizar un truco bastante útil: Imitar a Naomi, el utilizar todos los cubiertos de la misma forma en que ella lo hace.
Como si aquel consejo fuese una especie de señal, la cena se dispuso a dar inicio.
—¡Aquí viene el banquete! —Exclamo el Sarutobi, con una amplia sonrisa.
Efectivamente, una pequeña tropa de camareros se aproximo a la mesa con todo un arsenal de bandejas, cestas y botellas. Las colocaron todas en la mesa, procurando un orden y elegancia absolutos, organizados y metódicos, con todo aquello bien ensayado. El dueño del hotel sonreía con suma satisfacción mientras el gran mesón comenzaba a mostrase repleto. Cuando ya no había espacio para un plato o copa mas, las cubiertas de las bandejas fueron retiradas, revelando el fantástico banquete que yacía oculto debajo de las mismas. Pese a lo esperado, la cena no estaba compuesta por los esperables platillos típicos de aquella región, sino que lucia elaboraciones de carácter internacional, aquellas maravillosas comidas que trasciendes fronteras. Había carnes de muchos tipos, algunas familiares, otras no tanto, todas emitiendo los correspondientes y seductores aromas propios de cada preparación. Había variedad vegetales, con su amplia gama de colores fuertes y decorativos. En cada plato yacía un deleite para la vista, una tentación para el hambre que la previa conversación había amplificado silenciosamente. La suavidad de los panes al vapor era insuperable y la ternura de la carne era embriagadora, la firmeza de los vegetales cocidos era perfecta y su frescura era digna de alago, los quesos cremosos y apetitos, los caldos cálidos y vigorizantes.
Los comensales se dejaron arrastrar por aquel desfile de sabores, haciendo que la cena transcurriese como un evento idílico. El joven de cabellos blancos, se concentro en disfrutar sus alimentos con mayor énfasis de lo que lo hacía con los gesto y formas de Naomi, a quien se suponía debía imitar. Luego de un rato, se hizo presente una maravillosa selección de postres, de la cual el Hakagurē se hizo con un plato que consistía en la cata de variedad de chocolates lujosos, los cuales disfruto de manera paciente y casi meditativa.
Para cuando se dio por terminado el festín, el anfitrión se levanto para dar unas palabras.
—Les agradezco de corazón el que me acompañasen en esta cálida velada, mis queridos invitados —hizo una leve reverencia, mientras que los demás comensales se levantaban a imitarle y contestarle, tal como mandaba la etiqueta—. Siéntanse libres de acercarse y estrenar el salón de descanso. Yo estaré allí, por si alguno desea charlar o solo hacerme compañía.
Era una invitación tentadora, pero la noche era madura y, luego de semejante ingesta, muchos querían retirarse a dormir, mientras que otros deseaban dar rienda suelta a sus gustos sociales a través de una noche de copas. Sin embargo, Kōtetsu, demasiado joven para tomar cualquiera de esos caminos, se mostraba más interesado por aquella proposición.
—Yo aun no siento la necesidad de ir a dormir —susurro al chico que yacía a su lado—. ¿Qué me dices, Keisuke-san? ¿Vamos a hacerle compañía a nuestro anfitrión? Quizás tenga algunas buenas historias que relatar, como la que escuchamos cuando veníamos en el trineo.