11/08/2017, 13:47
(Última modificación: 11/08/2017, 13:50 por Amedama Daruu.)
Odiaba admitirlo, pero había estado apunto de perder.
Daruu caminaba un poco encogido por las calles de Sendoshi, vestido con una sencilla camiseta de manga corta de color negro y unos pantalones cortos grises. Ni estaba de servicio, ni pretendía entrenar, ni es que pudiera hacerlo aunque hubiese querido. Todo su abdomen estaba vendado y, al parecer, había estado a punto de romperse una costilla.
«Debo entrenar mi resistencia física... Si me hubiese encajado el segundo golpe...»
El muchacho llegó a una plaza, una plaza solitaria. Era extraño, porque aquella ciudad, pequeña, rezumaba vida por todos sus poros. Allí había una fuente, algo desmejorada, y cuatro bancos de madera de caoba. Daruu se sentó en el que quedaba más al sur, y dio un largo y tendido suspiro, dejando que el estrés de los días anteriores se le escurriese por las puntas de los dedos y se evaporase por la piel como si fuera tan fácil como secarse al sol después de haberse dado un baño.
«¿Huh?»
Una cara conocida había asomado de la otra punta de la calle. No es que recordase exactamente cuándo se habían visto, ni su nombre, si es que alguna vez lo había oído. Pero de aquella situación era muy difícil no acordarse, y no había mucha gente con el tono de piel de ese muchacho, o al menos, no estaba acostumbrado a verlo en su país.
—¿Hola...? —Dejó escapar una risilla nerviosa—. Veo que... estás entero.
Daruu caminaba un poco encogido por las calles de Sendoshi, vestido con una sencilla camiseta de manga corta de color negro y unos pantalones cortos grises. Ni estaba de servicio, ni pretendía entrenar, ni es que pudiera hacerlo aunque hubiese querido. Todo su abdomen estaba vendado y, al parecer, había estado a punto de romperse una costilla.
«Debo entrenar mi resistencia física... Si me hubiese encajado el segundo golpe...»
El muchacho llegó a una plaza, una plaza solitaria. Era extraño, porque aquella ciudad, pequeña, rezumaba vida por todos sus poros. Allí había una fuente, algo desmejorada, y cuatro bancos de madera de caoba. Daruu se sentó en el que quedaba más al sur, y dio un largo y tendido suspiro, dejando que el estrés de los días anteriores se le escurriese por las puntas de los dedos y se evaporase por la piel como si fuera tan fácil como secarse al sol después de haberse dado un baño.
«¿Huh?»
Una cara conocida había asomado de la otra punta de la calle. No es que recordase exactamente cuándo se habían visto, ni su nombre, si es que alguna vez lo había oído. Pero de aquella situación era muy difícil no acordarse, y no había mucha gente con el tono de piel de ese muchacho, o al menos, no estaba acostumbrado a verlo en su país.
—¿Hola...? —Dejó escapar una risilla nerviosa—. Veo que... estás entero.