9/07/2015, 20:48
Entre gemidos de dolor, Ayame alcanzó a ver con los ojos entrecerrados la silueta de Daruu y de su madre acercándose a ellos a través de la multitud. Enseguida volvió a enderezarse, para recibirlos con una resplandeciente sonrisa de ilusión.
—¡Hola, Kiroe-san y Daruu-san! —exclamó, y sin poder evitarlo comenzó a dar saltitos en el sitio—. ¡Qué bien que nos hayamos encontrado los cinco! ¿A que sí? ¿A que sí?
Pero Daruu no parecía tan entusiasmado. Se había quedado inmóvil como un conejo cegado por la luz de un faro, sin saber muy bien cómo dirigirse a su padre. Ayame le dirigió una breve mirada de reojo, y se sorprendió al ver que Zetsuo tenía la mirada clavada en Daruu. Sus ojos aguamarina, ligeramente entrecerrados, le daban un aspecto más siniestro en aquel ambiente tan lúgubre de lo que realmente era. De hecho, al escuchar el torpe saludo del muchacho enarcó una ceja.
—Zetsuo —le corrigió. Su voz era apenas un susurro, pero su tono de voz era tan penetrante que parecía calar en lo más profundo de su mente. Alzó la cabeza cuando Kiroe se dirigió a él, y ante sus palabras un fugaz destello cruzó sus ojos—. Este año no. Tú y yo sabemos que es algo imposible, Kiroe-san. Hay que empezar a mirar hacia el suelo y dejar las estrellas donde están.
Ayame sintió que se le encogía el corazón. Creía saber de qué estaba hablando su padre, pero no alcanzaba a comprender la magnitud de sus palabras. La voz de Daruu consiguió sobresaltarla, y enseguida la muchacha comenzó a agitarse con nerviosismo.
—Q... ¿Qué? ¿Muy qué? ¡¿Tengo algo raro?! —preguntó histérica. Su primer instinto fue alzar las manos para asegurarse de que llevaba la cinta bien anudada en torno a la frente.
A su espalda, y aunque ella no era consciente de ello, el rostro sombrío del Aotsuki Zetsuo había vuelto a clavar una mirada de acero hacia el muchacho de cabellos rubios.
—¡Hola, Kiroe-san y Daruu-san! —exclamó, y sin poder evitarlo comenzó a dar saltitos en el sitio—. ¡Qué bien que nos hayamos encontrado los cinco! ¿A que sí? ¿A que sí?
Pero Daruu no parecía tan entusiasmado. Se había quedado inmóvil como un conejo cegado por la luz de un faro, sin saber muy bien cómo dirigirse a su padre. Ayame le dirigió una breve mirada de reojo, y se sorprendió al ver que Zetsuo tenía la mirada clavada en Daruu. Sus ojos aguamarina, ligeramente entrecerrados, le daban un aspecto más siniestro en aquel ambiente tan lúgubre de lo que realmente era. De hecho, al escuchar el torpe saludo del muchacho enarcó una ceja.
—Zetsuo —le corrigió. Su voz era apenas un susurro, pero su tono de voz era tan penetrante que parecía calar en lo más profundo de su mente. Alzó la cabeza cuando Kiroe se dirigió a él, y ante sus palabras un fugaz destello cruzó sus ojos—. Este año no. Tú y yo sabemos que es algo imposible, Kiroe-san. Hay que empezar a mirar hacia el suelo y dejar las estrellas donde están.
Ayame sintió que se le encogía el corazón. Creía saber de qué estaba hablando su padre, pero no alcanzaba a comprender la magnitud de sus palabras. La voz de Daruu consiguió sobresaltarla, y enseguida la muchacha comenzó a agitarse con nerviosismo.
—Q... ¿Qué? ¿Muy qué? ¡¿Tengo algo raro?! —preguntó histérica. Su primer instinto fue alzar las manos para asegurarse de que llevaba la cinta bien anudada en torno a la frente.
A su espalda, y aunque ella no era consciente de ello, el rostro sombrío del Aotsuki Zetsuo había vuelto a clavar una mirada de acero hacia el muchacho de cabellos rubios.