18/08/2017, 12:32
—Shanise-san, Aotsuki-san. ¿Les interesaría cambiar un sandwich por un poco de yakitori? —intervino de repente Mogura. Ayame le miró, estupefacta. ¿Había escuchado bien o su hambre le estaba jugando una mala pasada?—. Sino también tengo un poco de takoyaki o cerdo asado, incluso podrían tomar un poco de arroz.
No. Había oído bien. Les estaba ofreciendo de su deliciosa comida a cambio de uno de sus sandwiches mustios.
—¡Todo esta caliente...! —insistió, con cierta malicia.
Ayame tragó saliva. En otra ocasión quizás se habría negado por simple modestia, pero aquella noche estaba verdaderamente hambrienta y el olor de aquellos platos era demasiado tentador. Sin poder contenerse por más tiempo, le cedió uno de sus dos bocadillos a Mogura y se adelantó a Shanise para coger un poco de aquel delicioso yakitori que prácticamente se le deshizo en la boca.
—¡Ay, qué bueno...! —se relamió—. ¡Muchas gracias, Mogura-san!
—Gfafiaf —correspondió Shanise, con la boca llena y las manos manchadas—. Eftaba oliendo fe puta mafre.
Los tres siguieron comiendo durante un rato más, casi en completo silencio o con alguna que otra palabra banal. Pero la cena se terminó, y llegó la hora de dormir. Shanise volvió a desplegar los tres sacos de dormir que habían venido usando durante todo el camino y Ayame, como todas las noches, se arrebujó en el suyo sin tan siquiera quitarse la bandana de la frente.
—Ayame... —la llamó de repente la ANBU, sobresaltándola. La muchacha se giró hacia ella, interrogante—. Zetsuo-san solo trata de protegerte, como su hija. Shiruka-san era... era una buena kunoichi. Y también mi amiga. Y ambos la perdimos. Supongo que no quiere perderte a ti también.
Aquellas palabras cayeron sobre ella como un súbito mazazo.
—Trata de esforzarte para ser tan buena kunoichi como ella. Todos tenemos algo que proteger. Protegiendo a la jinchuuriki, protegemos a la aldea. Y tú formas parte de ella.
—Ya... —respondió al cabo de algunos segundos. Con un doloroso nudo en la garganta, Ayame se dio la vuelta de nuevo en el saco de dormir, dándoles la espalda para que no vieran que los ojos se le habían humedecido.
¿A qué había venido aquel sermón de repente? Y lo más importante...
Shanise y Mogura intercambiaron un par de frases más y el grupo volvió a sumirse en el silencio previo al sueño. Ayame se había encogido sobre sí misma, con los ojos pesados por el sueño. Sin embargo, al cabo de varios minutos, volvió a hablar.
—Shanise-senpai... ¿De verdad conocías a mi madre? —preguntó, con un hilo de voz.
No. Había oído bien. Les estaba ofreciendo de su deliciosa comida a cambio de uno de sus sandwiches mustios.
—¡Todo esta caliente...! —insistió, con cierta malicia.
Ayame tragó saliva. En otra ocasión quizás se habría negado por simple modestia, pero aquella noche estaba verdaderamente hambrienta y el olor de aquellos platos era demasiado tentador. Sin poder contenerse por más tiempo, le cedió uno de sus dos bocadillos a Mogura y se adelantó a Shanise para coger un poco de aquel delicioso yakitori que prácticamente se le deshizo en la boca.
—¡Ay, qué bueno...! —se relamió—. ¡Muchas gracias, Mogura-san!
—Gfafiaf —correspondió Shanise, con la boca llena y las manos manchadas—. Eftaba oliendo fe puta mafre.
Los tres siguieron comiendo durante un rato más, casi en completo silencio o con alguna que otra palabra banal. Pero la cena se terminó, y llegó la hora de dormir. Shanise volvió a desplegar los tres sacos de dormir que habían venido usando durante todo el camino y Ayame, como todas las noches, se arrebujó en el suyo sin tan siquiera quitarse la bandana de la frente.
—Ayame... —la llamó de repente la ANBU, sobresaltándola. La muchacha se giró hacia ella, interrogante—. Zetsuo-san solo trata de protegerte, como su hija. Shiruka-san era... era una buena kunoichi. Y también mi amiga. Y ambos la perdimos. Supongo que no quiere perderte a ti también.
Aquellas palabras cayeron sobre ella como un súbito mazazo.
—Trata de esforzarte para ser tan buena kunoichi como ella. Todos tenemos algo que proteger. Protegiendo a la jinchuuriki, protegemos a la aldea. Y tú formas parte de ella.
—Ya... —respondió al cabo de algunos segundos. Con un doloroso nudo en la garganta, Ayame se dio la vuelta de nuevo en el saco de dormir, dándoles la espalda para que no vieran que los ojos se le habían humedecido.
¿A qué había venido aquel sermón de repente? Y lo más importante...
Shanise y Mogura intercambiaron un par de frases más y el grupo volvió a sumirse en el silencio previo al sueño. Ayame se había encogido sobre sí misma, con los ojos pesados por el sueño. Sin embargo, al cabo de varios minutos, volvió a hablar.
—Shanise-senpai... ¿De verdad conocías a mi madre? —preguntó, con un hilo de voz.