21/08/2017, 02:00
El Valle de los Dojos, uno de los pocos lugares del mundo dónde quizás la palabra samurai aún inspiraba algo de respeto. "Sí que es un lugar anticuado." Claro, el Senju nunca desperdiciaba la oportunidad para tirar por suelo cualquier reflexión o simbolismo romántico que se encontrase en el camino, aunque fuese de manera inconsciente. "Me pregunto cómo era la época antes de la era ninja." Le costaba imaginarse un mundo con un sistema social distinto, pero ese no era el punto en esos momentos. Lo relevante es que estaba sin prestar atención a la demostración que tenía justo enfrente de sus narices.
—El acero de una espada, templado en la tundra, resguardando al guerrero.— Se le escuchaba decir a un viejo samurai al unísono que deslizaba su espada en el aire, con movimientos lentos que dibujaban trazos invisibles en el aire.
—Buah... Bostezó el genin, no era precisamente lo que esperaba ver cuando vio la leyenda de aquel letrero en la parte externa del dojo, el cual rezaba "Gran demostración de Iaido y apreciación de Katanas". "¿A qué hora empiezan las técnicas útiles? Todo ese sincretismo y devoción a las armas es totalmente innecesarios, bien decían que son arcaicos." Pensaba mientras se restregaba el ojo.
En el mundo ninja, la precisión y la perfección son una cuestión de efectividad y no de presunción. Él mismo era usuario de armas filosas, pero no tenía un sentido de veneración por las mismas. Eso sí, sus habilidades tampoco eran destacables en ese campo cómo para poder criticar la manera en que estaba enseñando el otro. Lo que sí podía alegar, era quizás el fanatismo que mostraban los que se decían seguidores del camino del guerrero. "Más no tengo muchas opciones tampoco."
Si había de celar a Kokuryū, era por las memorias de su anterior portador, nada más y nada menos. No se le pasó por la cabeza que podría ser un ninja especialmente destacado en la espada cómo lo habían sido sus abuelos. Al no tener ahora ya un guía que le encaminase en aquel exquisito arte de combate, los dojos eran una de sus pocas oportunidades que se le presentaban. Nunca se había visto a él mismo cómo un combatiente, sino alguien que prestaba soporte, aunque nunca estaba de más un poco de defensa personal. Así, pese a su dudar, seguía en aquel espectáculo dónde apenas se hallaban menos de una decena de asistentes, puesto que los que se aburrían simplemente dejaban la estancia.
—Es hora de una muestra de tameshigiri.— Anunció el anciano mientras caminaba hacia unas varas de bambú amarradas, dispuestas en el centro del tatami, alegrando así también al joven Isa que pensó que por fin vería algo interesante. —Las espadas sienten, porque las espadas son el alma de sus portadores.— Dijo mientras colocaba sus piernas en posición y respiraba lentamente.
"Este viejo tortuga me está desesperando." Recriminaba mentalmente por su inpaciencia ante el actuar del samurai.
—El acero de una espada, templado en la tundra, resguardando al guerrero.— Se le escuchaba decir a un viejo samurai al unísono que deslizaba su espada en el aire, con movimientos lentos que dibujaban trazos invisibles en el aire.
—Buah... Bostezó el genin, no era precisamente lo que esperaba ver cuando vio la leyenda de aquel letrero en la parte externa del dojo, el cual rezaba "Gran demostración de Iaido y apreciación de Katanas". "¿A qué hora empiezan las técnicas útiles? Todo ese sincretismo y devoción a las armas es totalmente innecesarios, bien decían que son arcaicos." Pensaba mientras se restregaba el ojo.
En el mundo ninja, la precisión y la perfección son una cuestión de efectividad y no de presunción. Él mismo era usuario de armas filosas, pero no tenía un sentido de veneración por las mismas. Eso sí, sus habilidades tampoco eran destacables en ese campo cómo para poder criticar la manera en que estaba enseñando el otro. Lo que sí podía alegar, era quizás el fanatismo que mostraban los que se decían seguidores del camino del guerrero. "Más no tengo muchas opciones tampoco."
Si había de celar a Kokuryū, era por las memorias de su anterior portador, nada más y nada menos. No se le pasó por la cabeza que podría ser un ninja especialmente destacado en la espada cómo lo habían sido sus abuelos. Al no tener ahora ya un guía que le encaminase en aquel exquisito arte de combate, los dojos eran una de sus pocas oportunidades que se le presentaban. Nunca se había visto a él mismo cómo un combatiente, sino alguien que prestaba soporte, aunque nunca estaba de más un poco de defensa personal. Así, pese a su dudar, seguía en aquel espectáculo dónde apenas se hallaban menos de una decena de asistentes, puesto que los que se aburrían simplemente dejaban la estancia.
—Es hora de una muestra de tameshigiri.— Anunció el anciano mientras caminaba hacia unas varas de bambú amarradas, dispuestas en el centro del tatami, alegrando así también al joven Isa que pensó que por fin vería algo interesante. —Las espadas sienten, porque las espadas son el alma de sus portadores.— Dijo mientras colocaba sus piernas en posición y respiraba lentamente.
"Este viejo tortuga me está desesperando." Recriminaba mentalmente por su inpaciencia ante el actuar del samurai.