13/07/2015, 13:56
Las calles de Tanzaku Gai bullían de ajetreo a aquellas horas del día. La enorme ciudad era un hervidero de actividad, y no por nada se decía que en la ciudad podía encontrarse cualquier cosa si uno sabía buscar bien. Era justamente aquel dicho el que había traído a Kunie a la gran urbe; acompañar a su mentor no había sido para ella sino la excusa perfecta. Kisho fumaba un tabaco en pipa realmente amargo y de olor fuerte, que según él sólo podía conseguirse a través de una única persona en todo el continente. Un viejo amigo - Kunie ni siquiera preguntó quién, o de qué se conocían, consciente del secretismo con el que su padrino envolvía cualquier asunto, por tonto que fuese - que tenía una humilde tiendecita en Tanzaku Gai.
Lo que no sabía Kunie es que el misterioso comerciante se había ubicado en una zona bastante turbia de la ciudad; calles estrechas, oscuras incluso durante el día, transitadas normalmente por malvivientes y gente poco recomendable. El típico lugar en el que se cocían toda clase de oscuros negocios. El sitio perfecto para escuchar los pensamientos de la calle. Decidida a no volverse con las manos vacías, convenció a su sensei para que se quedaran tres días en la ciudad. "Tres días, y ni uno más", habían sido las palabras de Asahina Kisho. Tres días tenía su alumna para conseguir información sobre Shishio.
Incluso en semejante barrio, a aquellas horas del día las calles tenían un aspecto casi normal. Gente que iba de acá para allá, cargados con bolsas de comida, fruta, herramientas o cualquier otro producto que pudiera venderse o comprarse en la ciudad. De vez en cuando se podía ver alguna pareja, o triplete, de matones circulando por las callejuelas; pero incluso gente de tal calaña parecía estar de buen humor aquella mañana.
Llamaba la atención una multitud que se congraba en una esquina, entre dos puestos de fruta y verdura. La gente que se agolpaba allí no miraba el género, de hecho ni siquiera estaba allí para comprar. Lo que les atraía era una chica, de unos dieciséis años, vestida con un kimono rojo con flores verdes estampadas y una faja violeta en la cintura. Su pelo, negro y largo, le caía hasta la media espalda. Era pálida como la nieve, y se sentaba sobre una caja de madera con sutil elegancia. Sus ojos, de color ámbar, se cerraban cada vez que representaba la farsa.
- ¿Quiere que saber su fortuna, señor?
Lo que no sabía Kunie es que el misterioso comerciante se había ubicado en una zona bastante turbia de la ciudad; calles estrechas, oscuras incluso durante el día, transitadas normalmente por malvivientes y gente poco recomendable. El típico lugar en el que se cocían toda clase de oscuros negocios. El sitio perfecto para escuchar los pensamientos de la calle. Decidida a no volverse con las manos vacías, convenció a su sensei para que se quedaran tres días en la ciudad. "Tres días, y ni uno más", habían sido las palabras de Asahina Kisho. Tres días tenía su alumna para conseguir información sobre Shishio.
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Incluso en semejante barrio, a aquellas horas del día las calles tenían un aspecto casi normal. Gente que iba de acá para allá, cargados con bolsas de comida, fruta, herramientas o cualquier otro producto que pudiera venderse o comprarse en la ciudad. De vez en cuando se podía ver alguna pareja, o triplete, de matones circulando por las callejuelas; pero incluso gente de tal calaña parecía estar de buen humor aquella mañana.
Llamaba la atención una multitud que se congraba en una esquina, entre dos puestos de fruta y verdura. La gente que se agolpaba allí no miraba el género, de hecho ni siquiera estaba allí para comprar. Lo que les atraía era una chica, de unos dieciséis años, vestida con un kimono rojo con flores verdes estampadas y una faja violeta en la cintura. Su pelo, negro y largo, le caía hasta la media espalda. Era pálida como la nieve, y se sentaba sobre una caja de madera con sutil elegancia. Sus ojos, de color ámbar, se cerraban cada vez que representaba la farsa.
- ¿Quiere que saber su fortuna, señor?