28/08/2017, 03:36
—¿Cómo se llama el guardián del conocimiento? —pregunto, luchando contra el sueño creciente.
—En el pueblo lo conocen como Shinda, o al menos así se hace llamar —aclaro Sarutobi.
—Podríamos ir mañana después del desayuno.— Propuso al moreno. —Ya que estamos aquí lo ideal sería conocer un poco sobre la historia de este lugar.
—Sí, me parece que eso sería lo mejor.
Ya era tarde y hacia frio, el sueño se hacía presente y el cansancio comenzaba a menguar las ganas de seguir de pie. Incluso el dueño del hotel se mostraba un tanto cansado por lo que debió de ser un día muy ajetreado.
—Yo me retiro ya, tengo mucho sueño.— Dijo un poco más suave y dio unos pasos lentos hacia la puerta. —Que pasen buenas noches...
—Está bien, descansa, Keisuke-san. —Hakagurē se despidió, viendo como aquel chico se marchaba a dormir.
—Aquel muchacho se fue antes de poder decirle algo más… —señalo Kazushiro, atormentado—. Quería agradecerles por prestarme tan agradable compañía, me ha servido para alejar dispersar un poco mis pensamientos.
—Yo lo veré mañana, si es importante, le puedo entregar el mensaje.
—Estupendo —dijo mientras rebuscaba en uno de los bolsillos de su gruesa y elegante túnica—. Dile que esto es un gesto de agradecimiento y cortesía.
Los rayos del sol apenas si se habían escurrido desde el horizonte, la claridad comenzaba a bañar aquella tierra blanca y la temperatura descendía hasta ser un poco más tolerable, al menos lo suficiente para alguien extranjero. El silencio reinaba en el Nido de cristal, menos en uno de sus pasillos, donde se escuchaba el rítmico y animado repiquetear de los golpecillos de Hakagurē contra la puerta de la habitación de Inoue… Era la presencia de un jovencito a la espera de que le abrieran para dar un importante ofrecimiento:
—Buenos días, Keisuke-san, tienes que ver esto —diría en cuanto divisara a un vespertino pelirrojo, mientras sostenía un par de tiques dorados—: Me lo ha dado nuestro hospedador, son un par de pases para que ambos recorramos la tundra en ciervo, a lomos de un ciervo y no en un trineo. ¿No es genial?
—En el pueblo lo conocen como Shinda, o al menos así se hace llamar —aclaro Sarutobi.
—Podríamos ir mañana después del desayuno.— Propuso al moreno. —Ya que estamos aquí lo ideal sería conocer un poco sobre la historia de este lugar.
—Sí, me parece que eso sería lo mejor.
Ya era tarde y hacia frio, el sueño se hacía presente y el cansancio comenzaba a menguar las ganas de seguir de pie. Incluso el dueño del hotel se mostraba un tanto cansado por lo que debió de ser un día muy ajetreado.
—Yo me retiro ya, tengo mucho sueño.— Dijo un poco más suave y dio unos pasos lentos hacia la puerta. —Que pasen buenas noches...
—Está bien, descansa, Keisuke-san. —Hakagurē se despidió, viendo como aquel chico se marchaba a dormir.
—Aquel muchacho se fue antes de poder decirle algo más… —señalo Kazushiro, atormentado—. Quería agradecerles por prestarme tan agradable compañía, me ha servido para alejar dispersar un poco mis pensamientos.
—Yo lo veré mañana, si es importante, le puedo entregar el mensaje.
—Estupendo —dijo mientras rebuscaba en uno de los bolsillos de su gruesa y elegante túnica—. Dile que esto es un gesto de agradecimiento y cortesía.
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Los rayos del sol apenas si se habían escurrido desde el horizonte, la claridad comenzaba a bañar aquella tierra blanca y la temperatura descendía hasta ser un poco más tolerable, al menos lo suficiente para alguien extranjero. El silencio reinaba en el Nido de cristal, menos en uno de sus pasillos, donde se escuchaba el rítmico y animado repiquetear de los golpecillos de Hakagurē contra la puerta de la habitación de Inoue… Era la presencia de un jovencito a la espera de que le abrieran para dar un importante ofrecimiento:
—Buenos días, Keisuke-san, tienes que ver esto —diría en cuanto divisara a un vespertino pelirrojo, mientras sostenía un par de tiques dorados—: Me lo ha dado nuestro hospedador, son un par de pases para que ambos recorramos la tundra en ciervo, a lomos de un ciervo y no en un trineo. ¿No es genial?