6/09/2017, 18:21
La puerta emitió un crujido, luego un gimió como una ballena afónica y se hundió un poco, levantando una gran cantidad de polvo. Shanise se ajustó como pudo la máscara de gas para no toser. Mogura y Ayame tendrían que apañárselas aguantando la respiración unos segundos.
Finalmente, el portón metálico se abrió lentamente hacia adentro, revelando una biblioteca bastante grande con dos sillones rojos a cada lado y presidida por una hoguera que hacía mucho tiempo que llevaba apagada. Para gran alivio de Ayame, aquella sala estaba perfectamente iluminada. A ambos flancos de la chimenea, sendas escaleras doradas subían a un pasillo con una gran puerta acorazada en el centro, y otros dos pasillos en perpendicular que se adentraban un poco más allá.
Shanise caminó hacia adentro y posó con delicadeza el cuerpo de Ayame sobre uno de los dos sillones. Se dirigió a la puerta y la cerró. Empujó con fuerza y volvió a hundirse, sellando el interior en aquél laberinto de trampas.
—Bien —suspiró la mujer—. Ya estamos aquí. Bien.
—Manase-kun. ¿Tienes algo en esos pergaminos que pueda levantar el ánimo a esta muchacha? Me gustaría tenerla de vuelta entre nosotros lo antes posible, por favor. —Señaló una mesa entre los dos sillones. Tomó asiento en uno de ellos, sacó tres pergaminos diminutos de la mochila y liberó de los sellos que contenían tres tazones enormes de chocolate a la taza.
—Casero. Con mucho azúcar. Vamos, Ayame.
«Contestará primero Mogura, luego Ayame.»
Finalmente, el portón metálico se abrió lentamente hacia adentro, revelando una biblioteca bastante grande con dos sillones rojos a cada lado y presidida por una hoguera que hacía mucho tiempo que llevaba apagada. Para gran alivio de Ayame, aquella sala estaba perfectamente iluminada. A ambos flancos de la chimenea, sendas escaleras doradas subían a un pasillo con una gran puerta acorazada en el centro, y otros dos pasillos en perpendicular que se adentraban un poco más allá.
Shanise caminó hacia adentro y posó con delicadeza el cuerpo de Ayame sobre uno de los dos sillones. Se dirigió a la puerta y la cerró. Empujó con fuerza y volvió a hundirse, sellando el interior en aquél laberinto de trampas.
—Bien —suspiró la mujer—. Ya estamos aquí. Bien.
—Manase-kun. ¿Tienes algo en esos pergaminos que pueda levantar el ánimo a esta muchacha? Me gustaría tenerla de vuelta entre nosotros lo antes posible, por favor. —Señaló una mesa entre los dos sillones. Tomó asiento en uno de ellos, sacó tres pergaminos diminutos de la mochila y liberó de los sellos que contenían tres tazones enormes de chocolate a la taza.
—Casero. Con mucho azúcar. Vamos, Ayame.
«Contestará primero Mogura, luego Ayame.»
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