8/09/2017, 11:29
El tiempo pasaba terriblemente lento. Prácticamente paralizada por el terror, Ayame se aferraba a la espalda de Shanise como si le fuera la vida en ello. Pasaron largos pasillos, giraron incontables veces y Ayame ni siquiera se molestó e fijarse por donde estaban yendo, mucho menos de memorizar el camino. Simplemente se limitaba a gimotear cuando dejaban de lado alguna salida iluminada, sumergiéndose de nuevo en la oscuridad. Al final, simplemente hundió el rostro en la espalda de la ANBU y dejó de ver.
En algún momento se detuvieron, y la ANBU y Mogura intercambiaron un par de frases a las que Ayame no prestó la más mínima atención. Poco después, tras un par de chasquidos, un crujido precedió a un ensordecedor chirrido que levantó una nube de polvo que se le coló en la garganta y la nariz y le provocó un ataque de tos. Para su completo alivio, la luz regresó a sus ojos cuando atravesaron el portón y accedieron a una nueva sala. Ayame se atrevió a entreabrir los ojos, lo suficiente como para atisbar innumerables estanterías cargadas de libros de todas clases, tamaños y colores.
Shanise la dejó con cuidado sobre un cómodo sofá tapiado de cuero rojo junto a una chimenea apagada pero Ayame, aún temblorosa, se mantenía con la mirada gacha. La ANBU se alejó para cerrar la puerta, pero se encogió ligeramente al sentir la presencia de Mogura junto a ella.
—Bien —suspiró la mujer—. Ya estamos aquí. Bien. Manase-kun. ¿Tienes algo en esos pergaminos que pueda levantar el ánimo a esta muchacha? Me gustaría tenerla de vuelta entre nosotros lo antes posible, por favor.
«¿Algo para levantar el ánimo?» Se repitió Ayame mentalmente, con una desagradable punzada en el pecho, alzando ligeramente sus iris castaños. «No estará pensando en...»
Sin embargo, la mujer había tomado asiento en el otro sillón, había sacado tres pequeños pergaminos de su mochila y liberó su contenido. El olor a chocolate caliente inundó la sala en cuanto aparecieron los tres tazones y a Ayame se le hizo la boca agua casi de inmediato.
—Casero. Con mucho azúcar. Vamos, Ayame —la invitó Shanise, y Ayame, tras unos breves segundos de inmovilidad, adelantó el cuerpo para tomar uno de ellos. Tuvo que hacerlo con mucho cuidado, y aún así el tazón tintineó peligrosamente entre sus temblorosas manos. Bebió un sorbo, y aunque aún quemaba considerablemente, el sabor y la calidez del chocolate la abrazaron desde dentro.
Suspiró.
Mogura, por su parte, había desplegado otro pergamino. Ayame le miraba con cierto recelo desde su posición, pero lo que salió a la luz fue una serie de bandejas con las porciones de un pastel de fresa con una pinta deliciosa. Su compañero le tendió una de aquellas, y Ayame mordiéndose el labio inferior, lo aceptó con gusto tras dejar el tazón con chocolate sobre la mesa para evitar accidentes.
—Muchas gracias, Mogura-san... —balbuceó, y después de intercambiar la mirada entre el genin y la ANBU, volvió a agachar la cabeza, profundamente avergonzada—. Y... lo siento mucho...
En algún momento se detuvieron, y la ANBU y Mogura intercambiaron un par de frases a las que Ayame no prestó la más mínima atención. Poco después, tras un par de chasquidos, un crujido precedió a un ensordecedor chirrido que levantó una nube de polvo que se le coló en la garganta y la nariz y le provocó un ataque de tos. Para su completo alivio, la luz regresó a sus ojos cuando atravesaron el portón y accedieron a una nueva sala. Ayame se atrevió a entreabrir los ojos, lo suficiente como para atisbar innumerables estanterías cargadas de libros de todas clases, tamaños y colores.
Shanise la dejó con cuidado sobre un cómodo sofá tapiado de cuero rojo junto a una chimenea apagada pero Ayame, aún temblorosa, se mantenía con la mirada gacha. La ANBU se alejó para cerrar la puerta, pero se encogió ligeramente al sentir la presencia de Mogura junto a ella.
—Bien —suspiró la mujer—. Ya estamos aquí. Bien. Manase-kun. ¿Tienes algo en esos pergaminos que pueda levantar el ánimo a esta muchacha? Me gustaría tenerla de vuelta entre nosotros lo antes posible, por favor.
«¿Algo para levantar el ánimo?» Se repitió Ayame mentalmente, con una desagradable punzada en el pecho, alzando ligeramente sus iris castaños. «No estará pensando en...»
Sin embargo, la mujer había tomado asiento en el otro sillón, había sacado tres pequeños pergaminos de su mochila y liberó su contenido. El olor a chocolate caliente inundó la sala en cuanto aparecieron los tres tazones y a Ayame se le hizo la boca agua casi de inmediato.
—Casero. Con mucho azúcar. Vamos, Ayame —la invitó Shanise, y Ayame, tras unos breves segundos de inmovilidad, adelantó el cuerpo para tomar uno de ellos. Tuvo que hacerlo con mucho cuidado, y aún así el tazón tintineó peligrosamente entre sus temblorosas manos. Bebió un sorbo, y aunque aún quemaba considerablemente, el sabor y la calidez del chocolate la abrazaron desde dentro.
Suspiró.
Mogura, por su parte, había desplegado otro pergamino. Ayame le miraba con cierto recelo desde su posición, pero lo que salió a la luz fue una serie de bandejas con las porciones de un pastel de fresa con una pinta deliciosa. Su compañero le tendió una de aquellas, y Ayame mordiéndose el labio inferior, lo aceptó con gusto tras dejar el tazón con chocolate sobre la mesa para evitar accidentes.
—Muchas gracias, Mogura-san... —balbuceó, y después de intercambiar la mirada entre el genin y la ANBU, volvió a agachar la cabeza, profundamente avergonzada—. Y... lo siento mucho...