8/09/2017, 12:52
(Última modificación: 8/09/2017, 12:52 por Aotsuki Ayame.)
—Ayame, tienes que trabajar en esa fobia —respondió Shanise—. Sé que no es fácil... Pero, bueno. Ya lo sabes. No te disculpes por lo que ha sucedido y mira hacia adelante.
—S... Sí, Shanise-senpai —Ayame inclinó la cabeza en una profunda muestra de respeto, y después se llevó un trozo de la tarta a la boca. No pudo evitar relamerse cuando sintió el sabor del azúcar y la fresa—. ¡Está muy buena, Mogura-san!
Los tres siguieron comiendo. En aquellos instantes, Ayame ni siquiera se preocupó de la calidad de la cena, nutritivamente hablando, ni del hecho de que sus compañeros estuvieran tratando de subirle el ánimo mediante un buen chute de azúcar. Simplemente, se dejó relajar y degustar el dulce de la comida. Tenía otras prioridades en mente. Sobre todo, dejar de ser la que llamara la atención todo el tiempo.
—Bien, chicos —intervino Shanise al cabo de un tiempo—. Entiendo que estáis preocupados por la situación en general, pero aquí no tenéis nada que temer. Estamos en una sección interior secreta del palacio del señor feudal —explicó, señalando un portón ornamentado escaleras arriba en el que Ayame no había reparado hasta ahora.
«¿E... el Palacio del Señor Feudal?» Se había olvidado de que Shinogi-To, además de ser la ciudad de la delincuencia, era también el lugar donde residía el Señor Feudal del País del Agua. Después de ver lo que había visto en las calles, no pudo sino preguntarse cómo era posible que permitiera que lo más seguro que se pudiera encontrar en ellas fueran precisamente las ratas.
—Esa puerta es bastante ornamental. Detrás sólo hay un viejo almacén de palacio, pero en realidad es nuestro pasaporte para defender al Señor cuando estamos en Shinogi-To. No tengáis miedo. Aquí no os va a pasar nada. De hecho, ¡es el único sitio de Oonindo en el que me puedo permitir estar tranquila toda la noche sin mi respirador! —añadió, con una sonrisa de aquellos dientes como navajas, mientras se señalaba la máscara de gas que reposaba ahora en su cuello.
Ayame le devolvió la sonrisa, algo más tranquila y algo somnolienta.
Después de la improvisada cena, Shanise les guió por las escaleras de la derecha hasta un pasillo largo y estrecho con numerosas puertas, rematado por otra puerta con barandilla de un color rojo brillante.
—Como os he dicho, no hay nada que temer —insistió Shanise—, pero aún así, si tuviéramos que salir, bajo cualquier circunstancia, mejor por esas puertas del final, ¿vale? Dan al tejado de palacio, y de allí podemos salir a la calle y huir rápidamente, escondernos... No queremos comprometer al Señor Feudal.
«Espera. Acababa de decir que este era el lugar más seguro... No tendría por qué pasar nada, ¿no?» Ayame había palidecido, pero se esforzó por asentir.
—Entendido, Shanise-senpai —balbuceó, con un hilo de voz.
—Yo dormiré en esta habitación. Vosotros coged las dos contiguas. Mañana saldremos muy temprano, de modo que no hagáis el tonto y dáos un buen sueño, ¿vale? Venga, chicos, hasta mañana...
—Ha... hasta mañana... —respondió Ayame, dirigiéndose tanto a Mogura como a Shanise, antes de tomar la puerta contigua a la de la ANBU y que quedaría entre los dos.
Cerró la puerta tras de sí y apoyó momentáneamente la espalda en ella. Aquello no le hacía gracia. No le hacía ninguna gracia. ¿Seguro que separarse para dormir en un lugar desconocido como aquel era buena idea? Ayame podría poner varios "peros" al respecto.
Al menos la habitación era muy acogedora. Era muy amplia, de paredes de ladrillos rojos y suelo de parqué de la mejor calidad cubierto con una alfombra granate en el suelo que casi daba apuro pisar y una cama en la que podría tumbarse con las piernas y los brazos abiertos y aún así sobrarle espacio. En el lado opuesto a la puerta, había un colosal ventanal, pero la oscuridad de la noche impidió que pudiera ver a través de él.
«Bueno, de todas maneras no estoy segura de querer ver lo que hay en las calles de Shinogi-To por la noche...» Se dijo, torciendo el gesto.
Ayame, curiosa, dedicó unos pocos minutos a investigar los libros que poblaban la estantería de la pared contigua, pero el cansancio terminó por vencerla y al final se tumbó sobre la cama. Aquel colchón era el más cómodo que había probado nunca. La tela de las sábanas era tan suave que casi sentía que la estaban abrazando...
Poco a poco, la comodidad de la habitación hizo que Ayame se fuera sumergiendo en un profundo y apacible sueño...
—S... Sí, Shanise-senpai —Ayame inclinó la cabeza en una profunda muestra de respeto, y después se llevó un trozo de la tarta a la boca. No pudo evitar relamerse cuando sintió el sabor del azúcar y la fresa—. ¡Está muy buena, Mogura-san!
Los tres siguieron comiendo. En aquellos instantes, Ayame ni siquiera se preocupó de la calidad de la cena, nutritivamente hablando, ni del hecho de que sus compañeros estuvieran tratando de subirle el ánimo mediante un buen chute de azúcar. Simplemente, se dejó relajar y degustar el dulce de la comida. Tenía otras prioridades en mente. Sobre todo, dejar de ser la que llamara la atención todo el tiempo.
—Bien, chicos —intervino Shanise al cabo de un tiempo—. Entiendo que estáis preocupados por la situación en general, pero aquí no tenéis nada que temer. Estamos en una sección interior secreta del palacio del señor feudal —explicó, señalando un portón ornamentado escaleras arriba en el que Ayame no había reparado hasta ahora.
«¿E... el Palacio del Señor Feudal?» Se había olvidado de que Shinogi-To, además de ser la ciudad de la delincuencia, era también el lugar donde residía el Señor Feudal del País del Agua. Después de ver lo que había visto en las calles, no pudo sino preguntarse cómo era posible que permitiera que lo más seguro que se pudiera encontrar en ellas fueran precisamente las ratas.
—Esa puerta es bastante ornamental. Detrás sólo hay un viejo almacén de palacio, pero en realidad es nuestro pasaporte para defender al Señor cuando estamos en Shinogi-To. No tengáis miedo. Aquí no os va a pasar nada. De hecho, ¡es el único sitio de Oonindo en el que me puedo permitir estar tranquila toda la noche sin mi respirador! —añadió, con una sonrisa de aquellos dientes como navajas, mientras se señalaba la máscara de gas que reposaba ahora en su cuello.
Ayame le devolvió la sonrisa, algo más tranquila y algo somnolienta.
Después de la improvisada cena, Shanise les guió por las escaleras de la derecha hasta un pasillo largo y estrecho con numerosas puertas, rematado por otra puerta con barandilla de un color rojo brillante.
—Como os he dicho, no hay nada que temer —insistió Shanise—, pero aún así, si tuviéramos que salir, bajo cualquier circunstancia, mejor por esas puertas del final, ¿vale? Dan al tejado de palacio, y de allí podemos salir a la calle y huir rápidamente, escondernos... No queremos comprometer al Señor Feudal.
«Espera. Acababa de decir que este era el lugar más seguro... No tendría por qué pasar nada, ¿no?» Ayame había palidecido, pero se esforzó por asentir.
—Entendido, Shanise-senpai —balbuceó, con un hilo de voz.
—Yo dormiré en esta habitación. Vosotros coged las dos contiguas. Mañana saldremos muy temprano, de modo que no hagáis el tonto y dáos un buen sueño, ¿vale? Venga, chicos, hasta mañana...
—Ha... hasta mañana... —respondió Ayame, dirigiéndose tanto a Mogura como a Shanise, antes de tomar la puerta contigua a la de la ANBU y que quedaría entre los dos.
Cerró la puerta tras de sí y apoyó momentáneamente la espalda en ella. Aquello no le hacía gracia. No le hacía ninguna gracia. ¿Seguro que separarse para dormir en un lugar desconocido como aquel era buena idea? Ayame podría poner varios "peros" al respecto.
Al menos la habitación era muy acogedora. Era muy amplia, de paredes de ladrillos rojos y suelo de parqué de la mejor calidad cubierto con una alfombra granate en el suelo que casi daba apuro pisar y una cama en la que podría tumbarse con las piernas y los brazos abiertos y aún así sobrarle espacio. En el lado opuesto a la puerta, había un colosal ventanal, pero la oscuridad de la noche impidió que pudiera ver a través de él.
«Bueno, de todas maneras no estoy segura de querer ver lo que hay en las calles de Shinogi-To por la noche...» Se dijo, torciendo el gesto.
Ayame, curiosa, dedicó unos pocos minutos a investigar los libros que poblaban la estantería de la pared contigua, pero el cansancio terminó por vencerla y al final se tumbó sobre la cama. Aquel colchón era el más cómodo que había probado nunca. La tela de las sábanas era tan suave que casi sentía que la estaban abrazando...
Poco a poco, la comodidad de la habitación hizo que Ayame se fuera sumergiendo en un profundo y apacible sueño...