9/09/2017, 20:42
(Última modificación: 9/09/2017, 20:43 por Aotsuki Ayame.)
El chillido de Ayame reverberó en las paredes de la prisión, se clavó en sus oídos dolorosamente y al final terminó por estallar como si no hubiera sido más que una simple burbuja. El clon de Marun se vio lanzado por los aires, estalló contra las barandillas del tejado y terminó por estallar también.
Y Ayame, falta de aire y con la punzante sensación de que se había tragado un erizo de mar, cayó al suelo de rodillas resollando con una mano en el cuello.
—¡No! ¡¡Mierda, no!! —escuchó bramar al Marun real tras ella.
Sin embargo, apenas tuvo tiempo de girarse hacia él antes de verse atrapada de nuevo en aquella técnica.
«¡Otra vez no!» Pensó, maldiciendo su suerte.
Marun era un oponente demasiado fuerte. El abismo que existía entre su dominio sobre el agua y sobre las técnicas del clan con los suyos era insalvable. ¿De verdad no había nada que pudiera hacer? ¿Iban a llevársela en contra de su voluntad sin que pudiera hacer nada por evitarlo? ¿No iba a volver a ver a su familia y a sus seres queridos...?
—Eres... eres... —farfulló Marun, que había abandonado su galante elegancia y sus sonrisas por un gesto claramente airado—. ¿¡Por qué te eligieron a ti!? ¿¡Por qué a ti, para ser jinchuuriki!? ¡¡Alguien que no aprecia el noble linaje al que pertenece, alguien que...!!
La luna volvió a arrancar destellos a la hoja de la katana cuando Marun la zarandeó en el aire y Ayame sintió el terror de quien sabe que su vida está en grave peligro cuando, tras un breve chisporroteo, la misma hoja se cubrió de electricidad.
«¡No, por favor, no!» Ayame le lanzó una mirada cargada de súplica a Marun, pero fue inútil. Falto de cualquier tipo de compasión, Marun apoyó la espada en la esfera de agua y la electricidad sacudió su cuerpo entre violentas dentelladas.
—Lo has arruinado todo... Y pensar que los jefes siguen interesados en ti... Deberían sacarte el monstruo... ¡Debería ser yo! —bramó, pero Ayame apenas le escuchaba. Su cuerpo inerte colgaba, casi inconsciente, únicamente sostenido por los brazos de agua.
—Ayame, grita —la voz que la hablaba era la misma voz que le había hablado durante la reunión de los Kage. Aquella voz femenina, que le resultaba extrañamente familiar y que resonaba en todas partes y al mismo tiempo en ninguna. Ayame alzó ligeramente la cabeza, aún profundamente aturdida y con aquel molesto hormigueo en su piel—. Grita más fuerte. ¡Grita, y aplástalo!
Y de repente volvió a sentir aquel torrente de energía, llenándola, vitalizándola, aliviando su dolor. Se sintió liberada. Se sintió salvaje... Pero, sobre todo, se sintió...
Poderosa.
Ayame alzó sus ojos hacia Marun. Unos ojos celestes bordeados por una sombra del color de la sangre que destilaban una ira primitiva.
Conocía los límites de su técnica. Sabía que aquel movimiento podía ser muy peligroso para la integridad de su garganta, pero aún así volvió a entrelazar sus manos y mostró unos dientes afilados como navajas antes de volver a gritarle con todas sus fuerzas a Marun. Y aquel chillido, aún más potente que el anterior, hendió el agua y se transformó en el bramido de una bestia salvaje que acaba de ser liberada.
Y Ayame, falta de aire y con la punzante sensación de que se había tragado un erizo de mar, cayó al suelo de rodillas resollando con una mano en el cuello.
—¡No! ¡¡Mierda, no!! —escuchó bramar al Marun real tras ella.
Sin embargo, apenas tuvo tiempo de girarse hacia él antes de verse atrapada de nuevo en aquella técnica.
«¡Otra vez no!» Pensó, maldiciendo su suerte.
Marun era un oponente demasiado fuerte. El abismo que existía entre su dominio sobre el agua y sobre las técnicas del clan con los suyos era insalvable. ¿De verdad no había nada que pudiera hacer? ¿Iban a llevársela en contra de su voluntad sin que pudiera hacer nada por evitarlo? ¿No iba a volver a ver a su familia y a sus seres queridos...?
—Eres... eres... —farfulló Marun, que había abandonado su galante elegancia y sus sonrisas por un gesto claramente airado—. ¿¡Por qué te eligieron a ti!? ¿¡Por qué a ti, para ser jinchuuriki!? ¡¡Alguien que no aprecia el noble linaje al que pertenece, alguien que...!!
La luna volvió a arrancar destellos a la hoja de la katana cuando Marun la zarandeó en el aire y Ayame sintió el terror de quien sabe que su vida está en grave peligro cuando, tras un breve chisporroteo, la misma hoja se cubrió de electricidad.
«¡No, por favor, no!» Ayame le lanzó una mirada cargada de súplica a Marun, pero fue inútil. Falto de cualquier tipo de compasión, Marun apoyó la espada en la esfera de agua y la electricidad sacudió su cuerpo entre violentas dentelladas.
—Lo has arruinado todo... Y pensar que los jefes siguen interesados en ti... Deberían sacarte el monstruo... ¡Debería ser yo! —bramó, pero Ayame apenas le escuchaba. Su cuerpo inerte colgaba, casi inconsciente, únicamente sostenido por los brazos de agua.
—Ayame, grita —la voz que la hablaba era la misma voz que le había hablado durante la reunión de los Kage. Aquella voz femenina, que le resultaba extrañamente familiar y que resonaba en todas partes y al mismo tiempo en ninguna. Ayame alzó ligeramente la cabeza, aún profundamente aturdida y con aquel molesto hormigueo en su piel—. Grita más fuerte. ¡Grita, y aplástalo!
Y de repente volvió a sentir aquel torrente de energía, llenándola, vitalizándola, aliviando su dolor. Se sintió liberada. Se sintió salvaje... Pero, sobre todo, se sintió...
Poderosa.
Ayame alzó sus ojos hacia Marun. Unos ojos celestes bordeados por una sombra del color de la sangre que destilaban una ira primitiva.
«¡NO PUEDES RETENER AL AGUA!»
Conocía los límites de su técnica. Sabía que aquel movimiento podía ser muy peligroso para la integridad de su garganta, pero aún así volvió a entrelazar sus manos y mostró unos dientes afilados como navajas antes de volver a gritarle con todas sus fuerzas a Marun. Y aquel chillido, aún más potente que el anterior, hendió el agua y se transformó en el bramido de una bestia salvaje que acaba de ser liberada.