9/09/2017, 20:46
Lo peor de todo era la oscuridad. Esa oscuridad penetrante, asfixiante, casi sólida. Parecía causada por una materia densa y pegajosa más que por la ausencia de luz, como si estuviese sumergido en un barril de brea. La oscuridad se le pegaba a la cara, a las manos, le apretaba el pecho y le impedía respirar. Cuando boqueó, tratando de coger aire, la oscuridad se le metió en la boca y la inundó de un sabor amargo como la sangre. Aquella negrura viscosa bajó por su garganta hasta su estómago, asfixiándole y provocándole unas enormes ganas de vomitar.
Cuando se quiso dar cuenta, la oscuridad ya se había filtrado por todos y cada uno de los rincones de su cuerpo. La sentía dentro, igual de pegajosa y agobiante que la que le rodeaba por fuera. Hubiera querido arrancarse la piel, los músculos y hasta los dientes, pero sabía que era inútil. Podía notar la oscuridad dentro de sus propios huesos, de su cabeza. La negrura se había fundido con él de forma irreversible, y eso le produjo una gran agonía.
Quiso gritar, pero no pudo. La oscuridad no se lo permitiría. Quiso correr, pero la negrura a su alrededor era tan espesa que apenas pudo moverse. Se sintió insignificante, débil, irrelevante. Y esa sensación acrecentó todavía más su sufrimiento.
Quiso revolverse con rabia, y eso no gustó a la oscuridad. Le hizo daño. Intentó gritar de dolor, pero ni siquiera eso le permitiría la oscuridad. Oyó entonces una risa, lejana, burlona, que le erizó el pelo de la nuca.
Y entonces despertó. Lo primero que vio fue a su compañero de batallas, Datsue, que le miraba con la misma fijeza. Luego oyó una voz familiar, y giró el rostro con gran dificultad para encontrar a su Uzukage. A Uzumaki Zoku.
—U...
Intentó hablar y la garganta le raspó de forma muy desagradable. Tosió varias veces y aquel picor se intensificó. Se agarró el cuello, tratando de parar aquella tos que no era fruto sino de tres días sin hidratarse.
—A... Agua... —balbuceó.
Cuando se quiso dar cuenta, la oscuridad ya se había filtrado por todos y cada uno de los rincones de su cuerpo. La sentía dentro, igual de pegajosa y agobiante que la que le rodeaba por fuera. Hubiera querido arrancarse la piel, los músculos y hasta los dientes, pero sabía que era inútil. Podía notar la oscuridad dentro de sus propios huesos, de su cabeza. La negrura se había fundido con él de forma irreversible, y eso le produjo una gran agonía.
Quiso gritar, pero no pudo. La oscuridad no se lo permitiría. Quiso correr, pero la negrura a su alrededor era tan espesa que apenas pudo moverse. Se sintió insignificante, débil, irrelevante. Y esa sensación acrecentó todavía más su sufrimiento.
Quiso revolverse con rabia, y eso no gustó a la oscuridad. Le hizo daño. Intentó gritar de dolor, pero ni siquiera eso le permitiría la oscuridad. Oyó entonces una risa, lejana, burlona, que le erizó el pelo de la nuca.
Y entonces despertó. Lo primero que vio fue a su compañero de batallas, Datsue, que le miraba con la misma fijeza. Luego oyó una voz familiar, y giró el rostro con gran dificultad para encontrar a su Uzukage. A Uzumaki Zoku.
—U...
Intentó hablar y la garganta le raspó de forma muy desagradable. Tosió varias veces y aquel picor se intensificó. Se agarró el cuello, tratando de parar aquella tos que no era fruto sino de tres días sin hidratarse.
—A... Agua... —balbuceó.