El sitio quedó completamente ordenado poco después que los espectadores se marcharan, menos el par de genins correspondientes a la Lluvia y al Remolino. El hombre mantenía sus brazos cruzados al frente, escondiendo sus manos en las mangas del haori. Al escuchar acercarse al pelinegro, se giró lentamente y sonrió con un gesto amable, cómo el de un abuelito complacido al cuidar a un nieto.
—Agradezco mucho el cumplido, jovencito. Siempre me es grato el escuchar que las personas disfruten el espectáculo, pero más grato me es que lleguen a aprender algo de ella.— En todo momento, mantenía el rostro apacible.
Se trataba de un hombre de unos sesenta años, sin rastro alguno de vellos en su rostro. Cabellos plateados, recogidos en una cola de estilo samurai y unos ojos de color miel relucientes cómo el oro. Poseía un mentón fuerte, e incluso bajo las prendas se podría apreciar que tenía un cuerpo medianamente sobresaliente. Todo en conjunto le daba una apariencia noble y sabia, pero que a pesar de ello su tranquila voz demostraba humildad en cada palabra.
No muy lejos de esos dos, el de pelos bicolores no pudo evitar parar la oreja para poner atención al diálogo entre el samurai y el Uchiha. "Vaya, el nene ahora también va de lamehuevos con el tipo aquel. Cómo detesto a los quedabien." Su propia naturaleza rebelde le hacía rechazar las muestras de buena conducta de los demás.
—Un gusto, Akame-kun. Yo soy Naoe Masakage.— Le informó. El maestro, en el preciso instante que le preguntaron por su opinión, le puso el ojo a la vaina, pues la funda del arma podía darle mucha información del contenido antes de desenvainarla. —Presta acá, déjame examinarla.— Dijo un poco más serio, extendiendo la mano en espera de que el muchacho se la entregase.
Por su lado, el Senju volteaba de reojo, tratando de observar la situación. "Desde aquí no puedo ver bien." Así que con pretexto de observar el resto del dojo, empezó a caminar por los bordes del mismo, intercambiando su vista entre los interiores del recinto y el otro par. Silbando, cómo él mejor de los clichés posibles.
—Agradezco mucho el cumplido, jovencito. Siempre me es grato el escuchar que las personas disfruten el espectáculo, pero más grato me es que lleguen a aprender algo de ella.— En todo momento, mantenía el rostro apacible.
Se trataba de un hombre de unos sesenta años, sin rastro alguno de vellos en su rostro. Cabellos plateados, recogidos en una cola de estilo samurai y unos ojos de color miel relucientes cómo el oro. Poseía un mentón fuerte, e incluso bajo las prendas se podría apreciar que tenía un cuerpo medianamente sobresaliente. Todo en conjunto le daba una apariencia noble y sabia, pero que a pesar de ello su tranquila voz demostraba humildad en cada palabra.
No muy lejos de esos dos, el de pelos bicolores no pudo evitar parar la oreja para poner atención al diálogo entre el samurai y el Uchiha. "Vaya, el nene ahora también va de lamehuevos con el tipo aquel. Cómo detesto a los quedabien." Su propia naturaleza rebelde le hacía rechazar las muestras de buena conducta de los demás.
—Un gusto, Akame-kun. Yo soy Naoe Masakage.— Le informó. El maestro, en el preciso instante que le preguntaron por su opinión, le puso el ojo a la vaina, pues la funda del arma podía darle mucha información del contenido antes de desenvainarla. —Presta acá, déjame examinarla.— Dijo un poco más serio, extendiendo la mano en espera de que el muchacho se la entregase.
Por su lado, el Senju volteaba de reojo, tratando de observar la situación. "Desde aquí no puedo ver bien." Así que con pretexto de observar el resto del dojo, empezó a caminar por los bordes del mismo, intercambiando su vista entre los interiores del recinto y el otro par. Silbando, cómo él mejor de los clichés posibles.