12/09/2017, 10:31
Había dado el segundo paso, pero aún quedaba un largo recorrido ante ella y el camino era cada vez más estrecho...
Revuelta por los nervios, Ayame se estremeció cuando volvió a salir al área de combate. Sin embargo, enseguida sacudió la cabeza, regañándose a sí misma internamente. ¡No podía dejarse amilanar ahora! ¿Dónde quedaría su promesa si fallaba ahora?
«Yui-sama me eligió a mí para luchar. A mí. Incluso la gente de ahí fuera apuesta por mí en esas apuestas sin sentido... Seguiré luchando, y seguiré ganando para que veas lo que soy capaz de hacer... Papá.» Se repitió en su fuero interno, al tiempo que avanzaba hacia su destino. Aquello se había convertido en una especie de mantra para darse ánimos, para recordarse por qué estaba allí. A aquellas alturas, Ayame ya había olvidado la fama o aquella promesa de que podría ser recomendada por su Kage para el examen de chunin. No. Ella no estaba allí para eso. Ella estaba allí para demostrar a su padre su fuerza.
Entró en el área de combate. Su contrincante ya la estaba esperando sobre su marca.
Ayame se plantó en su posición, le dirigió una profunda reverencia a su Kage y después, finalmente, se volvió hacia su él. Era un chico de más o menos su misma edad que vestía ropas de colores brillantes, músculos algo marcados y una tez oscura que contrastaba con el platino de sus cabellos, largos y recogidos en una trenza que caía tras su espalda. A juzgar por la bandana que llevaba en la frente, pertenecía a la aldea de Kusagakure.
Con una afable sonrisa, alzó la mano con los dedos índice y corazón extendidos en el tradicional sello de la confrontación.
—Tuve el placer de luchar contra otro shinobi de Kusagakure, como tú. Ritusko, creo que se llamaba... —dijo, dubitativa de su propia memoria—. Mi nombre es Aotsuki Ayame, es un placer. Y que gane el mejor.
Revuelta por los nervios, Ayame se estremeció cuando volvió a salir al área de combate. Sin embargo, enseguida sacudió la cabeza, regañándose a sí misma internamente. ¡No podía dejarse amilanar ahora! ¿Dónde quedaría su promesa si fallaba ahora?
«Yui-sama me eligió a mí para luchar. A mí. Incluso la gente de ahí fuera apuesta por mí en esas apuestas sin sentido... Seguiré luchando, y seguiré ganando para que veas lo que soy capaz de hacer... Papá.» Se repitió en su fuero interno, al tiempo que avanzaba hacia su destino. Aquello se había convertido en una especie de mantra para darse ánimos, para recordarse por qué estaba allí. A aquellas alturas, Ayame ya había olvidado la fama o aquella promesa de que podría ser recomendada por su Kage para el examen de chunin. No. Ella no estaba allí para eso. Ella estaba allí para demostrar a su padre su fuerza.
Entró en el área de combate. Su contrincante ya la estaba esperando sobre su marca.
Ayame se plantó en su posición, le dirigió una profunda reverencia a su Kage y después, finalmente, se volvió hacia su él. Era un chico de más o menos su misma edad que vestía ropas de colores brillantes, músculos algo marcados y una tez oscura que contrastaba con el platino de sus cabellos, largos y recogidos en una trenza que caía tras su espalda. A juzgar por la bandana que llevaba en la frente, pertenecía a la aldea de Kusagakure.
Con una afable sonrisa, alzó la mano con los dedos índice y corazón extendidos en el tradicional sello de la confrontación.
—Tuve el placer de luchar contra otro shinobi de Kusagakure, como tú. Ritusko, creo que se llamaba... —dijo, dubitativa de su propia memoria—. Mi nombre es Aotsuki Ayame, es un placer. Y que gane el mejor.