13/09/2017, 16:22
—No, nada, muchas gracias —respondió el Uchiha, recostándose sobre su asiento mientras miraba con gesto satisfecho los tres tazones de ramen vacíos que yacían en la mesa, frente a él.
Se encontraba más animado, claro, porque como decía el refran; "en barriga llena, no hay pena". Además, el aire fresco de la Aldea en aquella época del año le había sentado de maravilla, como un bálsamo reparador. Sentía como si hicese años que no respiraba tan a gusto. Nada como eso y una buena comilona en el Ramenjutsu para recuperarse de cualquier paliza.
El Uchiha volvió la cabeza cuando Datsue se dirigió directamente a él. No habían hablado mucho durante el camino, y todavía menos a lo largo del atracón de fideos. Ante sus palabras, el muchacho de la coleta se tocó los bolsillos, sobresaltado.
—Maldita sea, es cierto... Todas mis cosas deben estar en... —calló de repente, consciente de que había estado muy cerca de cagarla y mirando alrededor con suspicacia—. En casa. ¡Qué despistado soy!
No dijo nada más. No sólo porque le encantaba la cara que pondría Datsue cuando supiera que iba a tener que apoquinar la comida de ambos de su propio bolsillo, sino porque detrás suya captó una conversación de lo más... Inquietante. «A juzgar por las voces son dos. Uno de ellos muy ebrio... Uh, los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. Hay que informar de esto a Uzukage-sama». Diligente, el Uchiha esperó a que su compañero se terminase el tazón y soltó, casi de pasada.
—Uf, estoy llenísimo, pero todavía me cabe un buen postre. ¿Te hace un bollo de crema de esa pastelería tan buena? —dijo el Uchiha, guiñándole un ojo a Datsue.
Si accedía, el muchacho se pondría en pie y enfilaría la entrada, no sin antes largar una mirada distraída hacia la mesa donde estaban los dos tipos. Si podía quedarse con sus caras, mejor.
Se encontraba más animado, claro, porque como decía el refran; "en barriga llena, no hay pena". Además, el aire fresco de la Aldea en aquella época del año le había sentado de maravilla, como un bálsamo reparador. Sentía como si hicese años que no respiraba tan a gusto. Nada como eso y una buena comilona en el Ramenjutsu para recuperarse de cualquier paliza.
El Uchiha volvió la cabeza cuando Datsue se dirigió directamente a él. No habían hablado mucho durante el camino, y todavía menos a lo largo del atracón de fideos. Ante sus palabras, el muchacho de la coleta se tocó los bolsillos, sobresaltado.
—Maldita sea, es cierto... Todas mis cosas deben estar en... —calló de repente, consciente de que había estado muy cerca de cagarla y mirando alrededor con suspicacia—. En casa. ¡Qué despistado soy!
No dijo nada más. No sólo porque le encantaba la cara que pondría Datsue cuando supiera que iba a tener que apoquinar la comida de ambos de su propio bolsillo, sino porque detrás suya captó una conversación de lo más... Inquietante. «A juzgar por las voces son dos. Uno de ellos muy ebrio... Uh, los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. Hay que informar de esto a Uzukage-sama». Diligente, el Uchiha esperó a que su compañero se terminase el tazón y soltó, casi de pasada.
—Uf, estoy llenísimo, pero todavía me cabe un buen postre. ¿Te hace un bollo de crema de esa pastelería tan buena? —dijo el Uchiha, guiñándole un ojo a Datsue.
Si accedía, el muchacho se pondría en pie y enfilaría la entrada, no sin antes largar una mirada distraída hacia la mesa donde estaban los dos tipos. Si podía quedarse con sus caras, mejor.