13/09/2017, 17:34
«En su aldea, tiene a un montón de gente que le quiere. Su familia. Daruu. Hasta Kiroe-san. ¡Incluso esta mujer se preocupa por usted como si fuera parte de su familia! ¡Ha cargado en brazos con usted! ¿Y esta dudando sobre si marcharse con esta panda de malvados que sólo la querrían para utilizarla como un arma? Me decepciona, señorita.»
Era de nuevo aquella voz. Y aunque ella no supiera de quién era, ella sí parecía saberlo todo sobre Ayame. Parecía conocer toda su vida. Y no sólo eso, parecía saber en todo momento qué estaba pensando. ¿Acaso se estaba volviendo loca? ¿Se iba a convertir en una enferma mental? ¿En una esquizofrénica o algo así? Y... lo peor de todo...
¿Por qué le dolía decepcionarla?
—Hōzuki Marun, nos estuvo siguiendo, ¿no es así? —seguía hablando Mogura con Shanise, ambos ajenos a los quebraderos de cabeza que estaba sufriendo.
—Así debe ser. Lo que no me explico es cómo ha conseguido entrar aquí. ¡Es el palacio del Señor Feudal! A no ser que... A no ser que supiera que íbamos a hospedarnos en el palacio. A no ser que haya alguien dentro de palacio como cómplice...
—Los Hōzuki tienen muchos amigos... —pronunció Ayame en voz baja, recordando las palabras de su tío. ¿Se extendía aquello fuera del Valle de los Dojos? ¿De verdad no había escapatoria posible? ¿Ningún rincón seguro para ella?
—Mierda. Chicos, lo siento mucho, pero tendremos que irnos sin dormir aquí, me temo que este sitio podría no ser seg... segu... Se... se... s...
Algo no iba bien. Las palabras se ahogaban en la garganta de Shanise, y cuando Ayame alzó la cabeza, interrogante, la escena más terrorífica que había vivido hasta el momento en su corta vida quedó grabada a fuego en su retina. La tez de Shanise se había vuelto blanca como la leche y la mujer se había llevado las manos al cuello, tratando de desgarrársela en su desesperación por respirar. Un desagradable borboteo brotó de su garganta, justo antes de caer de espaldas.
—Sh... ¡SHANISE-SENPAI! —aulló Ayame, incorporándose de golpe ignorando el dolor de las quemaduras. Aterrorizada, contempló cómo en el rostro de la jonin comenzaban a marcarse las venas en forma de delgadas líneas zigzagueantes de color azulado y sus ojos se perdían en algún punto del cielo nocturno—. ¡Mogura-san, haz algo por favor! —aulló la genin, impotente de no saber qué hacer.
Pero el médico no necesitaba de ningún aviso. Con su habitual calma, fría como un iceberg, se había apartado de ella para atender a su nuevo paciente. Con mano experta, el chico tomó desde su bolsa un recipiente y una espada que Ayame no tardó en reconocer: aquella era la espada de Marun, la misma con la que la había electrocutado.
No había tiempo para ser exquisitos, Ayame se arrastró como pudo hasta la posición de Shanise y Mogura, pero aun mantuvo una distancia prudencial para no estorbar al médico.
—¡Espera! ¿Qué hac...? —Ayame no pudo evitar ahogar una exclamación cuando le vio alzar la espada.
Sin ningún tipo de reparo, Mogura la clavó en el cuerpo de Shanise. Ayame se encogió sobre sí misma, con los ojos fijos en la escena y el corazón en un puño. Pero en aquellos momentos sólo le quedaba confiar en las habilidades y los conocimientos de su compañero, que en aquel momento había introducido sus manos en el agua, había formado una burbuja entre ellas y estaba empujándola hacia el interior de la mujer.
—¿Es un veneno? ¿Pero cómo? ¿Y quién...? —balbuceó, con un hilo de voz, y entonces palideció—. Sh... Shanise-senpai dijo que sólo se quitaba la máscara aquí... ¿Crees que Marun pudo haberla envenenado mientras dormíamos...?
¿Era posible que hubiese llegado tan lejos en su propósito por llevárse a Ayame? ¿Y si era así por qué se había arriesgado a dejar con vida a Mogura? ¿Qué habría pasado si no hubiesen acudido a socorrerla? ¿Habrían encontrado a la jonin muerta en su habitación al día siguiente...?
Ayame ahogó un gemido de angustia y sacudió la cabeza para apartar aquellos pensamientos y a los Hōzuki de su cabeza. En aquellos momentos lo importante era Shanise. No podían dejarla morir así como así... Se obligó a sí misma a recorrer el cuerpo de la jonin con la mirada, buscando minuciosamente. Una vez su padre le había explicado algunos principios básicos sobre los venenos. Las principales vías para introducir el veneno en el cuerpo de alguien eran por inoculación, ingestión e inhalación. Era obvio que no había podido ser la comida, pues de lo contrario los tres habrían sufrido el mismo destino, y si no encontraba ningún tipo de herida por la que se hubiera podido colar algún tipo de veneno, la única vía que quedaba era la respiratoria.
Hecho que coincidía con que se hubiera dado la casualidad de que la mujer se hubiera quitado la máscara filtradora en aquel lugar.
Era de nuevo aquella voz. Y aunque ella no supiera de quién era, ella sí parecía saberlo todo sobre Ayame. Parecía conocer toda su vida. Y no sólo eso, parecía saber en todo momento qué estaba pensando. ¿Acaso se estaba volviendo loca? ¿Se iba a convertir en una enferma mental? ¿En una esquizofrénica o algo así? Y... lo peor de todo...
¿Por qué le dolía decepcionarla?
—Hōzuki Marun, nos estuvo siguiendo, ¿no es así? —seguía hablando Mogura con Shanise, ambos ajenos a los quebraderos de cabeza que estaba sufriendo.
—Así debe ser. Lo que no me explico es cómo ha conseguido entrar aquí. ¡Es el palacio del Señor Feudal! A no ser que... A no ser que supiera que íbamos a hospedarnos en el palacio. A no ser que haya alguien dentro de palacio como cómplice...
—Los Hōzuki tienen muchos amigos... —pronunció Ayame en voz baja, recordando las palabras de su tío. ¿Se extendía aquello fuera del Valle de los Dojos? ¿De verdad no había escapatoria posible? ¿Ningún rincón seguro para ella?
«¿Por qué tenemos que buscarte? ¿Por qué no vienes con nosotros?»
—Mierda. Chicos, lo siento mucho, pero tendremos que irnos sin dormir aquí, me temo que este sitio podría no ser seg... segu... Se... se... s...
Algo no iba bien. Las palabras se ahogaban en la garganta de Shanise, y cuando Ayame alzó la cabeza, interrogante, la escena más terrorífica que había vivido hasta el momento en su corta vida quedó grabada a fuego en su retina. La tez de Shanise se había vuelto blanca como la leche y la mujer se había llevado las manos al cuello, tratando de desgarrársela en su desesperación por respirar. Un desagradable borboteo brotó de su garganta, justo antes de caer de espaldas.
—Sh... ¡SHANISE-SENPAI! —aulló Ayame, incorporándose de golpe ignorando el dolor de las quemaduras. Aterrorizada, contempló cómo en el rostro de la jonin comenzaban a marcarse las venas en forma de delgadas líneas zigzagueantes de color azulado y sus ojos se perdían en algún punto del cielo nocturno—. ¡Mogura-san, haz algo por favor! —aulló la genin, impotente de no saber qué hacer.
Pero el médico no necesitaba de ningún aviso. Con su habitual calma, fría como un iceberg, se había apartado de ella para atender a su nuevo paciente. Con mano experta, el chico tomó desde su bolsa un recipiente y una espada que Ayame no tardó en reconocer: aquella era la espada de Marun, la misma con la que la había electrocutado.
No había tiempo para ser exquisitos, Ayame se arrastró como pudo hasta la posición de Shanise y Mogura, pero aun mantuvo una distancia prudencial para no estorbar al médico.
—¡Espera! ¿Qué hac...? —Ayame no pudo evitar ahogar una exclamación cuando le vio alzar la espada.
Sin ningún tipo de reparo, Mogura la clavó en el cuerpo de Shanise. Ayame se encogió sobre sí misma, con los ojos fijos en la escena y el corazón en un puño. Pero en aquellos momentos sólo le quedaba confiar en las habilidades y los conocimientos de su compañero, que en aquel momento había introducido sus manos en el agua, había formado una burbuja entre ellas y estaba empujándola hacia el interior de la mujer.
—¿Es un veneno? ¿Pero cómo? ¿Y quién...? —balbuceó, con un hilo de voz, y entonces palideció—. Sh... Shanise-senpai dijo que sólo se quitaba la máscara aquí... ¿Crees que Marun pudo haberla envenenado mientras dormíamos...?
¿Era posible que hubiese llegado tan lejos en su propósito por llevárse a Ayame? ¿Y si era así por qué se había arriesgado a dejar con vida a Mogura? ¿Qué habría pasado si no hubiesen acudido a socorrerla? ¿Habrían encontrado a la jonin muerta en su habitación al día siguiente...?
Ayame ahogó un gemido de angustia y sacudió la cabeza para apartar aquellos pensamientos y a los Hōzuki de su cabeza. En aquellos momentos lo importante era Shanise. No podían dejarla morir así como así... Se obligó a sí misma a recorrer el cuerpo de la jonin con la mirada, buscando minuciosamente. Una vez su padre le había explicado algunos principios básicos sobre los venenos. Las principales vías para introducir el veneno en el cuerpo de alguien eran por inoculación, ingestión e inhalación. Era obvio que no había podido ser la comida, pues de lo contrario los tres habrían sufrido el mismo destino, y si no encontraba ningún tipo de herida por la que se hubiera podido colar algún tipo de veneno, la única vía que quedaba era la respiratoria.
Hecho que coincidía con que se hubiera dado la casualidad de que la mujer se hubiera quitado la máscara filtradora en aquel lugar.