13/09/2017, 20:58
(Última modificación: 13/09/2017, 20:59 por Aotsuki Ayame.)
La respuesta de Yota fue contundente. Rodeado como estaba, sus manos no dudaron en entrelazarse en una serie de sellos y, con dos simples bolutas de humo, dos réplicas idénticas a él aparecieron a sus dos flancos formando un triángulo perfecto. Dos clones contra cientos. Dos clones sin sombra alguna. Dos simples clones ilusorios que nada tenían que hacer contra su propia ilusión.
Las réplicas de Ayame lanzaron al unísono sus kunais contra el trío de shinobis. Un auténtico mar de metal que se abalanzó sobre los tres shinobi de Kusagakure, con sus filos dispuestos a penetrarlos desde todas las direcciones posibles. Sin embargo...
Aquello nunca llegó a ocurrir.
Los kunais simplemente los atravesaban, como si no fueran más que niebla. Insustancial. Sin embargo, aquella niebla de metal debía cumplir una función: asustar al shinobi, ponerle en alerta y, como un simple pez escondido dentro de todo un banco de semejantes, un kunai se clavó en el suelo entre los tres Yotas.
La detonación fue instantánea. El sello explosivo atado en torno al mango del kunai estalló en un diámetro de tres metros al comando de una kunoichi aún bien escondida entre sus réplicas y que no había perdido de vista al Yota real en ningún momento.
Porque estaba bien camuflada, como un pez dentro de un banco de sus semejantes.
Las réplicas de Ayame lanzaron al unísono sus kunais contra el trío de shinobis. Un auténtico mar de metal que se abalanzó sobre los tres shinobi de Kusagakure, con sus filos dispuestos a penetrarlos desde todas las direcciones posibles. Sin embargo...
Aquello nunca llegó a ocurrir.
Los kunais simplemente los atravesaban, como si no fueran más que niebla. Insustancial. Sin embargo, aquella niebla de metal debía cumplir una función: asustar al shinobi, ponerle en alerta y, como un simple pez escondido dentro de todo un banco de semejantes, un kunai se clavó en el suelo entre los tres Yotas.
¡¡¡BOOOM!!!
La detonación fue instantánea. El sello explosivo atado en torno al mango del kunai estalló en un diámetro de tres metros al comando de una kunoichi aún bien escondida entre sus réplicas y que no había perdido de vista al Yota real en ningún momento.
Porque estaba bien camuflada, como un pez dentro de un banco de sus semejantes.