15/09/2017, 11:08
Para alivio de todos, con Shanise algo más recuperada, los tres shinobi pudieron retomar el viaje después de que Ayame recuperara sus pertenencias de su habitación.
Auspiciados por la lluvia que volvía a invadir el País de la Tormenta, abandonaron el castillo del Señor Feudal y salieron de Shinogi-To para seguir su travesía hacia la Ciudad Fantasma. El estado de la jonin y el propio cansancio ralentizó su marcha, pero siguieron adelante con obstinación. Y Ayame no se atrevió a emitir ni una sola queja en voz alta. Ya había llamado demasiado la atención, no podía seguir siendo el lastre que arrastraran ellos.
Y así, embarrada hasta las orejas, empapada, fatigada y con los párpados pesados por el sueño, Ayame seguía de cerca a sus dos compañeros. Pensaba, sumida en un profundo silencio. Pensaba en todo lo que había ocurrido desde que habían puesto un pie en Kusagakure hasta aquellos precisos instantes. Pensaba en aquella voz que oía de vez en cuando y que parecía conocerla tan bien. Pensaba en los Kajitsu Hōzuki y en su empeño por atraparla entre sus redes. Pensaba en las palabras de Marun. Pensaba y pensaba... y por mucho que pensara sólo conseguía enredarse aún más en sus pensamientos.
Y así pasaron largas horas bajo la tempestad, hasta que Shanise se detuvo.
—Chicos. Ya queda poco para la Ciudad Fantasma. Antes de que lleguemos, tenemos algunas cosas sobre las que discutir. ¿Qué os parece si aprovechamos para hacer un alto en el camino y descansar?
Ayame asintió con un pesado suspiro y, sin importarle lo mojado del suelo, se dejó caer de culo sobre él. De todos modos, no podía mojarse más de lo que ya estaba.
—¿Qué ocurre, Shanise-senpai? —se forzó a hablar, alzando la mirada hacia la jonin.
Auspiciados por la lluvia que volvía a invadir el País de la Tormenta, abandonaron el castillo del Señor Feudal y salieron de Shinogi-To para seguir su travesía hacia la Ciudad Fantasma. El estado de la jonin y el propio cansancio ralentizó su marcha, pero siguieron adelante con obstinación. Y Ayame no se atrevió a emitir ni una sola queja en voz alta. Ya había llamado demasiado la atención, no podía seguir siendo el lastre que arrastraran ellos.
Y así, embarrada hasta las orejas, empapada, fatigada y con los párpados pesados por el sueño, Ayame seguía de cerca a sus dos compañeros. Pensaba, sumida en un profundo silencio. Pensaba en todo lo que había ocurrido desde que habían puesto un pie en Kusagakure hasta aquellos precisos instantes. Pensaba en aquella voz que oía de vez en cuando y que parecía conocerla tan bien. Pensaba en los Kajitsu Hōzuki y en su empeño por atraparla entre sus redes. Pensaba en las palabras de Marun. Pensaba y pensaba... y por mucho que pensara sólo conseguía enredarse aún más en sus pensamientos.
Y así pasaron largas horas bajo la tempestad, hasta que Shanise se detuvo.
—Chicos. Ya queda poco para la Ciudad Fantasma. Antes de que lleguemos, tenemos algunas cosas sobre las que discutir. ¿Qué os parece si aprovechamos para hacer un alto en el camino y descansar?
Ayame asintió con un pesado suspiro y, sin importarle lo mojado del suelo, se dejó caer de culo sobre él. De todos modos, no podía mojarse más de lo que ya estaba.
—¿Qué ocurre, Shanise-senpai? —se forzó a hablar, alzando la mirada hacia la jonin.