16/09/2017, 19:19
—Creo que deberíamos dejar que nuestro amigos nos guíen —dijo refiriéndose a los renos—. Después de todo ellos conocen la zona mejor que nosotros.
La idea de caminar sin rumbo sobre aquellas cálidas bestias era demasiado tentadora como para dejarla pasar. Su paso firme, el sonido de la nieve bajo sus pezuñas y su fuerte respiración hacían que aquello fuese una experiencia un tanto primitiva. Las criaturas se desplazaban con serenidad por entre las colinas cubiertas de hielo y las hondonadas llenas de nieve. Sin órdenes específicas, se movían con libertad y docilidad.
Antes de darse cuenta el pueblo de Hakushi habia desaparecido, una negra pieza de civilización en un inmenso y primitivo reino blanco. Un sitio de lejana soledad; solo dos muchachos con sus confiables monturas, en cuyos oídos susurraban los cantos del viento helado, cantos que les hacían apreciar aquella fría paz.
—¡Mira eso, Keisuken-san! —exclamo repentinamente el peliblanco, señalando al frente.
Como una extraña especie de accidente geográfico, se habían encontrado con una inmensa llanura blanca, una circunferencia rodeada por las irregularidades típicas del terreno. Se le veía tan plana y bonita… tan inmaculada y atrayente.
De pronto, el de ojos grises pudo sentir como su montura se tornaba inquieta. La criatura se vio cautivada por aquella zona, sintiendo la necesidad de adentrarse velozmente en la misma, de recorrerla a toda prisa y estirar sus músculos… ¿Quién podría culparla por aquello? Sus instintos les habían llevado hasta allí, y ahora clamaban por más.
—Parece que estos chicos quieren correr un poco —le dijo a su acompañante—. ¿Qué te parece si les damos el gusto y hacemos una galopada?
La idea de caminar sin rumbo sobre aquellas cálidas bestias era demasiado tentadora como para dejarla pasar. Su paso firme, el sonido de la nieve bajo sus pezuñas y su fuerte respiración hacían que aquello fuese una experiencia un tanto primitiva. Las criaturas se desplazaban con serenidad por entre las colinas cubiertas de hielo y las hondonadas llenas de nieve. Sin órdenes específicas, se movían con libertad y docilidad.
Antes de darse cuenta el pueblo de Hakushi habia desaparecido, una negra pieza de civilización en un inmenso y primitivo reino blanco. Un sitio de lejana soledad; solo dos muchachos con sus confiables monturas, en cuyos oídos susurraban los cantos del viento helado, cantos que les hacían apreciar aquella fría paz.
—¡Mira eso, Keisuken-san! —exclamo repentinamente el peliblanco, señalando al frente.
Como una extraña especie de accidente geográfico, se habían encontrado con una inmensa llanura blanca, una circunferencia rodeada por las irregularidades típicas del terreno. Se le veía tan plana y bonita… tan inmaculada y atrayente.
De pronto, el de ojos grises pudo sentir como su montura se tornaba inquieta. La criatura se vio cautivada por aquella zona, sintiendo la necesidad de adentrarse velozmente en la misma, de recorrerla a toda prisa y estirar sus músculos… ¿Quién podría culparla por aquello? Sus instintos les habían llevado hasta allí, y ahora clamaban por más.
—Parece que estos chicos quieren correr un poco —le dijo a su acompañante—. ¿Qué te parece si les damos el gusto y hacemos una galopada?