16/09/2017, 21:22
(Última modificación: 16/09/2017, 21:23 por Aotsuki Ayame.)
Mogura se mantenía de pie, estoico junto a ella, y Shanise no tardó en soltar una carcajada ante la situación.
—Pero Ayame, no es necesario que te sientes en el suelo —dijo, y ella aún se sorprendió de tener fuerzas para sonrojarse. Pero estaba tan cansada que no había podido evitarlo—. Tengo algunos recursos si tenemos que acampar a la intemperie.
—¿Recursos...? —repitió Ayame, pero la respuesta vino sola.
La jonin se quitó la mochila, la apoyó en la hierba y sacó de ella un pergamino bastante grueso. ¿Sería otro objeto sellado? ¿Era posible que...?
—Por favor, apartaos —les indicó, antes de realizar varios sellos, apoyar la mano en el pergamino, volver a echarse la mochila al hombro y...
Salir corriendo en dirección contraria.
Ayame no tuvo tiempo para reunir las fuerzas necesarias para reincorporarse y seguir los pasos de su superiora. Un súbito empujón le hizo soltar una exclamación de sorpresa y, antes de saber siquiera qué estaba ocurriendo, se vio arrojada contra el barro. La tierra hizo un desagradable sonido de succión en el momento del impacto, colándose a través de sus dedos, sus botas, su ropa y... parte de su cara...
—Egh... —masculló, con una profunda mueca de asco, mientras intentaba levantarse de nuevo.
Para su completa estupefacción, Shanise se estaba riendo a mandíbula batiente como nunca antes la habían escuchado reírse. Pero lo más impactante, sin duda alguna, era la enorme tienda de campaña que había aparecido allá donde anteriormente había estado el pergamino.
—Pe... pe... pe... —balbuceó Ayame, con la boca abierta de par en par y señalando a aquel enorme armatoste que resultaba de todo menos discreto.
—¡Os presento mi Técnica de Campamento Portátil! ¿A que es genial? —exclamó Shanise, hinchada de orgullo como un pavo real. La mujer, tras levantarse del suelo y sacudirse las ropas, se adentró en la tienda y pocos segundos después sacó la cabeza de nuevo. En su rostro brillaba una resplandeciente sonrisa de dientes afilados—. ¡Venga, pasad! Aquí dentro se está calentito.
Ayame se adelantó, pero durante el camino intercambió una mirada interrogante con su compañero.
—Oye, ¿no te parece que Shanise-senpai está un poco... rara? ¿Crees que el veneno le habrá afectado al cerebro o algo así? —le susurró, poniendo la mano por delante de la boca para evitar ser escuchada. Y es que la mujer presentaba un extraño buen humor del que no había hecho gala hasta entonces.
Pero si creían que la tienda de campaña era espectacular desde fuera, es que no habían visto aún el interior. Casi era incluso más lujosa que las habitaciones del castillo del Señor Feudal, con seis camas dispuestas en hileras, cuatro sillones, estanterías con infinidad de libros y hasta una hoguera.
«¡¿Pero por qué no utilizamos esto en lugar de adentrarnos en una ciudad como Shinogi-To?!» Se preguntó Ayame, y, como si le hubiese leído el pensamiento, Shanise respondió:
—Pensé que en el Palacio estaríamos más seguros —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero debimos hospedarnos aquí desde el principio. Lo único que pasa es que tendremos que hacer guardias para vigilar.
Aquello significaban aún menos horas de sueño. Más cansancio acumulado. Ayame dejó caer los hombros, pero no protestó, simplemente asintió.
—Bueno, sentaos en los sillones. Tenemos que hablar de algo.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces. Ayame se sentó en el sillón más cercano y no pudo reprimir un suspiro de alivio cuando pudo estirar las piernas y dejarlas descansar. El cojín del respaldo casi la abrazaba de lo cómodo que se sentía y, durante un instante, hubo de hacer un verdadero esfuerzo por no caer dormida allí mismo. Por suerte, la voz de Shanise la rescató de los sugerentes brazos de Morfeo.
—Hemos cometido un grave error. Somos compañeros de equipo, pero no nos hemos contado lo que sabemos hacer. Quiero decir, lo que de verdad sabemos hacer, al detalle. Puede que hasta ahora no hayamos necesitado coordinarnos, pero lo más probable es que nos encontremos al enemigo allí, en la Ciudad Fantasma. Y ya no podemos pedir ayuda a las otras aldeas, de modo que... Ayame, tú primero. Cuéntanos cosas sobre ti. Cosas que podrían ser útiles, como alguna técnica especial o algo. Tenéis que acostumbraros a hacer esto cuando seáis un equipo... Luego, irá Mogura. Y finalmente, yo os contaré algo.
»Y luego, os dejaré dormir unas dos horas mientras yo monto guardia. Vosotros montaréis guardia después mientras yo descanso... ¿Entendido?
—Entendido, Shanise-senpai —asintió Ayame, reincorporándose ligeramente para alzarse en su asiento. Apoyó ambos brazos sobre las rodillas e inclinó ligeramente la cabeza. No estaba acostumbrada a hacer aquello.Siempre había guardado con celosía sus habilidades. Un halcón virtuoso esconde sus garras, se decía, pero en aquellos instantes la situación era muy diferente. Se estaban enfrentando a un peligro mortal. Por eso, meditó profundamente antes de responder—. Como miembro del clan Hōzuki —Su mirada se desvió momentáneamente hacia Shanise—, soy capaz de convertir mi cuerpo en agua, y viceversa.[/color] —Como prueba de ello, alzó una de sus manos, y sus dedos comenzaron a licuarse rápidamente, convirtiéndose en agua que se escurrió por el dorso de su mano antes de retornar en su camino y volver a formar la carne de la extremidad—. Gracias a esto puedo reducir el daño de la mayoría de los impactos entre otras utilidades que me confiere el poder transformarme en agua, pero en contraparte los ataques con electricidad me hacen más daño que al resto de personas —En aquella ocasión, sus ojos se volvieron hacia la espada que aún portaba Mogura y frunció ligeramente el ceño—. Por supuesto, mi naturaleza de chakra es el Suiton. Aparte del manejo del agua, también estoy entrenada en el uso de las ilusiones con el Genjutsu. Puedo disiparlas y realizar un par de técnicas ilusorias. También he diseñado algunas técnicas con el poder de mi voz: puedo gritar para expulsar al otro y aturdirlo momentáneamente, o engañar sus sentidos para que crea que me escucha desde otra dirección. Y... por último...
Les dedicó una profunda mirada, tanto a Shanise como a Mogura. Especialmente a Mogura.
—Sé que es nuestro deber proteger a la Jinchūriki, y todo eso. Pero, si resultara herida, yo no debería ser vuestra máxima prioridad —levantó tres dedos, y comenzó a enumerar conforma los iba cerrando uno a uno—: Uno, como ya he dicho, puedo neutralizar daños con mi Suika no Jutsu. Dos, desde que tengo uso de razón, y por algún tipo de explicación que se me escapa, cualquier herida que reciba cicatriza de forma muchísimo más rápido de lo normal. Y tres... aunque no soy tan eficiente como tú, Mogura, soy capaz de restaurar daños propios utilizando el agua del ambiente. Y, para nuestra suerte, estamos en un lugar donde siempre llueve.
Sonrió.
—Lo importante es el hilo, así que si debéis dejarme atrás para protegerlo, hacedlo sin miedo. Ya me las apañaré yo sola, como ya habéis visto resulta difícil herirme.
»Y... creo que eso es todo.
—Pero Ayame, no es necesario que te sientes en el suelo —dijo, y ella aún se sorprendió de tener fuerzas para sonrojarse. Pero estaba tan cansada que no había podido evitarlo—. Tengo algunos recursos si tenemos que acampar a la intemperie.
—¿Recursos...? —repitió Ayame, pero la respuesta vino sola.
La jonin se quitó la mochila, la apoyó en la hierba y sacó de ella un pergamino bastante grueso. ¿Sería otro objeto sellado? ¿Era posible que...?
—Por favor, apartaos —les indicó, antes de realizar varios sellos, apoyar la mano en el pergamino, volver a echarse la mochila al hombro y...
Salir corriendo en dirección contraria.
Ayame no tuvo tiempo para reunir las fuerzas necesarias para reincorporarse y seguir los pasos de su superiora. Un súbito empujón le hizo soltar una exclamación de sorpresa y, antes de saber siquiera qué estaba ocurriendo, se vio arrojada contra el barro. La tierra hizo un desagradable sonido de succión en el momento del impacto, colándose a través de sus dedos, sus botas, su ropa y... parte de su cara...
—Egh... —masculló, con una profunda mueca de asco, mientras intentaba levantarse de nuevo.
Para su completa estupefacción, Shanise se estaba riendo a mandíbula batiente como nunca antes la habían escuchado reírse. Pero lo más impactante, sin duda alguna, era la enorme tienda de campaña que había aparecido allá donde anteriormente había estado el pergamino.
—Pe... pe... pe... —balbuceó Ayame, con la boca abierta de par en par y señalando a aquel enorme armatoste que resultaba de todo menos discreto.
—¡Os presento mi Técnica de Campamento Portátil! ¿A que es genial? —exclamó Shanise, hinchada de orgullo como un pavo real. La mujer, tras levantarse del suelo y sacudirse las ropas, se adentró en la tienda y pocos segundos después sacó la cabeza de nuevo. En su rostro brillaba una resplandeciente sonrisa de dientes afilados—. ¡Venga, pasad! Aquí dentro se está calentito.
Ayame se adelantó, pero durante el camino intercambió una mirada interrogante con su compañero.
—Oye, ¿no te parece que Shanise-senpai está un poco... rara? ¿Crees que el veneno le habrá afectado al cerebro o algo así? —le susurró, poniendo la mano por delante de la boca para evitar ser escuchada. Y es que la mujer presentaba un extraño buen humor del que no había hecho gala hasta entonces.
Pero si creían que la tienda de campaña era espectacular desde fuera, es que no habían visto aún el interior. Casi era incluso más lujosa que las habitaciones del castillo del Señor Feudal, con seis camas dispuestas en hileras, cuatro sillones, estanterías con infinidad de libros y hasta una hoguera.
«¡¿Pero por qué no utilizamos esto en lugar de adentrarnos en una ciudad como Shinogi-To?!» Se preguntó Ayame, y, como si le hubiese leído el pensamiento, Shanise respondió:
—Pensé que en el Palacio estaríamos más seguros —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero debimos hospedarnos aquí desde el principio. Lo único que pasa es que tendremos que hacer guardias para vigilar.
Aquello significaban aún menos horas de sueño. Más cansancio acumulado. Ayame dejó caer los hombros, pero no protestó, simplemente asintió.
—Bueno, sentaos en los sillones. Tenemos que hablar de algo.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces. Ayame se sentó en el sillón más cercano y no pudo reprimir un suspiro de alivio cuando pudo estirar las piernas y dejarlas descansar. El cojín del respaldo casi la abrazaba de lo cómodo que se sentía y, durante un instante, hubo de hacer un verdadero esfuerzo por no caer dormida allí mismo. Por suerte, la voz de Shanise la rescató de los sugerentes brazos de Morfeo.
—Hemos cometido un grave error. Somos compañeros de equipo, pero no nos hemos contado lo que sabemos hacer. Quiero decir, lo que de verdad sabemos hacer, al detalle. Puede que hasta ahora no hayamos necesitado coordinarnos, pero lo más probable es que nos encontremos al enemigo allí, en la Ciudad Fantasma. Y ya no podemos pedir ayuda a las otras aldeas, de modo que... Ayame, tú primero. Cuéntanos cosas sobre ti. Cosas que podrían ser útiles, como alguna técnica especial o algo. Tenéis que acostumbraros a hacer esto cuando seáis un equipo... Luego, irá Mogura. Y finalmente, yo os contaré algo.
»Y luego, os dejaré dormir unas dos horas mientras yo monto guardia. Vosotros montaréis guardia después mientras yo descanso... ¿Entendido?
—Entendido, Shanise-senpai —asintió Ayame, reincorporándose ligeramente para alzarse en su asiento. Apoyó ambos brazos sobre las rodillas e inclinó ligeramente la cabeza. No estaba acostumbrada a hacer aquello.Siempre había guardado con celosía sus habilidades. Un halcón virtuoso esconde sus garras, se decía, pero en aquellos instantes la situación era muy diferente. Se estaban enfrentando a un peligro mortal. Por eso, meditó profundamente antes de responder—. Como miembro del clan Hōzuki —Su mirada se desvió momentáneamente hacia Shanise—, soy capaz de convertir mi cuerpo en agua, y viceversa.[/color] —Como prueba de ello, alzó una de sus manos, y sus dedos comenzaron a licuarse rápidamente, convirtiéndose en agua que se escurrió por el dorso de su mano antes de retornar en su camino y volver a formar la carne de la extremidad—. Gracias a esto puedo reducir el daño de la mayoría de los impactos entre otras utilidades que me confiere el poder transformarme en agua, pero en contraparte los ataques con electricidad me hacen más daño que al resto de personas —En aquella ocasión, sus ojos se volvieron hacia la espada que aún portaba Mogura y frunció ligeramente el ceño—. Por supuesto, mi naturaleza de chakra es el Suiton. Aparte del manejo del agua, también estoy entrenada en el uso de las ilusiones con el Genjutsu. Puedo disiparlas y realizar un par de técnicas ilusorias. También he diseñado algunas técnicas con el poder de mi voz: puedo gritar para expulsar al otro y aturdirlo momentáneamente, o engañar sus sentidos para que crea que me escucha desde otra dirección. Y... por último...
Les dedicó una profunda mirada, tanto a Shanise como a Mogura. Especialmente a Mogura.
—Sé que es nuestro deber proteger a la Jinchūriki, y todo eso. Pero, si resultara herida, yo no debería ser vuestra máxima prioridad —levantó tres dedos, y comenzó a enumerar conforma los iba cerrando uno a uno—: Uno, como ya he dicho, puedo neutralizar daños con mi Suika no Jutsu. Dos, desde que tengo uso de razón, y por algún tipo de explicación que se me escapa, cualquier herida que reciba cicatriza de forma muchísimo más rápido de lo normal. Y tres... aunque no soy tan eficiente como tú, Mogura, soy capaz de restaurar daños propios utilizando el agua del ambiente. Y, para nuestra suerte, estamos en un lugar donde siempre llueve.
Sonrió.
—Lo importante es el hilo, así que si debéis dejarme atrás para protegerlo, hacedlo sin miedo. Ya me las apañaré yo sola, como ya habéis visto resulta difícil herirme.
»Y... creo que eso es todo.