23/07/2015, 19:02
La mirada nerviosa de Daruu resbaló unas cuantas veces de la pequeña e inofensiva Ayame al rostro, para él cruel, despiadado y aterrador de aquél hombre de aspecto severo. Si sus ojos fueran cuchillos, aquella mirada le estaría sacando las tripas.
—Yo... esto... Estás muy... ¡Elegante! —dijo, sintiéndose como si acabara de agarrarse a un saliente mientras caía de un precipicio hasta una fosa con púas.
Su madre había detectado la situación, y suspicazmente contestó en ese preciso momento a lo que le había indicado Zetsuo.
—Exacto. Por eso este año yo he pedido otra cosa distinta. —echó un rápido vistazo a los infantes que los acompañaban y se sonrojó. Pero sin dejar opción a réplica, dio un saltito mientras señalaba en dirección al lago y emitió un gritito ahogado que podría haber salido perfectamente de labios de Ayame—. ¡Eh, mirad, ya empieza!
Aquello fue todo lo que Daruu necesitaba para salir de la encrucijada en la que él solito se había metido. Se escurrió entre su madre, Zetsuo y Kori para ponerse delante y quedar cerca de la orilla. Allí podría ver la ceremonia con claridad.
Un par de hombres empujaron la urna dentro del bote. En ese momento, se hizo el silencio, y la única que hablaba, gritaba y lloraba era la lluvia. Los demás guardaban el silencio como quien guarda un tesoro. Siempre era así. Unos, por tradición. Otros por religión. Los hay que lo hacían por respeto a los demás. Daruu era de los primeros. Y quizás también por pura y simple fascinación.
El bote recibió un fuerte impulso de los voluntarios de la ceremonia y surcó las aguas del lago. En Amegakure, o al menos en la familia de Daruu, se dice que contra más tarde caiga el rayo sobre el puntiagudo mástil que exhibe el bote ceremonial más deseos de la urna se cumplen.
No tardó ni dos minutos en suceder.
¡Zas! Un destello cegó a los presentes, un estruendo los ensordeció.
Cuando abrieron los ojos, no había bote, ni urna, ni deseos.
Pero sí había lluvia. Siempre había lluvia.
—Yo... esto... Estás muy... ¡Elegante! —dijo, sintiéndose como si acabara de agarrarse a un saliente mientras caía de un precipicio hasta una fosa con púas.
Su madre había detectado la situación, y suspicazmente contestó en ese preciso momento a lo que le había indicado Zetsuo.
—Exacto. Por eso este año yo he pedido otra cosa distinta. —echó un rápido vistazo a los infantes que los acompañaban y se sonrojó. Pero sin dejar opción a réplica, dio un saltito mientras señalaba en dirección al lago y emitió un gritito ahogado que podría haber salido perfectamente de labios de Ayame—. ¡Eh, mirad, ya empieza!
Aquello fue todo lo que Daruu necesitaba para salir de la encrucijada en la que él solito se había metido. Se escurrió entre su madre, Zetsuo y Kori para ponerse delante y quedar cerca de la orilla. Allí podría ver la ceremonia con claridad.
Un par de hombres empujaron la urna dentro del bote. En ese momento, se hizo el silencio, y la única que hablaba, gritaba y lloraba era la lluvia. Los demás guardaban el silencio como quien guarda un tesoro. Siempre era así. Unos, por tradición. Otros por religión. Los hay que lo hacían por respeto a los demás. Daruu era de los primeros. Y quizás también por pura y simple fascinación.
El bote recibió un fuerte impulso de los voluntarios de la ceremonia y surcó las aguas del lago. En Amegakure, o al menos en la familia de Daruu, se dice que contra más tarde caiga el rayo sobre el puntiagudo mástil que exhibe el bote ceremonial más deseos de la urna se cumplen.
No tardó ni dos minutos en suceder.
¡Zas! Un destello cegó a los presentes, un estruendo los ensordeció.
Cuando abrieron los ojos, no había bote, ni urna, ni deseos.
Pero sí había lluvia. Siempre había lluvia.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)