20/09/2017, 19:54
Cuando Uchiha Datsue se dio cuenta de lo que había soltado por la boca, y en la manera en que lo había soltado, creyó que el chaparrón que le caería iba a ser mucho peor. Un aguacero de tal calibre que hasta en Amegakure hubiese sido inaudito. En su lugar, sin embargo, un simple orvallo. Un simple “basta”, que le hizo cuadrarse y agachar la cabeza, pero que no inundó su corazón de puro terror.
Por tanto, además del respeto y el miedo, quedó en él hueco para otras emociones. Emociones como la decepción. Se sentía decepcionado, y en parte frustrado, por no haber podido convencer al Uzukage. Porque sabía que, sin lugar a dudas, aquella hubiese sido la mayor exclusiva de todos los tiempos.
A cualquier otra persona le hubiese insistido. Le hubiese dado la vuelta a sus palabras. Le hubiese rebatido. A Zoku, sin embargo…
—Sí, señor —realizó una reverencia, y siguió a Akame hasta la salida.
Allí se separaron. Zoku había ordenado ir a visitar a los seres queridos, y como Akame era un profesional que seguía las órdenes a rajatabla, cumplió con su deber… yendo a por sus armas. Los Dioses sabían muy bien que no había cosa que el Uchiha amase más que sus katanas, kunais, y demás objetos armamentísticos. Datsue daba fe de ello, pues había comprobado de primera mano como el Uchiha las cuidaba mejor que una madre a su hijo recién nacido. Cada noche, antes de acostarse, afilaba cada filo con esmero. Pulía el acero; lo impregnaba de un aceite antioxidante; quitaba el escaso polvo que se acumulaba durante el día en las bombas… ¡hasta juraría que susurraba a su katana por la noche, cuando creía que nadie le oía!
Resopló, y sacudió la cabeza, mientras ponía rumbo al Jardín de los Cerezos. Él no tenía ningún ser querido al que visitar, ni nada tenía en casa que mereciese la pena recoger. Solo sabía que aquel podría ser su último día en el país de los vivos —por mucho que Zoku hubiese querido quitarle hierro al asunto asegurando que lo peor ya había pasado—, ¿y qué hacía un shinobi de bien en su último día?
—Perdonad, chicas. ¿Puedo interrumpiros un segundo? —El Uchiha se aproximó a dos chicas sentadas sobre una manta bajo la sombra de un cerezo—. Es cuestión de estado. Una misión, vaya. He de hacer una encuesta a varias chicas. Será rapidito, os lo juro —Cuando la intriga se reflejó en la mirada de ambas muchachas, transformándose luego en preguntas, el Uchiha se limitó a sonreír. Había dado un paso en la dirección correcta, y la primera impresión era fundamental—. Oh, pues… Es sobre gustos. Sobre amor, concretamente.
»Bien, empecemos. Decidme, ¿qué es lo primero en lo que…?
—Ey —Aquel simple monosílabo que Akame oyó a sus espaldas le evidenciaron que Datsue no se encontraba de buen humor. Cuando se dio la vuelta para mirarlo, pudo comprobarlo también con la vista.
Estaba con cara triste, como deprimido, y se rascaba la nuca con nerviosismo, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra. No era difícil imaginarse lo que estaba rondándole por la cabeza: el Shukkaku, y su poder para apoderarse de los sueños de sus carceleros. De vestimenta, por otra parte, seguía igual: una camiseta blanca de mangas enrolladas, y un pantalón corto y holgado. Eso sí, sobre uno de sus antebrazos tenía algo nuevo. Algo escrito a tinta. Parecía… una dirección.
—Ha llegado la hora de dormir, ¿eh? —«Quizá para toda la eternidad…»
Por tanto, además del respeto y el miedo, quedó en él hueco para otras emociones. Emociones como la decepción. Se sentía decepcionado, y en parte frustrado, por no haber podido convencer al Uzukage. Porque sabía que, sin lugar a dudas, aquella hubiese sido la mayor exclusiva de todos los tiempos.
A cualquier otra persona le hubiese insistido. Le hubiese dado la vuelta a sus palabras. Le hubiese rebatido. A Zoku, sin embargo…
—Sí, señor —realizó una reverencia, y siguió a Akame hasta la salida.
Allí se separaron. Zoku había ordenado ir a visitar a los seres queridos, y como Akame era un profesional que seguía las órdenes a rajatabla, cumplió con su deber… yendo a por sus armas. Los Dioses sabían muy bien que no había cosa que el Uchiha amase más que sus katanas, kunais, y demás objetos armamentísticos. Datsue daba fe de ello, pues había comprobado de primera mano como el Uchiha las cuidaba mejor que una madre a su hijo recién nacido. Cada noche, antes de acostarse, afilaba cada filo con esmero. Pulía el acero; lo impregnaba de un aceite antioxidante; quitaba el escaso polvo que se acumulaba durante el día en las bombas… ¡hasta juraría que susurraba a su katana por la noche, cuando creía que nadie le oía!
Resopló, y sacudió la cabeza, mientras ponía rumbo al Jardín de los Cerezos. Él no tenía ningún ser querido al que visitar, ni nada tenía en casa que mereciese la pena recoger. Solo sabía que aquel podría ser su último día en el país de los vivos —por mucho que Zoku hubiese querido quitarle hierro al asunto asegurando que lo peor ya había pasado—, ¿y qué hacía un shinobi de bien en su último día?
—Perdonad, chicas. ¿Puedo interrumpiros un segundo? —El Uchiha se aproximó a dos chicas sentadas sobre una manta bajo la sombra de un cerezo—. Es cuestión de estado. Una misión, vaya. He de hacer una encuesta a varias chicas. Será rapidito, os lo juro —Cuando la intriga se reflejó en la mirada de ambas muchachas, transformándose luego en preguntas, el Uchiha se limitó a sonreír. Había dado un paso en la dirección correcta, y la primera impresión era fundamental—. Oh, pues… Es sobre gustos. Sobre amor, concretamente.
»Bien, empecemos. Decidme, ¿qué es lo primero en lo que…?
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—Ey —Aquel simple monosílabo que Akame oyó a sus espaldas le evidenciaron que Datsue no se encontraba de buen humor. Cuando se dio la vuelta para mirarlo, pudo comprobarlo también con la vista.
Estaba con cara triste, como deprimido, y se rascaba la nuca con nerviosismo, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a otra. No era difícil imaginarse lo que estaba rondándole por la cabeza: el Shukkaku, y su poder para apoderarse de los sueños de sus carceleros. De vestimenta, por otra parte, seguía igual: una camiseta blanca de mangas enrolladas, y un pantalón corto y holgado. Eso sí, sobre uno de sus antebrazos tenía algo nuevo. Algo escrito a tinta. Parecía… una dirección.
—Ha llegado la hora de dormir, ¿eh? —«Quizá para toda la eternidad…»
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado