26/07/2015, 02:07
La mirada de Daruu se cruzó en repetidas ocasiones con la de Zetsuo, y a cada intervalo los ojos del hombre parecían ir entrecerrándose más y más... Hasta el punto de que sus afilados iris aguamarina apenas eran visibles a través de la fina hendidura que habían formado sus párpados. Sus pensamientos eran inescrutables, pero su rostro estaba tenso como una roca de mármol.
Por suerte, Daruu consiguió sortear el obstáculo con rápido ingenio. Aunque aquello no relajó las facciones del viejo águila.
—¡Oh, gracias! ¡Tú también estás muy elegante, Daruu-san! —respondió una atolondrada Ayame, que no se daba cuenta del cargado ambiente que se había formado a su alrededor.
Kiroe salió al paso, volviendo al tema de los deseos. No especificó el suyo, pero a Zetsuo no le pasó desapercibida la fugaz mirada que dirigió a los retoños, y su cuerpo volvió a tensarse de manera imperceptible como los músculos de un felino. Abrió la boca, dispuesto a añadir algo, pero la exclamación de la mujer le pilló por sorpresa.
El ritual había comenzado.
Ayame acompañó las emocionadas exclamaciones ahogadas de Kiroe, pero no se atrevió a abandonar su puesto como lo había hecho Daruu. En su lugar, se mantuvo inamovible en su sitio, poniéndose de puntillas y balanceando el cuerpo de un lado a otro para poder ver mejor.
Poco a poco, el silencio inundó el claro. El murmullo contínuo de la gente fue sustituído por el constante susurro de la lluvia, acompañado por el hipnótico golpeteo de las gotitas contra la tierra y los paraguas que los cubrían. Dos hombres empujaron la urna dentro del bote bajo la atenta y fascinada mirada de los asistentes, y después empujaron el navío hacia las aguas del lago.
Ayame apretó las manos entrelazadas contra su pecho, con la mirada fija en el pequeño bote que se balanceaba sacudida por el viento y el agua. Aguardando la llegada del dios de la lluvia.
«Dame poder para sorprender a mi padre» Repitió para sí, como si aquello fuera a hacer su deseo más fuerte. Después, comenzó a contar... «Uno... Dos... Tres...»
Llegó a cien y un cegador destello, acompañado de manera instantánea por un rugido estremecedor, la hizo encogerse sobre sí misma. Para cuando volvió a abrir los ojos, no había rastro de navío ninguno, siquiera de urna. Como si todo hubiese sido un simple sueño.
—Ha terminado —la voz de Kōri, tras su espalda, la sobresaltó.
Zetsuo gruñó algo ininteligible, antes de sacudir la cabeza y darse media vuelta.
—Niña, despídete de tu compañero. Volvemos a casa.
La muchacha sacudió la cabeza, como si hubiese sido repentinamente despertada de un profundo sueño.
—¿Q... Qué?
En realidad, todos los años había sido así. Nada más terminar la ceremonia, la familia Aotsuki regresaba a su vida cotidiana sin más. Nunca se habían quedado con otras personas a comentar nada, como muchos otros hacían. Y realmente nunca le había importado, porque durante sus años de academia no había hecho amigos. Pero en aquella ocasión era diferente. Había conocido gente. Se había encontrado con Daruu en aquel lugar.
No quería marcharse así como así...
Por suerte, Daruu consiguió sortear el obstáculo con rápido ingenio. Aunque aquello no relajó las facciones del viejo águila.
—¡Oh, gracias! ¡Tú también estás muy elegante, Daruu-san! —respondió una atolondrada Ayame, que no se daba cuenta del cargado ambiente que se había formado a su alrededor.
Kiroe salió al paso, volviendo al tema de los deseos. No especificó el suyo, pero a Zetsuo no le pasó desapercibida la fugaz mirada que dirigió a los retoños, y su cuerpo volvió a tensarse de manera imperceptible como los músculos de un felino. Abrió la boca, dispuesto a añadir algo, pero la exclamación de la mujer le pilló por sorpresa.
El ritual había comenzado.
Ayame acompañó las emocionadas exclamaciones ahogadas de Kiroe, pero no se atrevió a abandonar su puesto como lo había hecho Daruu. En su lugar, se mantuvo inamovible en su sitio, poniéndose de puntillas y balanceando el cuerpo de un lado a otro para poder ver mejor.
Poco a poco, el silencio inundó el claro. El murmullo contínuo de la gente fue sustituído por el constante susurro de la lluvia, acompañado por el hipnótico golpeteo de las gotitas contra la tierra y los paraguas que los cubrían. Dos hombres empujaron la urna dentro del bote bajo la atenta y fascinada mirada de los asistentes, y después empujaron el navío hacia las aguas del lago.
Ayame apretó las manos entrelazadas contra su pecho, con la mirada fija en el pequeño bote que se balanceaba sacudida por el viento y el agua. Aguardando la llegada del dios de la lluvia.
«Dame poder para sorprender a mi padre» Repitió para sí, como si aquello fuera a hacer su deseo más fuerte. Después, comenzó a contar... «Uno... Dos... Tres...»
Llegó a cien y un cegador destello, acompañado de manera instantánea por un rugido estremecedor, la hizo encogerse sobre sí misma. Para cuando volvió a abrir los ojos, no había rastro de navío ninguno, siquiera de urna. Como si todo hubiese sido un simple sueño.
—Ha terminado —la voz de Kōri, tras su espalda, la sobresaltó.
Zetsuo gruñó algo ininteligible, antes de sacudir la cabeza y darse media vuelta.
—Niña, despídete de tu compañero. Volvemos a casa.
La muchacha sacudió la cabeza, como si hubiese sido repentinamente despertada de un profundo sueño.
—¿Q... Qué?
En realidad, todos los años había sido así. Nada más terminar la ceremonia, la familia Aotsuki regresaba a su vida cotidiana sin más. Nunca se habían quedado con otras personas a comentar nada, como muchos otros hacían. Y realmente nunca le había importado, porque durante sus años de academia no había hecho amigos. Pero en aquella ocasión era diferente. Había conocido gente. Se había encontrado con Daruu en aquel lugar.
No quería marcharse así como así...