22/09/2017, 23:11
«Ups... Mogura y Shanise, debo recordarlo. Gracias, Kokuō-san.» Se dijo Ayame, tras la corrección del Gobi.
—¿Sabe por qué no se volvió a reconstruir la ciudad, Shanise-san? —preguntó Mogura en algún momento del trayecto, y Ayame miró de reojo a la ANBU.
—Hay quien dice que esta ciudad es un recordatorio de la capacidad destructiva de un bijū —contestó, apesadumbrada—. Pero la verdad es, casi seguro, que nadie ha construido nada aquí todavía por miedo.
«No se les puede culpar...» Pensó Ayame agachando la cabeza, recordando aquel momento, tanto tiempo atrás, cuando en un ataque de pérdida de control ella misma destruyó la Academia de Kirigakure y la convirtió en un nuevo lago.
—Sí, por miedo —continuó Shanise—. Puede que la probabilidad de que un bijuu apareciese aquí de nuevo sea estúpidamente baja, pero después de los horrores que se vivieron aquí, nadie quiere venir de nuevo a residir. Supongo que es normal.
»Lento, ahora —les ordenó de repente, y Ayame disminuyó su paso de inmediato—. Nos estamos acercando mucho al hilo. Si hay alguien debe estar por aquí.
«Warau...» El corazón de Ayame comenzó a bombear sangre con fuerza.
—Hagamos una cosa: caminaremos formando un triángulo, vosotros miraréis hacia atrás y yo hacia adelante. Os guiaré por las calles hacia adelante y tendremos todos los flancos cubiertos.
—Entendido, Shanise-senpai —asintió Ayame, colocándose en posición.
Avanzaron de aquella manera durante varios largos minutos, en posición de triángulo. El desplazamiento fue lento, pero no podían escatimar en precauciones. Lentamente, siguieron acercándose al hilo que cada vez se veía más cerca. De vez en cuando, el viento aullaba al colarse entre las ventanas rotas y Ayame volvía la mirada en su dirección de manera inmediata, esperando ver en cualquier momento...
De repente sintió un desagradable cosquilleo, era como si la energía llenara su cuerpo con violencia. De alguna manera se sintió como si su cuerpo fuera a colapsar si se seguían acercando más al hilo. Por eso se detuvieron. Y Ayame abrió los ojos como platos al ver el torrente de energía ascendiendo hacia el cielo como una catarata invertida de color verde.
—Parece que aún no ha llegado nadie —dijo Shanise, con un suspiro de alivio—. Menos mal. Apresurémonos, encontremos la forma de sellarlo antes de que-¡¡AHHHH!!
La mujer gritó. Ayame se sobresaltó y retrocedió de pura inercia. Una mano había surgido desde la misma tierra y, antes de que pudieran hacer nada por evitarlo, tiró de la ANBU hacia abajo, enterrándola en el suelo hasta el cuello.
—¡Shanise-sen...! —exhaló Ayame, pero las palabras murieron en sus labios cuando una silueta encapuchada emergió de la misma tierra y descubrió su rostro.
Les habían dado la orden de correr, pero Ayame no se movió de su sitio. Su corazón se había olvidado de latir durante un instante y, con los ojos abiertos de par en par, se había quedado completamente congelada. Allí estaba él, con sus largos cabellos plateados recogidos en una coleta baja, su afilado rostro zorruno, sus ojos, apenas una línea que dejaban entrever el brillo dorado de sus iris; y, sobre todo... Aquella perturbadora sonrisa que siempre conseguía ponerle los pelos de punta. Aunque nada era comparable a su risa.
—Kishishishishi...
Sutil y aguda como un bisturí. Una risa que sólo podrías escuchar en el peor de los infiernos... La risa de un torturador jugando con tu carne y tu alma hasta romperlos entre sus dedos.
A Ayame no se le escapó el detalle de la cadena que llevaba ahora en torno al cuello y que se perdía entre los pliegues de la técnica. Y cuando Warau se dio cuenta, la sonrisa se borró de su rostro y se llevó la mano al pecho. Y de nuevo aquel tictac resonó en su cabeza.
Ayame jadeó, angustiada cuando el sonido se detuvo.
«¿Ese tictac...? ¿Es el reinicio?»
—Siempre tú, puta mocosa, kishishishi.
—Warau... —susurraron sus labios, al tiempo que sus ojos se entrecerraban en una máscara de absoluto odio.
—¿Qué? Ayame, ¿le conoces? —preguntó Shanise, pero Ayame no pudo responder a esa pregunta.
De todas maneras, ya lo hizo Warau por ella:
—Oh, claro que nos conocemos —dijo Warau, dando un paso hacia Shanise y prestándole de nuevo toda su atención—. Nos conocemos de hace mucho, mucho, mucho tiempo... Al menos, yo la conozco a ella.
Ayame entrecerró aún más los ojos. Todo su cuerpo temblando sin control. Recordaba el olor ácido de aquel hombre cuando se inclinó sobre ella para confesarle la muerte de Daruu... Recordaba cómo la había llevado a caballito tras salvarla de la sentencia de Taiho... Recordaba... Recordaba...
—A ti también te conozco, Shanise-chan. Shanise la suplente, el fraude, ¿eh? Lo cierto es que te maté. Kishishishi... Disfruté haciéndolo. ¿Te sentiste bien actuando de escudo humano?
«¿Suplente? ¿Escudo humano?» Se preguntó, sin poder evitarlo.
—¡¡Estás loco!!
—KISHISHISHISHI. Cualquiera lo estaría en mi lugar, querida.
Antes de que pudieran hacer nada por evitarlo, Warau echó la pierna hacia atrás y le asestó una brutal patada a Shanise.
—¡Shanise-senpai! —gritó Ayame, y su corazón se descontroló. La energía comenzó a fluír por su cuerpo como un torrente...
Afortunadamente, la genética de la jonin hizo su trabajo y licuó su cabeza en el momento del impacto, minimizando los daños. Sin embargo, aquello no le hizo ninguna gracia a Warau, que tornó su rostro serio de nuevo.
—¡Eres sólo un juguete, compórtate como un juguete y haz que me lo pase BIEN!
—Déjala... —susurró Ayame, cuando Warau se agachó junto a Shanise. Un repentino destello iluminó la noche desde la mano del marionetista, y Ayame abrió los ojos horrorizada cuando escuchó el estridente chillido de los millares de pájaros que parecía haber encerrado entre sus dedos...
—¡¡CHIDORIIIIIIIIIIII!!
«¡¡¡KOKUOOO!!!»
El chakra se desbordó de cada poro de su piel e invadió el aire, calentándolo a su alrededor casi hasta la ebullición. La presión aumentó, y cuando se colocó a cuatro patas, el suelo se fragmentó súbitamente por debajo de ella. De un intenso brillo blanco como la nieve, el cuerpo de Ayame se vio envuelto de los pies a la cabeza y se extendió sobre su cabeza en la forma de cuatro cuernos y por detrás como cinco colas que ondeaban peligrosamente en el aire.
—¡¡¡DÉJALA, WARAU!!! —bramó la bestia, que no dudó ni un instante en abalanzarse sobre el marionetista para cornearlo.
—¿Sabe por qué no se volvió a reconstruir la ciudad, Shanise-san? —preguntó Mogura en algún momento del trayecto, y Ayame miró de reojo a la ANBU.
—Hay quien dice que esta ciudad es un recordatorio de la capacidad destructiva de un bijū —contestó, apesadumbrada—. Pero la verdad es, casi seguro, que nadie ha construido nada aquí todavía por miedo.
«No se les puede culpar...» Pensó Ayame agachando la cabeza, recordando aquel momento, tanto tiempo atrás, cuando en un ataque de pérdida de control ella misma destruyó la Academia de Kirigakure y la convirtió en un nuevo lago.
—Sí, por miedo —continuó Shanise—. Puede que la probabilidad de que un bijuu apareciese aquí de nuevo sea estúpidamente baja, pero después de los horrores que se vivieron aquí, nadie quiere venir de nuevo a residir. Supongo que es normal.
»Lento, ahora —les ordenó de repente, y Ayame disminuyó su paso de inmediato—. Nos estamos acercando mucho al hilo. Si hay alguien debe estar por aquí.
«Warau...» El corazón de Ayame comenzó a bombear sangre con fuerza.
—Hagamos una cosa: caminaremos formando un triángulo, vosotros miraréis hacia atrás y yo hacia adelante. Os guiaré por las calles hacia adelante y tendremos todos los flancos cubiertos.
—Entendido, Shanise-senpai —asintió Ayame, colocándose en posición.
Avanzaron de aquella manera durante varios largos minutos, en posición de triángulo. El desplazamiento fue lento, pero no podían escatimar en precauciones. Lentamente, siguieron acercándose al hilo que cada vez se veía más cerca. De vez en cuando, el viento aullaba al colarse entre las ventanas rotas y Ayame volvía la mirada en su dirección de manera inmediata, esperando ver en cualquier momento...
De repente sintió un desagradable cosquilleo, era como si la energía llenara su cuerpo con violencia. De alguna manera se sintió como si su cuerpo fuera a colapsar si se seguían acercando más al hilo. Por eso se detuvieron. Y Ayame abrió los ojos como platos al ver el torrente de energía ascendiendo hacia el cielo como una catarata invertida de color verde.
—Parece que aún no ha llegado nadie —dijo Shanise, con un suspiro de alivio—. Menos mal. Apresurémonos, encontremos la forma de sellarlo antes de que-¡¡AHHHH!!
La mujer gritó. Ayame se sobresaltó y retrocedió de pura inercia. Una mano había surgido desde la misma tierra y, antes de que pudieran hacer nada por evitarlo, tiró de la ANBU hacia abajo, enterrándola en el suelo hasta el cuello.
—¡Shanise-sen...! —exhaló Ayame, pero las palabras murieron en sus labios cuando una silueta encapuchada emergió de la misma tierra y descubrió su rostro.
Les habían dado la orden de correr, pero Ayame no se movió de su sitio. Su corazón se había olvidado de latir durante un instante y, con los ojos abiertos de par en par, se había quedado completamente congelada. Allí estaba él, con sus largos cabellos plateados recogidos en una coleta baja, su afilado rostro zorruno, sus ojos, apenas una línea que dejaban entrever el brillo dorado de sus iris; y, sobre todo... Aquella perturbadora sonrisa que siempre conseguía ponerle los pelos de punta. Aunque nada era comparable a su risa.
—Kishishishishi...
Sutil y aguda como un bisturí. Una risa que sólo podrías escuchar en el peor de los infiernos... La risa de un torturador jugando con tu carne y tu alma hasta romperlos entre sus dedos.
A Ayame no se le escapó el detalle de la cadena que llevaba ahora en torno al cuello y que se perdía entre los pliegues de la técnica. Y cuando Warau se dio cuenta, la sonrisa se borró de su rostro y se llevó la mano al pecho. Y de nuevo aquel tictac resonó en su cabeza.
Tic, tac, tic, tac, TICTACTICTACTICTACTICTACTIC...
...tac.
...tac.
Ayame jadeó, angustiada cuando el sonido se detuvo.
«¿Ese tictac...? ¿Es el reinicio?»
—Siempre tú, puta mocosa, kishishishi.
—Warau... —susurraron sus labios, al tiempo que sus ojos se entrecerraban en una máscara de absoluto odio.
—¿Qué? Ayame, ¿le conoces? —preguntó Shanise, pero Ayame no pudo responder a esa pregunta.
De todas maneras, ya lo hizo Warau por ella:
—Oh, claro que nos conocemos —dijo Warau, dando un paso hacia Shanise y prestándole de nuevo toda su atención—. Nos conocemos de hace mucho, mucho, mucho tiempo... Al menos, yo la conozco a ella.
Ayame entrecerró aún más los ojos. Todo su cuerpo temblando sin control. Recordaba el olor ácido de aquel hombre cuando se inclinó sobre ella para confesarle la muerte de Daruu... Recordaba cómo la había llevado a caballito tras salvarla de la sentencia de Taiho... Recordaba... Recordaba...
—A ti también te conozco, Shanise-chan. Shanise la suplente, el fraude, ¿eh? Lo cierto es que te maté. Kishishishi... Disfruté haciéndolo. ¿Te sentiste bien actuando de escudo humano?
«¿Suplente? ¿Escudo humano?» Se preguntó, sin poder evitarlo.
—¡¡Estás loco!!
—KISHISHISHISHI. Cualquiera lo estaría en mi lugar, querida.
Antes de que pudieran hacer nada por evitarlo, Warau echó la pierna hacia atrás y le asestó una brutal patada a Shanise.
—¡Shanise-senpai! —gritó Ayame, y su corazón se descontroló. La energía comenzó a fluír por su cuerpo como un torrente...
Afortunadamente, la genética de la jonin hizo su trabajo y licuó su cabeza en el momento del impacto, minimizando los daños. Sin embargo, aquello no le hizo ninguna gracia a Warau, que tornó su rostro serio de nuevo.
—¡Eres sólo un juguete, compórtate como un juguete y haz que me lo pase BIEN!
—Déjala... —susurró Ayame, cuando Warau se agachó junto a Shanise. Un repentino destello iluminó la noche desde la mano del marionetista, y Ayame abrió los ojos horrorizada cuando escuchó el estridente chillido de los millares de pájaros que parecía haber encerrado entre sus dedos...
—¡¡CHIDORIIIIIIIIIIII!!
«¡¡¡KOKUOOO!!!»
El chakra se desbordó de cada poro de su piel e invadió el aire, calentándolo a su alrededor casi hasta la ebullición. La presión aumentó, y cuando se colocó a cuatro patas, el suelo se fragmentó súbitamente por debajo de ella. De un intenso brillo blanco como la nieve, el cuerpo de Ayame se vio envuelto de los pies a la cabeza y se extendió sobre su cabeza en la forma de cuatro cuernos y por detrás como cinco colas que ondeaban peligrosamente en el aire.
—¡¡¡DÉJALA, WARAU!!! —bramó la bestia, que no dudó ni un instante en abalanzarse sobre el marionetista para cornearlo.