23/09/2017, 16:24
El Uchiha hizo caso a Zoku y se recostó sobre la cama, todavía pálido como la cera por el susto que se había llevado. ¿Qué había sido aquella… risa? Cuando la oyó, se había girado a ambos lados en busca del responsable, pero a nadie había hallado. De hecho, en realidad la risa —que cada vez le resultaba más familiar— parecía haber sonado dentro de su cabeza.
Inquieto, se acomodó sobre el colchón, con la almohada algo más grande de lo que le gustaría. Cerró los ojos, obedeciendo las órdenes, pero mucho se temía que no iba a poder cumplir la petición de dormirse. No con aquella luz. No con aquellos nervios. No con…
—Nehan Shōja no Jutsu.
Le hubiese gustado decir que se trasladó al mundo onírico respaldado por Baku, libre de pesadillas y malos sueños. Pero eso hubiese sido la mentira más gorda que había contado en su vida. Y eso que Uchiha Datsue había contado muchas.
Se sentía en calma, en paz, como si de pronto hubiese descubierto que todos sus problemas eran nimiedades y supiese que todo iba a salir bien. Que todo se iba a resolver. El agua le envolvía como el abrazo de una madre, cálido y suave. El suelo, compuesto de arena, se adaptaba a las líneas de su cuerpo. Era como si… Como si estuviese en casa, en el Río del Árbol Sagrado. En la Ribera del Norte, concretamente, a la orilla del río mientras se echaba una siesta. Aquel era su lugar favorito para huir de los tormentos que le afligían. Para refugiarse. Para olvidarse de todo. Allí estaba a salvo. Allí…
Pero no, claro que no estaba a salvo. Porque aquella no era la Ribera del Norte, ni la risa estridente que le despertó pertenecía a su socia, como acostumbraba a ser en el pasado. No, aquella carcajada era mucho más gutural. Más estridente. Más cínica y cruel. Era la risa de…
—Ichibi… —Casi se le para el corazón al verlo.
Un enorme tanuki, que les observaba desde lo alto con los mismos ojos de un perro con la rabia, y cuyas fauces semejaban a un cepo, una trampa mortal para atrapar vidas… cualquier vida.
Datsue se vio dominado por un miedo visceral y primitivo. Un miedo que le encogió el corazón hasta reducirlo al tamaño de una canica, y que le hizo temblar de cabeza a los pies. El Ichibi hablaba, pero el solo hecho de mantenerse en pie ya le costaba una barbaridad, como para aún por encima concentrarse en entender lo que decía. Pero lo fue procesando poco a poco, muy lentamente, hasta que el Ichibi dijo algo que logró despertar su cerebro: su libertad. O la falta de ella, más bien, por culpa de Zoku.
Y el Ichibi les prometió oro. Les ofreció la posibilidad de liberarse. Una oferta de lo más tentadora, sino fuera porque Datsue estaba demasiado asustado como para siquiera interesarse en cualquier cosa que no fuese su seguridad. Agradeció mentalmente que Akame tomase la batuta de la conversación en aquella ocasión, pese a que sus palabras fuesen… demasiado provocadoras para su gusto.
Pero su compañero tenía razón. Los ojos de Datsue recorrieron las anillas metálicas que apresaban al monstruo contra la pared, y por un segundo se permitió respirar. Parecían seguras y firmes. Inamovibles. Tenían que rezar para que siguiesen así.
Inquieto, se acomodó sobre el colchón, con la almohada algo más grande de lo que le gustaría. Cerró los ojos, obedeciendo las órdenes, pero mucho se temía que no iba a poder cumplir la petición de dormirse. No con aquella luz. No con aquellos nervios. No con…
—Nehan Shōja no Jutsu.
Le hubiese gustado decir que se trasladó al mundo onírico respaldado por Baku, libre de pesadillas y malos sueños. Pero eso hubiese sido la mentira más gorda que había contado en su vida. Y eso que Uchiha Datsue había contado muchas.
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Se sentía en calma, en paz, como si de pronto hubiese descubierto que todos sus problemas eran nimiedades y supiese que todo iba a salir bien. Que todo se iba a resolver. El agua le envolvía como el abrazo de una madre, cálido y suave. El suelo, compuesto de arena, se adaptaba a las líneas de su cuerpo. Era como si… Como si estuviese en casa, en el Río del Árbol Sagrado. En la Ribera del Norte, concretamente, a la orilla del río mientras se echaba una siesta. Aquel era su lugar favorito para huir de los tormentos que le afligían. Para refugiarse. Para olvidarse de todo. Allí estaba a salvo. Allí…
Pero no, claro que no estaba a salvo. Porque aquella no era la Ribera del Norte, ni la risa estridente que le despertó pertenecía a su socia, como acostumbraba a ser en el pasado. No, aquella carcajada era mucho más gutural. Más estridente. Más cínica y cruel. Era la risa de…
—Ichibi… —Casi se le para el corazón al verlo.
Un enorme tanuki, que les observaba desde lo alto con los mismos ojos de un perro con la rabia, y cuyas fauces semejaban a un cepo, una trampa mortal para atrapar vidas… cualquier vida.
Datsue se vio dominado por un miedo visceral y primitivo. Un miedo que le encogió el corazón hasta reducirlo al tamaño de una canica, y que le hizo temblar de cabeza a los pies. El Ichibi hablaba, pero el solo hecho de mantenerse en pie ya le costaba una barbaridad, como para aún por encima concentrarse en entender lo que decía. Pero lo fue procesando poco a poco, muy lentamente, hasta que el Ichibi dijo algo que logró despertar su cerebro: su libertad. O la falta de ella, más bien, por culpa de Zoku.
Y el Ichibi les prometió oro. Les ofreció la posibilidad de liberarse. Una oferta de lo más tentadora, sino fuera porque Datsue estaba demasiado asustado como para siquiera interesarse en cualquier cosa que no fuese su seguridad. Agradeció mentalmente que Akame tomase la batuta de la conversación en aquella ocasión, pese a que sus palabras fuesen… demasiado provocadoras para su gusto.
Pero su compañero tenía razón. Los ojos de Datsue recorrieron las anillas metálicas que apresaban al monstruo contra la pared, y por un segundo se permitió respirar. Parecían seguras y firmes. Inamovibles. Tenían que rezar para que siguiesen así.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado