27/07/2015, 02:31
Zetsuo se mostró sorprendido ante la repentina exclamación de Daruu, cuando anunció que se marchaban. Incluso Ayame se sobresaltó con su intervención. ¿Cuándo había vuelto? No había percibido siquiera su presencia, pero al escuchar sus palabras alzó la cabeza con repentino interés.
—¿Una fiesta? —repitió, mirando alternativamente a los dos interlocutores, sin saber muy bien de qué estaba hablando Daruu.
Pero su padre no respondió inmediatamente, miraba a Daruu de hito en hito como si le estudiara, como si estuviera midiendo las palabras que debía pronunciar. ¿Le estaba tomando el pelo o el respeto que esgrimía era real?
—Maldito crío. No me has ofendido, Hanaiko —replicó, al fin, y su tono de voz fue como una losa de mármol—. Pero sobre esa f...
No tuvo tiempo de terminar. Tras revolverle el pelo a su hijo, la voz de Kiroe interrumpió sus palabras. Y las suyas crearon una atmósfera cargada de electricidad estática, un silencio tan tenso que a Ayame le pareció sentir que chisporroteaba por su piel en una desagradable sensación que le hizo contener el aliento y cambiar el peso de su cuerpo de un lado a otro. Miró de soslayo a su padre, que había clavado sus ojos en Kiroe en una especie de competición de miradas. Una competición en la que topó con una pared infranqueable que fue incapaz de sobrepasar con su poder mental.
—¿No te sientes org...? —comenzó a decir, con un hilo de voz, pero Zetsuo le dirigió una mirada que no supo cómo interpretar pero que la sobresaltó de igual manera.
Lo que sí estaba claro era que a cada palabra que formulaba Kiroe, más y más se contraía el rostro de Zetsuo. Si antes parecía amenazar a Daruu, ahora se podría decir que prácticamente estaba deseando asesinar a la mujer que se plantaba ante él con los ojos.
La tensión era tan palpable que podría cortarse fácilmente con el filo de un kunai.
Pero Kiroe había formulado las palabras mágicas, y Kōri dio un paso al frente.
—No nos hará ningún daño quedarnos un poco, padre.
Zetsuo dejó escapar un sonoro suspiro, vencido por la impotencia de lo evidente.
Ayame, que observaba la escena desde una posición más rezagada, se atrevió a sacar una cantimplora de uno de los bolsillos interiores de su kimono y le dio un par de tragos, aliviada de que la situación se hubiese resuelto en cierta manera. Sin embargo, sospechaba que su hermano había sugerido aquello sólo para poder atiborrarse de bollitos sin ningún tipo de impedimento, mientras que su padre se había visto entre la espada y la pared para no defraudar a la confianza de la Arashikage.
Pero aún así, no podía sentirse tranquila. Las palabras intercambiadas entre los adultos, la tensión, los sentimientos cruzados que sentía en aquellos momentos... ¿De verdad la odiaba tanto su padre que no se sentía orgulloso de ella?
—En fin, cuanto antes terminemos con esto mejor. ¿Dónde cojones se celebra esa condenada fiesta?
—¿Una fiesta? —repitió, mirando alternativamente a los dos interlocutores, sin saber muy bien de qué estaba hablando Daruu.
Pero su padre no respondió inmediatamente, miraba a Daruu de hito en hito como si le estudiara, como si estuviera midiendo las palabras que debía pronunciar. ¿Le estaba tomando el pelo o el respeto que esgrimía era real?
—Maldito crío. No me has ofendido, Hanaiko —replicó, al fin, y su tono de voz fue como una losa de mármol—. Pero sobre esa f...
No tuvo tiempo de terminar. Tras revolverle el pelo a su hijo, la voz de Kiroe interrumpió sus palabras. Y las suyas crearon una atmósfera cargada de electricidad estática, un silencio tan tenso que a Ayame le pareció sentir que chisporroteaba por su piel en una desagradable sensación que le hizo contener el aliento y cambiar el peso de su cuerpo de un lado a otro. Miró de soslayo a su padre, que había clavado sus ojos en Kiroe en una especie de competición de miradas. Una competición en la que topó con una pared infranqueable que fue incapaz de sobrepasar con su poder mental.
—¿No te sientes org...? —comenzó a decir, con un hilo de voz, pero Zetsuo le dirigió una mirada que no supo cómo interpretar pero que la sobresaltó de igual manera.
Lo que sí estaba claro era que a cada palabra que formulaba Kiroe, más y más se contraía el rostro de Zetsuo. Si antes parecía amenazar a Daruu, ahora se podría decir que prácticamente estaba deseando asesinar a la mujer que se plantaba ante él con los ojos.
La tensión era tan palpable que podría cortarse fácilmente con el filo de un kunai.
Pero Kiroe había formulado las palabras mágicas, y Kōri dio un paso al frente.
—No nos hará ningún daño quedarnos un poco, padre.
Zetsuo dejó escapar un sonoro suspiro, vencido por la impotencia de lo evidente.
Ayame, que observaba la escena desde una posición más rezagada, se atrevió a sacar una cantimplora de uno de los bolsillos interiores de su kimono y le dio un par de tragos, aliviada de que la situación se hubiese resuelto en cierta manera. Sin embargo, sospechaba que su hermano había sugerido aquello sólo para poder atiborrarse de bollitos sin ningún tipo de impedimento, mientras que su padre se había visto entre la espada y la pared para no defraudar a la confianza de la Arashikage.
Pero aún así, no podía sentirse tranquila. Las palabras intercambiadas entre los adultos, la tensión, los sentimientos cruzados que sentía en aquellos momentos... ¿De verdad la odiaba tanto su padre que no se sentía orgulloso de ella?
—En fin, cuanto antes terminemos con esto mejor. ¿Dónde cojones se celebra esa condenada fiesta?