25/09/2017, 14:43
A Kōtetsu le fue imposible el entender del todo las palabras de su compañero, pues la ventisca no era tan amable como para permitirles conversar. Sin embargo, sus gestos y movimientos le permitieron comprender que se encontraba bien, o que al menos no se había roto nada.
El Hakagurē se acercó y acaricio a la montura de su compañero para que se calmara un poco y pudiesen seguir con su camino, pero aun así la criatura demostraba sentir una negativa a avanzar por donde se había tropezado. Aquello llamo su atención: bestias tan bien entrenadas rechazando el moverse por un sitio cualquiera. Como interesado, su propio reno se acercó hasta donde estaba de pie y comenzó a olisquear el suelo. Bien pudo simplemente ignorarlos y continuar, pero los instintos animales otorgados por la naturaleza eran algo muy a tomar en cuenta cuando se estaban enfrentando a la misma.
Curioso, se acercó hasta el sitio que estaba siendo olfateado y lo piso con cautela. Pudo sentir una especie de ligera elevación, como cuando una raíz rebelde comienza a levantar el suelo… Pero aquello resultaba extraño, pues aunque no era un experto, era obvio que en aquel sitio no había árboles y jamás los habría con semejantes condiciones. Cautivado por aquella peculiaridad, comenzó a remover la nieve con sus entumecidas manos, como si esperase encontrar algún tesoro o artefacto misterioso, tal como solía ocurrir en aquellas románticas novelas sobre exploradores y civilizaciones perdidas. Pero lo cierto es que no encontró nada similar a un duro metal precioso, sino algo medianamente blando. En aquel punto sintió crecer la decepción, pues su mente ya estaba suponiendo que podría tratarse del cadáver de algún animal muerto hacia poco. ¡La muerte del misterio y la aventura! Sin embargo, al remover un buen cumulo de nieve percibió algo tan blanco y puro que se mimetizaba con la misma… Era largo y suave, era cabello… cabello humano.
Si su rostro no hubiese estado parcialmente paralizado por el frio, habría hecho la mayor expresión de sorpresa de toda su corta vida; se había encontrado con un cadáver humano, tenía que ser aquello.
Le hizo un gesto urgente a Keisuke para que se acercara a ayudarle con su misteriosa empresa. No sabía cómo podía reaccionar el muchacho, pero no perdería tiempo pensando en ello. Necesitaba seguir excavando, descubriendo aquel cuerpo inerte. De a poco se iba revelando una figura femenina que yacía acostada boca abajo. El Hakagurē entono una leve plegaria y pidió ayuda a su compañero para poder desenterrarla completamente.
—¡Ayudame a sacarla Keisuke-san! —El de ojos grises sentía que lo mínimo que podían hacer era llevar su cuerpo al pueblo para que le hicieran los adecuados ritos mortuorios.
El Hakagurē se acercó y acaricio a la montura de su compañero para que se calmara un poco y pudiesen seguir con su camino, pero aun así la criatura demostraba sentir una negativa a avanzar por donde se había tropezado. Aquello llamo su atención: bestias tan bien entrenadas rechazando el moverse por un sitio cualquiera. Como interesado, su propio reno se acercó hasta donde estaba de pie y comenzó a olisquear el suelo. Bien pudo simplemente ignorarlos y continuar, pero los instintos animales otorgados por la naturaleza eran algo muy a tomar en cuenta cuando se estaban enfrentando a la misma.
Curioso, se acercó hasta el sitio que estaba siendo olfateado y lo piso con cautela. Pudo sentir una especie de ligera elevación, como cuando una raíz rebelde comienza a levantar el suelo… Pero aquello resultaba extraño, pues aunque no era un experto, era obvio que en aquel sitio no había árboles y jamás los habría con semejantes condiciones. Cautivado por aquella peculiaridad, comenzó a remover la nieve con sus entumecidas manos, como si esperase encontrar algún tesoro o artefacto misterioso, tal como solía ocurrir en aquellas románticas novelas sobre exploradores y civilizaciones perdidas. Pero lo cierto es que no encontró nada similar a un duro metal precioso, sino algo medianamente blando. En aquel punto sintió crecer la decepción, pues su mente ya estaba suponiendo que podría tratarse del cadáver de algún animal muerto hacia poco. ¡La muerte del misterio y la aventura! Sin embargo, al remover un buen cumulo de nieve percibió algo tan blanco y puro que se mimetizaba con la misma… Era largo y suave, era cabello… cabello humano.
Si su rostro no hubiese estado parcialmente paralizado por el frio, habría hecho la mayor expresión de sorpresa de toda su corta vida; se había encontrado con un cadáver humano, tenía que ser aquello.
Le hizo un gesto urgente a Keisuke para que se acercara a ayudarle con su misteriosa empresa. No sabía cómo podía reaccionar el muchacho, pero no perdería tiempo pensando en ello. Necesitaba seguir excavando, descubriendo aquel cuerpo inerte. De a poco se iba revelando una figura femenina que yacía acostada boca abajo. El Hakagurē entono una leve plegaria y pidió ayuda a su compañero para poder desenterrarla completamente.
—¡Ayudame a sacarla Keisuke-san! —El de ojos grises sentía que lo mínimo que podían hacer era llevar su cuerpo al pueblo para que le hicieran los adecuados ritos mortuorios.