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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ayame corrió. Corrió como nunca antes lo había hecho. Corrió con toda la fuerza de sus piernas y con toda la rapidez que era capaz de alcanzar. Sorteó algún que otro obstáculo, saltó alguna tubería que se había soltado de su estructura, pasó a través de huecos tan estrechos que sería imposible para cualquier persona que no fuera Hōzuki e incluso utilizó la caminata vertical para sobrepasar los muros de escombros que se interponían en su camino.

Y al fin los vio. Warau buscaba algo en el suelo. Mogura se acercaba a él, captando su atención y Shanise se abalanzaba sobre el marionetista aprovechando su distracción. Pero, sobre todo, vio un sutil destello a cinco metros de ella. Ayame se abalanzó sobre él y lo tomó entre sus manos. Era un colgante. Un pequeño reloj de arena dorado que colgaba de una fina cadena de metal. Podría haber pasado por una alhaja cualquiera, si no fuera por la extraña niebla verde que se arremolinaba dentro del reloj.

«Es... parecida a la energía del hilo.» Meditaba Ayame, fascinada por la belleza del artilugio.

«¡Es el Amuleto del Reinicio, señorita! ¡Rápido, por favor, destrúyalo! ¡Destrúyalo! Un ataque normal no bastará, tendrá que dar todo de sí.»

Ayame ahogó una exclamación. ¡El Amuleto del Reinicio! ¡Aquel era el colgante que había estado utilizando Warau para reiniciar el mundo una y otra vez! Un amuleto para crear un mundo idílico... Un mundo con las antiguas aldeas... Un mundo en paz... Un mundo con su querida Kirigakure... Con los Bijū libres... Con su padre, su hermano... y su madre... Un mundo con Daruu... Un mundo sin Warau...

Ayame tragó saliva.

—¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!! —sollozó La Risa.

Y entonces hizo lo que tenía que hacer.

Aferró el Amuleto del Reinicio con fuerza entre sus manos, y el chakra blanco se condensó alrededor de su cuerpo. Sus rasgos faciales dejaron de ser visibles. El aire hirvió a su alrededor y el peso de su propia energía la obligó a apoyarse sobre sus cuatro extremidades. Tomó el amuleto con una de las colas que se había materializado tras su espalda y, con un terrible bramido que reverberó entre todos y cada uno de los edificios de la Ciudad Fantasma, lo lanzó con todas su fuerzas hacia arriba. El colgante ascendió y ascendió hasta perderse de vista. Y Ayame abrió sus fauces. El aire vibró con fuerza cuando reunió absolutamente todo el chakra en una colosal esfera que, aún comprimida al máximo, debía de medir unos buenos diez metros de diámetro... Y entonces disparó.

La bomba salió propulsada y recorrió el aire con un escalofriante silbido supersónico. En algún momento de su recorrido, engulló el colgante y siguió ascendiendo sin descanso en altura. A los ojos de los terrestres, la esfera se fue haciendo paulatinamente más y más pequeña. Hasta apenas convertirse en una débil estrella en el cielo.

Y, de repente, la noche se hizo día.

El fulgor, blanco como la nieve e intenso como una estrella, se vio acompañado por el atronador estallido. La onda expansiva barrió las nubes del cielo, dejando a la vista una enorme luna menguante, y sacudió con violencia los cuerpos de los que estaban observando la escena desde el plano terrenal...



. . .



Ayame hundió los hombros y después alzó la mirada hacia Kokuō. Castaño contra aguamarina. Las hojas de otoño seguían danzando a su alrededor, y se obligó a esbozar una sonrisa.

—Está hecho, Kokuō-san. El Amuleto ha sido destruido —se interrumpió un momento, la sonrisa se borró de sus labios y algo dentro de su pecho se retorció de dolor—. Q... ¿Qué va a pasar ahora...? —preguntó, con un hilo de voz.

Aunque algo dentro de ella no quería saber la respuesta a aquella pregunta.
[Imagen: kQqd7V9.png]
Sprite por Karvistico.


—Habitación de Ayame: Link

No respondo dudas por MP.
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RE: (S) Los hilos del mundo: tercer hilo - por Aotsuki Ayame - 25/09/2017, 16:06


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