25/09/2017, 16:51
La enorme explosión inundó la noche de luz diurna y se extendió tanto que incluso arrancó los pedazos superiores de los rascacielos más altos y los pulverizó. La onda expansiva los aplastó contra el asfalto. El cuerpo de madera de Warau se empezó a desgranar en pequeñas virutas cuando el equipo de tres perdió el conocimiento.
—N-no... No es justo... ¡Casi lo tenía! ¡Casi lo tuve!
—Nunca lo tuviste del todo, no obstante. Y nunca lo tendrás. No se puede jugar con la realidad.
Warau, sobresaltado, levantó la vista. Había un hombre con túnica, sentado en una tubería de metal, al lado del cuerpo de Mogura. Se podía decir que casi brillaba con luz propia.
—Tú... ¿pero cómo?
Nara Katou le devolvió la mirada y sonrió.
—No lo sé. Pero lo que sí sé... Es que a partir de ahora, no seré yo.
—¿Y qué será... de mí?
—Tampoco serás tú —afirmó Rikudou-sennin con rotundidad—. Oh, no te preocupes. Serás. En esta realidad, no en la tuya. Por primera vez, harás lo que el resto tuvo que hacer. Reiniciarás.
En el interior de la dimensión del Gobi, la Ayame adulta también había empezado a deshacerse. Sólo que hasta ahora no se había dado cuenta.
—Ahora, nosotras nos iremos. Juntas. Y dejaremos de... Ser.
Las lágrimas caían desde sus ojos y humedecían las ojas secas.
—Pero no todo está tan mal. Ya está hecho. El Amuleto del Reinicio se ha roto. Esta realidad podrá al fin vivir en paz. Y ella también podrá hacerlo... —Señaló con el hocico a Ayame, la niña, que dormía plácidamente.
Sólo entonces, Ayame se dio cuenta de que la jaula había desaparecido. Kokuo se acercó y se acurrucó con ella. También se estaba desgranando. Se había acabado su era. Al fin.
—Espero que les vaya bien... Espero que sí, de verdad...
Cuando el desgaste llegó al lomo del Gobi, y se sintió a si misma desaparecer, sólo en ese instante, vislumbró otra jaula, en la que dormía otro Gobi, diez metros más allá, al final del claro.
—Dígame, señorita, ¿crees que ellas podrán también hacerse tan amigas como nosotras...?
Ayame había tenido un sueño muy extraño. Se encontraba en un lugar lejano, en los picos de una montaña altísima. Apoyada sobre una tablilla de piedra, se había sentado a disfrutar de un momento de relajación tras el largo viaje. De pronto, había sentido la tablilla desaparecer, y se sentía cayendo hacia atrás, y...
...se había despertado de un sobresalto. Le dolía la cabeza una barbaridad. Estaba amaneciendo, y los rayos del sol caían sobre ella sin filtro alguno: las nubes no poblaban el cielo del País de la Tormenta.
Shanise estaba junto a ella. Le ofrecía la mano.
—Vamos, pequeña. El malo ha muerto. El hilo desapareció cuando rompiste ese cacharro. Misión cumplida. ¡Vamos a despertar a Mogura! Para variar, está haciendo el holgazán.
Ayame estaba confusa. ¿Qué había pasado?
Ah. Ahora lo recordaba.
Cuando habían llegado allí, se habían encontrado con un hombre de pelo castaño corto. O al menos, eso es lo que más tarde todos recordarían. El hombre había electrocutado a Shanise, y ella se había enfadado muchísimo. Y había perdido el control sobre el bijuu. Y... Y...
Al parecer, había roto algo que fue clave para la derrota del enemigo.
Allí estaba en el suelo: el hombre de pelo castaño. Tenía una katana clavada en el centro del pecho.
—El maldito diablo era un marionetista experto, pero conseguimos engañarle. Ayame, ha sido impresionante. Porque, te acordarás, ¿no?
Shanise tuvo un instante de silencio.
—¡Te transformaste en el bijuu y le diste una buena tunda a un zorro gigante que este tipo invocó! Todavía tienes un vestigio de la transformación, mira,
tu ojo. —Shanise se inclinó. Ayame se vio en el reflejo de la bandana. Sí, su ojo derecho tenía una ojera roja y era de color aguamarina. Fue consciente de que ese ojo estaba... ¿Llorando?
Shanise se acercó a Mogura y lo movió un poco con la pierna. No se despertó. Hizo tres sellos y le lanzó un Mizurappa.
Aquél día, todo Oonindo olvidó los vestigios del pasado que, gracias al conducto entre realidades provocado por el Amuleto del Reinicio, se había creado hace demasiado, demasiado tiempo. El Hombre de la Risa era un concepto desconocido para ellos. Todo el mundo fue lo que debió ser.
Ciertos shinobi de Kusagakure olvidarían a un tal Taiho. En su lugar, en su mente, recordarían haber eliminado a un villano llamado Kunmo, un Yotsuki de cabello largo y negro sin un rostro carismático que registrar en sus memorias...
La realidad que conocemos vivió tranquila y en paz, sin que fantasmas de otros mundos pudiesen interferir en ella. Para bien... o para mal.
Pronto, los acontecimientos que en ese instante parecían menores sacudirían la estabilidad política y militar de todo Oonindo. Con la muerte de Gouna, el status quo se había resquebrajado.
Y en algún lugar de algún país del continente, alguien extrajo una muela de un modo particularmente violento.
—¿Que no vas a cantar, amigo? Oh... Estás muy equivocado. Dirás lo que quiero oir, porque hasta que no lo hagas, no te dejarán salir de aquí.
»Y todo el que entra en mi mazmorra, se convierte en mi pequeño juguete. Kishishishi...
—N-no... No es justo... ¡Casi lo tenía! ¡Casi lo tuve!
—Nunca lo tuviste del todo, no obstante. Y nunca lo tendrás. No se puede jugar con la realidad.
Warau, sobresaltado, levantó la vista. Había un hombre con túnica, sentado en una tubería de metal, al lado del cuerpo de Mogura. Se podía decir que casi brillaba con luz propia.
—Tú... ¿pero cómo?
Nara Katou le devolvió la mirada y sonrió.
—No lo sé. Pero lo que sí sé... Es que a partir de ahora, no seré yo.
—¿Y qué será... de mí?
—Tampoco serás tú —afirmó Rikudou-sennin con rotundidad—. Oh, no te preocupes. Serás. En esta realidad, no en la tuya. Por primera vez, harás lo que el resto tuvo que hacer. Reiniciarás.
. . .
En el interior de la dimensión del Gobi, la Ayame adulta también había empezado a deshacerse. Sólo que hasta ahora no se había dado cuenta.
—Ahora, nosotras nos iremos. Juntas. Y dejaremos de... Ser.
Las lágrimas caían desde sus ojos y humedecían las ojas secas.
—Pero no todo está tan mal. Ya está hecho. El Amuleto del Reinicio se ha roto. Esta realidad podrá al fin vivir en paz. Y ella también podrá hacerlo... —Señaló con el hocico a Ayame, la niña, que dormía plácidamente.
Sólo entonces, Ayame se dio cuenta de que la jaula había desaparecido. Kokuo se acercó y se acurrucó con ella. También se estaba desgranando. Se había acabado su era. Al fin.
—Espero que les vaya bien... Espero que sí, de verdad...
Cuando el desgaste llegó al lomo del Gobi, y se sintió a si misma desaparecer, sólo en ese instante, vislumbró otra jaula, en la que dormía otro Gobi, diez metros más allá, al final del claro.
—Dígame, señorita, ¿crees que ellas podrán también hacerse tan amigas como nosotras...?
. . .
Ayame había tenido un sueño muy extraño. Se encontraba en un lugar lejano, en los picos de una montaña altísima. Apoyada sobre una tablilla de piedra, se había sentado a disfrutar de un momento de relajación tras el largo viaje. De pronto, había sentido la tablilla desaparecer, y se sentía cayendo hacia atrás, y...
...se había despertado de un sobresalto. Le dolía la cabeza una barbaridad. Estaba amaneciendo, y los rayos del sol caían sobre ella sin filtro alguno: las nubes no poblaban el cielo del País de la Tormenta.
Shanise estaba junto a ella. Le ofrecía la mano.
—Vamos, pequeña. El malo ha muerto. El hilo desapareció cuando rompiste ese cacharro. Misión cumplida. ¡Vamos a despertar a Mogura! Para variar, está haciendo el holgazán.
Ayame estaba confusa. ¿Qué había pasado?
Ah. Ahora lo recordaba.
Cuando habían llegado allí, se habían encontrado con un hombre de pelo castaño corto. O al menos, eso es lo que más tarde todos recordarían. El hombre había electrocutado a Shanise, y ella se había enfadado muchísimo. Y había perdido el control sobre el bijuu. Y... Y...
Al parecer, había roto algo que fue clave para la derrota del enemigo.
Allí estaba en el suelo: el hombre de pelo castaño. Tenía una katana clavada en el centro del pecho.
—El maldito diablo era un marionetista experto, pero conseguimos engañarle. Ayame, ha sido impresionante. Porque, te acordarás, ¿no?
Shanise tuvo un instante de silencio.
—¡Te transformaste en el bijuu y le diste una buena tunda a un zorro gigante que este tipo invocó! Todavía tienes un vestigio de la transformación, mira,
tu ojo. —Shanise se inclinó. Ayame se vio en el reflejo de la bandana. Sí, su ojo derecho tenía una ojera roja y era de color aguamarina. Fue consciente de que ese ojo estaba... ¿Llorando?
Shanise se acercó a Mogura y lo movió un poco con la pierna. No se despertó. Hizo tres sellos y le lanzó un Mizurappa.
. . .
Aquél día, todo Oonindo olvidó los vestigios del pasado que, gracias al conducto entre realidades provocado por el Amuleto del Reinicio, se había creado hace demasiado, demasiado tiempo. El Hombre de la Risa era un concepto desconocido para ellos. Todo el mundo fue lo que debió ser.
Ciertos shinobi de Kusagakure olvidarían a un tal Taiho. En su lugar, en su mente, recordarían haber eliminado a un villano llamado Kunmo, un Yotsuki de cabello largo y negro sin un rostro carismático que registrar en sus memorias...
La realidad que conocemos vivió tranquila y en paz, sin que fantasmas de otros mundos pudiesen interferir en ella. Para bien... o para mal.
Pronto, los acontecimientos que en ese instante parecían menores sacudirían la estabilidad política y militar de todo Oonindo. Con la muerte de Gouna, el status quo se había resquebrajado.
Y en algún lugar de algún país del continente, alguien extrajo una muela de un modo particularmente violento.
—¿Que no vas a cantar, amigo? Oh... Estás muy equivocado. Dirás lo que quiero oir, porque hasta que no lo hagas, no te dejarán salir de aquí.
»Y todo el que entra en mi mazmorra, se convierte en mi pequeño juguete. Kishishishi...
Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es