25/09/2017, 19:42
—Ahora, nosotras nos iremos. Juntas. Y dejaremos de... Ser.
Ayame ahogó un sollozo. El cuerpo de Kokuo es estaba desprendiendo en pequeñas virutas de energía, y cuando se miró las manos, vio que a ella le estaba sucediendo algo similar.
En realidad, algo dentro de ella sabía que ese era su destino desde el momento en el que había aparecido allí. Tal y como había dicho Kokuo, aquella no era su realidad. Ellas no pertenecían a aquel tiempo. Pero saber eso no lo hacía menos doloroso.
Las lágrimas volvieron a aflorar en sus ojos. En sus ojos y en los de Kokuo. Y estas humedecieron las hojas marchitas del suelo...
—Pero no todo está tan mal. Ya está hecho. El Amuleto del Reinicio se ha roto. Esta realidad podrá al fin vivir en paz. Y ella también podrá hacerlo... —El Gobi señaló a la Ayame del presente con el hocico. Y la Ayame del pasado asintió, con un doloroso nudo en la garganta.
De repente se dio cuenta de que la jaula que encerraba al Gobi había desaparecido. Por primera vez, la jinchuriki y la bestia se encontraron cara a cara sin ataduras de por medio. Y Ayame se abrazó al pelaje de Kokuo sin dejar de llorar mientras seguían desapareciendo sin remedio...
—Espero que les vaya bien... Espero que sí, de verdad... — añadió Kokuo.
Y cuando estaban a punto de terminar de desvanecerse, pudieron ver al final del claro otra jaula con otro Gobi encerrado como lo había estado Kokuo segundos atrás. El Kokuo del presente que pertenecía a la Ayame del presente.
—Dígame, señorita, ¿crees que ellas podrán también hacerse tan amigas como nosotras...?
—Espero que sí... Oh, de verdad espero que sí —respondió Ayame, justo antes de que su cuerpo se desvaneciera por completo. La energía se disipó en el espacio y una última lágrima cayó entre las hojas—.
El Agua se había evaporado.
Ayame se despertó sobresaltada, con la sensación de que se estaba cayendo de algún sitio... pero enseguida comprobó que no había sido más que un sueño y se arrepintió de haberse movido. Con un débil gemido de dolor, se llevó una mano a la cabeza. Se sentía como si le hubiesen pegado un martillazo. Para más inri, el sol caía a plomo sobre la Ciudad Fantasma.
«Mal augurio...» Fue lo primero que pensó su aturdida mente.
Para su sorpresa, cerca de ella se alzaba una mujer que le tendía una mano. Una mujer que, pese a las distancias de rangos que existían entre ellas, durante aquella misión se había convertido en una especie de hermana mayor para ella.
—Shanise-senpai... —balbuceó, antes de extender su propia mano, aceptar el gesto y reincorporarse, tambaleante.
—Vamos, pequeña. El malo ha muerto. El hilo desapareció cuando rompiste ese cacharro. Misión cumplida. ¡Vamos a despertar a Mogura! Para variar, está haciendo el holgazán.
—Eh... ¿Qué...? —Ayame parpadeó, confundida.
Y entonces su mente despertó del todo. Recordaba que, después de hablar sobre sus capacidades y de establecer algunas estrategias militares, los tres se habían adentrado en la Ciudad Fantasma. Recordaba que, según se iban acercando al hilo un hombre las atacó, consiguió atrapar a Shanise y entonces empezó a electrocutarla con una técnica de Raiton. Recordaba haberse enfurecido como nunca antes lo había hecho...
Y entonces...
Y entonces...
¿Qué había pasado después...? ¿De qué cacharro estaba hablando? Fuera como fuese, parecía que lo había destruido, y con ello el hilo había desaparecido.
Y allí estaba él. El hombre de cabellos castaños y cortos que las había atacado. Ayame no mantuvo la mirada sobre él demasiado tiempo. La visión del cadáver con la espada atravesándole el pecho era de todo menos agradable y le revolvía el estómago.
—El maldito diablo era un marionetista experto, pero conseguimos engañarle. Ayame, ha sido impresionante. Porque, te acordarás, ¿no?
Ayame no respondió. En su lugar torció el gesto, intercambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Porque lo cierto, y para su completa exasperación, era que no recordaba nada después de esa furia que la había invadido. Y Shanise pareció darse cuenta porque añadió:
—¡Te transformaste en el bijuu y le diste una buena tunda a un zorro gigante que este tipo invocó! Todavía tienes un vestigio de la transformación, mira, tu ojo.
—¡Espera! ¡¿QUÉ?! —exclamó, y de la misma estupefacción su voz se contrajo en un gallo. Sin embargo, la mujer se inclinó hacia ella, y Ayame pudo ver su propio reflejo en la bandana de su superiora.
Y casi se cayó de culo al suelo.
Porque, tal y como le había avisado Shanise, el iris de su ojo izquierdo era ahora de un inquietante color aguamarina y su párpado inferior se había teñido el color de la sangre. No se había dado cuenta hasta ahora, pero una lágrima se había desbordado de aquel mismo ojo y rodaba ahora por su mejilla. Sobresaltada, Ayame se enjugó la lágrima, y cuando volvió a mirarse en la bandana de Shanise, sus ojos habían vuelto a su color castaño natural.
Shanise se alejó de ella, dirigiéndose ahora hacia su compañero dormido.
Pero, hablando de reflejos...
—¡AAAAAAHHHHHH! —chilló, exaltada. Pegó un súbito brinco, y miró a su alrededor con desesperación acumulada. Pero lo que estaba buscando se encontraba atado en su brazo, y Ayame no tardó ni diez segundos en arrancársela del brazo y volverla a anudar donde le correspondía.
¿¡Pero cuándo se había quitado la bandana de la frente?!
Ayame ahogó un sollozo. El cuerpo de Kokuo es estaba desprendiendo en pequeñas virutas de energía, y cuando se miró las manos, vio que a ella le estaba sucediendo algo similar.
En realidad, algo dentro de ella sabía que ese era su destino desde el momento en el que había aparecido allí. Tal y como había dicho Kokuo, aquella no era su realidad. Ellas no pertenecían a aquel tiempo. Pero saber eso no lo hacía menos doloroso.
Las lágrimas volvieron a aflorar en sus ojos. En sus ojos y en los de Kokuo. Y estas humedecieron las hojas marchitas del suelo...
—Pero no todo está tan mal. Ya está hecho. El Amuleto del Reinicio se ha roto. Esta realidad podrá al fin vivir en paz. Y ella también podrá hacerlo... —El Gobi señaló a la Ayame del presente con el hocico. Y la Ayame del pasado asintió, con un doloroso nudo en la garganta.
De repente se dio cuenta de que la jaula que encerraba al Gobi había desaparecido. Por primera vez, la jinchuriki y la bestia se encontraron cara a cara sin ataduras de por medio. Y Ayame se abrazó al pelaje de Kokuo sin dejar de llorar mientras seguían desapareciendo sin remedio...
—Espero que les vaya bien... Espero que sí, de verdad... — añadió Kokuo.
Y cuando estaban a punto de terminar de desvanecerse, pudieron ver al final del claro otra jaula con otro Gobi encerrado como lo había estado Kokuo segundos atrás. El Kokuo del presente que pertenecía a la Ayame del presente.
—Dígame, señorita, ¿crees que ellas podrán también hacerse tan amigas como nosotras...?
—Espero que sí... Oh, de verdad espero que sí —respondió Ayame, justo antes de que su cuerpo se desvaneciera por completo. La energía se disipó en el espacio y una última lágrima cayó entre las hojas—.
"Adiós..."
El Agua se había evaporado.
. . .
Ayame se despertó sobresaltada, con la sensación de que se estaba cayendo de algún sitio... pero enseguida comprobó que no había sido más que un sueño y se arrepintió de haberse movido. Con un débil gemido de dolor, se llevó una mano a la cabeza. Se sentía como si le hubiesen pegado un martillazo. Para más inri, el sol caía a plomo sobre la Ciudad Fantasma.
«Mal augurio...» Fue lo primero que pensó su aturdida mente.
Para su sorpresa, cerca de ella se alzaba una mujer que le tendía una mano. Una mujer que, pese a las distancias de rangos que existían entre ellas, durante aquella misión se había convertido en una especie de hermana mayor para ella.
—Shanise-senpai... —balbuceó, antes de extender su propia mano, aceptar el gesto y reincorporarse, tambaleante.
—Vamos, pequeña. El malo ha muerto. El hilo desapareció cuando rompiste ese cacharro. Misión cumplida. ¡Vamos a despertar a Mogura! Para variar, está haciendo el holgazán.
—Eh... ¿Qué...? —Ayame parpadeó, confundida.
Y entonces su mente despertó del todo. Recordaba que, después de hablar sobre sus capacidades y de establecer algunas estrategias militares, los tres se habían adentrado en la Ciudad Fantasma. Recordaba que, según se iban acercando al hilo un hombre las atacó, consiguió atrapar a Shanise y entonces empezó a electrocutarla con una técnica de Raiton. Recordaba haberse enfurecido como nunca antes lo había hecho...
Y entonces...
Y entonces...
¿Qué había pasado después...? ¿De qué cacharro estaba hablando? Fuera como fuese, parecía que lo había destruido, y con ello el hilo había desaparecido.
Y allí estaba él. El hombre de cabellos castaños y cortos que las había atacado. Ayame no mantuvo la mirada sobre él demasiado tiempo. La visión del cadáver con la espada atravesándole el pecho era de todo menos agradable y le revolvía el estómago.
—El maldito diablo era un marionetista experto, pero conseguimos engañarle. Ayame, ha sido impresionante. Porque, te acordarás, ¿no?
Ayame no respondió. En su lugar torció el gesto, intercambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Porque lo cierto, y para su completa exasperación, era que no recordaba nada después de esa furia que la había invadido. Y Shanise pareció darse cuenta porque añadió:
—¡Te transformaste en el bijuu y le diste una buena tunda a un zorro gigante que este tipo invocó! Todavía tienes un vestigio de la transformación, mira, tu ojo.
—¡Espera! ¡¿QUÉ?! —exclamó, y de la misma estupefacción su voz se contrajo en un gallo. Sin embargo, la mujer se inclinó hacia ella, y Ayame pudo ver su propio reflejo en la bandana de su superiora.
Y casi se cayó de culo al suelo.
Porque, tal y como le había avisado Shanise, el iris de su ojo izquierdo era ahora de un inquietante color aguamarina y su párpado inferior se había teñido el color de la sangre. No se había dado cuenta hasta ahora, pero una lágrima se había desbordado de aquel mismo ojo y rodaba ahora por su mejilla. Sobresaltada, Ayame se enjugó la lágrima, y cuando volvió a mirarse en la bandana de Shanise, sus ojos habían vuelto a su color castaño natural.
Shanise se alejó de ella, dirigiéndose ahora hacia su compañero dormido.
Pero, hablando de reflejos...
—¡AAAAAAHHHHHH! —chilló, exaltada. Pegó un súbito brinco, y miró a su alrededor con desesperación acumulada. Pero lo que estaba buscando se encontraba atado en su brazo, y Ayame no tardó ni diez segundos en arrancársela del brazo y volverla a anudar donde le correspondía.
¿¡Pero cuándo se había quitado la bandana de la frente?!