25/09/2017, 19:27
(Última modificación: 25/09/2017, 19:28 por Uchiha Akame.)
El debate entre Akame y Datsue se había convertido en una lucha de dagas voladoras en forma de palabras. A priori el más joven tenía las de ganar en aquel terreno; su lengua de plata e inteligencia sin par no tenían rival en toda la maldita Aldea. Pero Akame exhibía una determinación férrea, de esa clase que sólo se puede tener cuando uno está completamente convencido de que tiene la razón.
Así, los intercambios se iban sucediendo y a cada argumento de uno, el otro replicaba.
—Yo digo que el poder de un bijuu es suficiente para vencer a Zoku.
—Supongo que lo dices por tus extensos conocimientos en bijuuología. ¡Es un maldito Kage! ¡Un Kage!
—¿Y luego qué? Luego nos convertiremos en los putos héroes. ¿En unos parias? ¡Y una mierda!
—Claro, ¡porque ¿quién no querría tener a su lado a los dos jinchuuriki que mataron a su propio Kage de forma premeditada?!
—¿No querías ascender? ¿No querías tomar más responsabilidades? Pues te digo algo, hacemos esto, y en un par de años, como mucho, Sarutobi Hanabi o quien sea que tome el mando, te cede el sombrero a ti.
—Eso será si duramos tanto con la cabeza sobre los hombros.
—Akame el Uzukage. Suena bien, ¿eh?
El Uchiha se acercó a su compadre, cogiéndole del brazo.
—¿Quieres que te diga lo que me suena bien? Akame el shinobi que vivió. ¿Qué tal te suena a ti Datsue el ejecutado por traición?
—Pero no lo haremos por eso. No por el poder. Lo haremos por la Villa. Por la gente que queremos. Por tu querida novia.
Esa vez, Akame no contestó.
—O es que ya te has olvidado de Koko, ¿eh? Por mucho que su familia la haya echado, por sus venas sigue corriendo la sangre Sakamoto. ¿Y quiénes eran los principales opositores a Zoku? ¿Quiénes fueron los que más fuerza hicieron para que Yakisoba saliese ganador?
El Uchiha volvió a callar, porque ya conocía la respuesta.
Datsue siguió hablando, hablando de cómo inevitablemente en algún momento los Sakamoto ocuparían el primer lugar en la lista de indeseables del Uzukage. Akame sabía que era cierto; la familia de Koko —aunque sólo lo fuesen por sangre— se había opuesto fervientemente a la carrera política de Zoku, apoyando de forma pública a Yakisoba. Ahora uno de ellos era Uzukage y el otro estaba criando malvas. Eso sólo podía significar una cosa.
Lo que ocurrió después fue como los actos intermedios de una gran obra para el Uchiha. Cuando el Ichibi rompió el Saimingan de Datsue. Cuando Zoku hizo aparición en escena, sincerándose —esa vez, sí— con ellos. Todo sucedió como en un segundo plano de consciencia, tras las cámaras, eclipsados por la escena principal.
Akame recordó su primer beso con ella, en el Valle de los Dojos durante el Torneo. Parecía que hubiese ocurrido hacía una eternidad, como un sueño lejano y difuso que evocó, tras de sí, otros de sus muchos encuentros posteriores. Casi pudo sentir el calor de sus labios, el suave roce de su piel en la espalda. Sus ojos, tan particulares, que parecían saber excavar en lo más hondo de él.
Kageyama Koko era la única persona viva —además de Datsue— a la que Akame había dejado pasar a su fortín interior. A su bastión personal hecho de muros de fría calma y absoluta disciplina. Ella se había convertido en el faro que le guiaba por la noche. En la confidente con la que compartía sus preocupaciones, tropiezos y caídas.
También oyo la voz de su maestra Kunie. La reconoció al instante, como también ubicó el momento y el lugar de sus palabras. Se remontaba a muchos años atrás, cuando la astuta ninja le había regalado una valiosa lección.
Cuando Zoku le miró directamente a los ojos, pronunciando aquella frase cargada de significado, Akame agachó la cabeza.
Si las manos del Uzukage temblaban, más lo hacían las del gennin, ahora cerradas en huesudos puños. De sus labios fruncidos por la pura tensión se escapó un susurro apenas inteligible, pero que todos pudieron oír.
—Ichibi-san...
Sin alzar la mirada, con el rostro casi oculto por los flequillos de pelo negro que se cernían sobre él, Akame pronunció una sola frase con el corazón repleto de oscuridad y la mirada teñida de sangre.
—He cambiado de opinión.
Así, los intercambios se iban sucediendo y a cada argumento de uno, el otro replicaba.
—Yo digo que el poder de un bijuu es suficiente para vencer a Zoku.
—Supongo que lo dices por tus extensos conocimientos en bijuuología. ¡Es un maldito Kage! ¡Un Kage!
—¿Y luego qué? Luego nos convertiremos en los putos héroes. ¿En unos parias? ¡Y una mierda!
—Claro, ¡porque ¿quién no querría tener a su lado a los dos jinchuuriki que mataron a su propio Kage de forma premeditada?!
—¿No querías ascender? ¿No querías tomar más responsabilidades? Pues te digo algo, hacemos esto, y en un par de años, como mucho, Sarutobi Hanabi o quien sea que tome el mando, te cede el sombrero a ti.
—Eso será si duramos tanto con la cabeza sobre los hombros.
—Akame el Uzukage. Suena bien, ¿eh?
El Uchiha se acercó a su compadre, cogiéndole del brazo.
—¿Quieres que te diga lo que me suena bien? Akame el shinobi que vivió. ¿Qué tal te suena a ti Datsue el ejecutado por traición?
—Pero no lo haremos por eso. No por el poder. Lo haremos por la Villa. Por la gente que queremos. Por tu querida novia.
Esa vez, Akame no contestó.
—O es que ya te has olvidado de Koko, ¿eh? Por mucho que su familia la haya echado, por sus venas sigue corriendo la sangre Sakamoto. ¿Y quiénes eran los principales opositores a Zoku? ¿Quiénes fueron los que más fuerza hicieron para que Yakisoba saliese ganador?
El Uchiha volvió a callar, porque ya conocía la respuesta.
Datsue siguió hablando, hablando de cómo inevitablemente en algún momento los Sakamoto ocuparían el primer lugar en la lista de indeseables del Uzukage. Akame sabía que era cierto; la familia de Koko —aunque sólo lo fuesen por sangre— se había opuesto fervientemente a la carrera política de Zoku, apoyando de forma pública a Yakisoba. Ahora uno de ellos era Uzukage y el otro estaba criando malvas. Eso sólo podía significar una cosa.
Lo que ocurrió después fue como los actos intermedios de una gran obra para el Uchiha. Cuando el Ichibi rompió el Saimingan de Datsue. Cuando Zoku hizo aparición en escena, sincerándose —esa vez, sí— con ellos. Todo sucedió como en un segundo plano de consciencia, tras las cámaras, eclipsados por la escena principal.
«Koko-chan»
Akame recordó su primer beso con ella, en el Valle de los Dojos durante el Torneo. Parecía que hubiese ocurrido hacía una eternidad, como un sueño lejano y difuso que evocó, tras de sí, otros de sus muchos encuentros posteriores. Casi pudo sentir el calor de sus labios, el suave roce de su piel en la espalda. Sus ojos, tan particulares, que parecían saber excavar en lo más hondo de él.
Kageyama Koko era la única persona viva —además de Datsue— a la que Akame había dejado pasar a su fortín interior. A su bastión personal hecho de muros de fría calma y absoluta disciplina. Ella se había convertido en el faro que le guiaba por la noche. En la confidente con la que compartía sus preocupaciones, tropiezos y caídas.
También oyo la voz de su maestra Kunie. La reconoció al instante, como también ubicó el momento y el lugar de sus palabras. Se remontaba a muchos años atrás, cuando la astuta ninja le había regalado una valiosa lección.
«¿Insignificante, el amor? Akame-chan... Por amor arden las grandes ciudades, por amor caen los países y por amor los más bondadosos hombres serían capaces de asesinar.»
«No lo ignores, no lo contradigas. El amor es el aliado de la oscuridad...»
Cuando Zoku le miró directamente a los ojos, pronunciando aquella frase cargada de significado, Akame agachó la cabeza.
Si las manos del Uzukage temblaban, más lo hacían las del gennin, ahora cerradas en huesudos puños. De sus labios fruncidos por la pura tensión se escapó un susurro apenas inteligible, pero que todos pudieron oír.
—Ichibi-san...
Sin alzar la mirada, con el rostro casi oculto por los flequillos de pelo negro que se cernían sobre él, Akame pronunció una sola frase con el corazón repleto de oscuridad y la mirada teñida de sangre.
—He cambiado de opinión.