26/09/2017, 20:52
Los Uchiha saltaron de tejado en tejado, en dirección, parece ser, a la residencia de la familia Sakamoto. Por el camino, tendrían que bajar a la calle para cruzar el Jardín de los Cerezos (si no querían rodearlo saltando de azotea en azotea, lo que probablemente sería peor). No había nadie en los alrededores, pero cuando bajaron, algo blando y grande que salió de un callejón paralelo al último tejadillo que habían cruzado les agarró y los hizo adentrarse en la oscuridad.
—Ssssh. En silencio ahora, ¿eh? No levantéis la voz —dijo una voz conocida—. No somos enemigos. Repito: no somos enemigos.
»¿No creéis que es un poco estúpido querer pasar desapercibidos después de matar al kage si os paseáis con su sombrero de un lado para otro?
Ahora vieron lo que les había estado sujetando: una mano gigante. La extremidad se hizo más pequeña y más pequeña hasta revelar a su dueño. Su dueño era...
...Akimichi Yakisoba.
Al menos, eso era lo que en un principio había parecido, de noche, en un callejón oscuro. Pero ante una inspección más calmada, uno encontraba diferencias evidentes. Por ejemplo, medía bastante menos, estaba bastante menos gordo, y parecía bastante más joven.
—Mi nombre es Akimichi Katsudon. Hijo de Akimichi Yakisoba, y orgulloso integrante del antiguo equipo seis. Creo que ya los conocéis. —Señaló hacia atrás.
Si a Akame o a Datsue le hubiesen preguntado si existían los muertos vivientes, en aquél momento habrían contestado con un sonoro y sincero sí. Allá estaba Yotsuki Raimyogan, observándolos con una media sonrisa, y más atrás, el mismísimo Chae.
—Parece que érais menos leales a Zoku de lo que pensábamos —dijo Chae, esta vez sobrio—. Yotsuki Chae, a vuestro servicio.
—No sería capaz de matar a mi Hermano, chicos.
Katsudon asintió con rotundidad.
—Y luego, cómo no, está nuestro sensei.
De las profundidades del callejón emergió otra figura, delgada, pero alta e imponente. Emanaba un aura regia que los dos Uchiha sólo habían visto en una persona: en la antigua kage, Shiona. Vestía un kosode blanco, unos hakama gris, un cinturón rosa cerezo y una fina túnica sin mangas de un color gradiente de naranja a amarillo. Su cabello era de un dorado intenso, y sus ojos, naranjas, brillaban como el fuego.
—Me llamo Sarutobi Hanabi —dijo, serio—. Venid, creo que tenemos mucho de qué hablar.
Les habían conducido a una casa cercana. Una vez allí, habían descendido por unas escaleras, y ahora se encontraban en un sótano, sentados alrededor de una mesa redonda.
Les contaron todo lo que Zoku había hecho en la villa, aunque ellos ya se habían enterado mucho antes, de boca de otros. De cómo había aniquilado a todo el Consejo. De cómo había ejecutado a todo aquél que osaba mostrar oposición contra sus ideas en público.
Les dijeron que ellos sabían la verdad, que habían intentado difundirla, y que Zoku estaba aplicando una dura represión sobre la Espiral.
—Al final, las fotos de ese informador anónimo han salvado a la verdad —aseguró Hanabi—. Y ahora decidme, ¿qué os hizo Zoku para volveros de su parte? ¿Por qué os habéis puesto en su contra de golpe? Porque entiendo que hubo un momento en el que estuvisteis con él. Si no, os habría matado.
»Salisteis de Uzushio con Gouna y volvisteis con Zoku con un bijuu dentro. ¿Sólo lo habéis matado porque se os ha descontrolado el bijuu, y ahora intentáis huir?
»Os estoy dando oportunidad de explicaros. Me he explicado yo primero, y he pretendido sonar sincero. Ahora quiero que vosotros me contéis lo que queráis contar.
»Y si queréis un trago, no tenéis más que pedirlo.
—Ssssh. En silencio ahora, ¿eh? No levantéis la voz —dijo una voz conocida—. No somos enemigos. Repito: no somos enemigos.
»¿No creéis que es un poco estúpido querer pasar desapercibidos después de matar al kage si os paseáis con su sombrero de un lado para otro?
Ahora vieron lo que les había estado sujetando: una mano gigante. La extremidad se hizo más pequeña y más pequeña hasta revelar a su dueño. Su dueño era...
...Akimichi Yakisoba.
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Al menos, eso era lo que en un principio había parecido, de noche, en un callejón oscuro. Pero ante una inspección más calmada, uno encontraba diferencias evidentes. Por ejemplo, medía bastante menos, estaba bastante menos gordo, y parecía bastante más joven.
—Mi nombre es Akimichi Katsudon. Hijo de Akimichi Yakisoba, y orgulloso integrante del antiguo equipo seis. Creo que ya los conocéis. —Señaló hacia atrás.
Si a Akame o a Datsue le hubiesen preguntado si existían los muertos vivientes, en aquél momento habrían contestado con un sonoro y sincero sí. Allá estaba Yotsuki Raimyogan, observándolos con una media sonrisa, y más atrás, el mismísimo Chae.
—Parece que érais menos leales a Zoku de lo que pensábamos —dijo Chae, esta vez sobrio—. Yotsuki Chae, a vuestro servicio.
—No sería capaz de matar a mi Hermano, chicos.
Katsudon asintió con rotundidad.
—Y luego, cómo no, está nuestro sensei.
De las profundidades del callejón emergió otra figura, delgada, pero alta e imponente. Emanaba un aura regia que los dos Uchiha sólo habían visto en una persona: en la antigua kage, Shiona. Vestía un kosode blanco, unos hakama gris, un cinturón rosa cerezo y una fina túnica sin mangas de un color gradiente de naranja a amarillo. Su cabello era de un dorado intenso, y sus ojos, naranjas, brillaban como el fuego.
—Me llamo Sarutobi Hanabi —dijo, serio—. Venid, creo que tenemos mucho de qué hablar.
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Les habían conducido a una casa cercana. Una vez allí, habían descendido por unas escaleras, y ahora se encontraban en un sótano, sentados alrededor de una mesa redonda.
Les contaron todo lo que Zoku había hecho en la villa, aunque ellos ya se habían enterado mucho antes, de boca de otros. De cómo había aniquilado a todo el Consejo. De cómo había ejecutado a todo aquél que osaba mostrar oposición contra sus ideas en público.
Les dijeron que ellos sabían la verdad, que habían intentado difundirla, y que Zoku estaba aplicando una dura represión sobre la Espiral.
—Al final, las fotos de ese informador anónimo han salvado a la verdad —aseguró Hanabi—. Y ahora decidme, ¿qué os hizo Zoku para volveros de su parte? ¿Por qué os habéis puesto en su contra de golpe? Porque entiendo que hubo un momento en el que estuvisteis con él. Si no, os habría matado.
»Salisteis de Uzushio con Gouna y volvisteis con Zoku con un bijuu dentro. ¿Sólo lo habéis matado porque se os ha descontrolado el bijuu, y ahora intentáis huir?
»Os estoy dando oportunidad de explicaros. Me he explicado yo primero, y he pretendido sonar sincero. Ahora quiero que vosotros me contéis lo que queráis contar.
»Y si queréis un trago, no tenéis más que pedirlo.
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