27/09/2017, 11:50
(Última modificación: 27/09/2017, 11:54 por Aotsuki Ayame.)
Los labios de Shanise se curvaron en una sonrisa y, dando un paso al frente, los envolvió a los dos en un fuerte abrazo. Ayame jadeó cuando se le cortó momentáneamente la respiración, pero aún así se sintió mejor que nunca y se vio contagiada por la felicidad de la mujer.
—B-bien... ¡Mejor q-que nunca, chicos! Mejor que nunca... Todo ha salido bien...
—Menos mal...
No volvieron a Shinogi-To para descansar. En su lugar, decidieron pasar la noche cerca de un lago, ocultos entre unos riscos, y Shanise desplegó su curiosa tienda de campaña. La noticia de que no iban a tener que hacer guardias cayó sobre Ayame como un regalo del cielo. Una serie de sellos los protegería de cualquier intruso, pues nadie podría atravesarlos sin retirarlos todos a la vez. Una tarea bien complicada, teniendo en cuenta la cantidad de ellos que había colocado.
—¡AAAAaaaahhh! Joder, qué a gusto —exclamó la mujer, tras dejarse caer a su cama.
Y Ayame no dudó ni un segundo en hacer lo mismo. Se tiró sobre su propia cama, planchó la cara en el colchón y se dejó envolver por él. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no dormirse en el acto. ¿Cuántas horas llevaba despierta? Después de lo ocurrido en Shinogi-To, no había tenido oportunidad de dormir más que un par de horas. Y si a la falta de sueño le sumaban el desgaste por el combate que no recordaba y el día entero que habían estado viajando sin apenas descansar...
Sí, definitivamente estaba para el arrastre.
—Estoy deseando llegar a casa y darme una ducha... —se le escapó en un gemido, aunque estando como estaba, con la boca aplastada contra el colchón, apenas se le entendió una palabra.
—Pero antes tenemos que cenar. Mogura-san, ¿te queda pastel de fresa? —preguntó Shanise, y Ayame no pudo reprimir una risilla. ¿Iban a estar alimentándose todo el tiempo de pastel?
Pero el hambre puede más que la exquisitez, y su estómago rugió hambriento cuando su compañero sacó su peculiar pergamino y liberó tres porciones de aquel delicioso manjar. Uno para cada uno.
Ayame, aún sin levantarse de su sitio, ladeó la cabeza hacia ellos.
—Una pregunta tonta... ¿Tenemos... comida para lo que queda de viaje? —preguntó, con voz eclipsada por el sueño. No pudo evitar que una sonrisa curvara sus labios—. Porque... si nos vamos a tener que comer entre nosotros... ya aviso de antemano que yo soy todo agua. —se atrevió a bromear.
—B-bien... ¡Mejor q-que nunca, chicos! Mejor que nunca... Todo ha salido bien...
—Menos mal...
. . .
No volvieron a Shinogi-To para descansar. En su lugar, decidieron pasar la noche cerca de un lago, ocultos entre unos riscos, y Shanise desplegó su curiosa tienda de campaña. La noticia de que no iban a tener que hacer guardias cayó sobre Ayame como un regalo del cielo. Una serie de sellos los protegería de cualquier intruso, pues nadie podría atravesarlos sin retirarlos todos a la vez. Una tarea bien complicada, teniendo en cuenta la cantidad de ellos que había colocado.
—¡AAAAaaaahhh! Joder, qué a gusto —exclamó la mujer, tras dejarse caer a su cama.
Y Ayame no dudó ni un segundo en hacer lo mismo. Se tiró sobre su propia cama, planchó la cara en el colchón y se dejó envolver por él. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no dormirse en el acto. ¿Cuántas horas llevaba despierta? Después de lo ocurrido en Shinogi-To, no había tenido oportunidad de dormir más que un par de horas. Y si a la falta de sueño le sumaban el desgaste por el combate que no recordaba y el día entero que habían estado viajando sin apenas descansar...
Sí, definitivamente estaba para el arrastre.
—Estoy deseando llegar a casa y darme una ducha... —se le escapó en un gemido, aunque estando como estaba, con la boca aplastada contra el colchón, apenas se le entendió una palabra.
—Pero antes tenemos que cenar. Mogura-san, ¿te queda pastel de fresa? —preguntó Shanise, y Ayame no pudo reprimir una risilla. ¿Iban a estar alimentándose todo el tiempo de pastel?
Pero el hambre puede más que la exquisitez, y su estómago rugió hambriento cuando su compañero sacó su peculiar pergamino y liberó tres porciones de aquel delicioso manjar. Uno para cada uno.
Ayame, aún sin levantarse de su sitio, ladeó la cabeza hacia ellos.
—Una pregunta tonta... ¿Tenemos... comida para lo que queda de viaje? —preguntó, con voz eclipsada por el sueño. No pudo evitar que una sonrisa curvara sus labios—. Porque... si nos vamos a tener que comer entre nosotros... ya aviso de antemano que yo soy todo agua. —se atrevió a bromear.