27/09/2017, 22:20
El Uchiha no abandonó su formal postura —incluso pese a la petición de Takaku— hasta pasados unos instantes. Quizás era un mero reflejo instintivo, un mecanismo de su cerebro que se había activado al entender que su supervivencia pendía de un fino hilo. O, al menos, eso pensaba él. Porque aunque el "antiguo grupo seis", Sarutobi Hanabi y hasta el mismísimo Daimyō fueran todo un dechado de amabilidad y buenas palabras para con ellos... La verdad era que Akame ya no se fiaba de ninguno. No se fiaba de nadie. En su cabeza no podía hacer más que repetir todas las mentiras que Zoku les había contado, todas las veces que les había manipulado. Y siempre concluía con la misma respuesta para sí.
«Nunca más».
Terminó su vaso de agua —que le supo a gloria— y escuchó con toda la atención que fue capaz de poner los planes que les relataba el Daimyō de Uzu no Kuni. No se sorprendió cuando el viejo les anunció que Hanabi sería el Rokudaime Uzukage; «¿o es el Gondaime?» Había perdido la cuenta.
Entonces llegó el momento de las mentiras. De más mentiras. Ahora tocaba decir que había sido en realidad aquel grupo rebelde el que asesinara a Zoku, y que ellos dos habían sido meros gennin desvalidos que —por conclusión lógica— debían estar ahora profundamente agradecidos a sus rescatadores. En un primer momento el Uchiha quiso levantarse de la mesa y escupirles en la cara; a Hanabi, al Daimyō y a todos aquellos condenados tipos.
¡Pues claro que ninguno de ellos había tenido las pelotas de liquidar al Uzumaki! ¿Cómo se atrevían siquiera a sugerir algo así? ¡Habían sido Akame y Datsue! ¡Los Uchiha! ¡Los mejores de su generación! ¡Los jinchuuriki del Ichibi! ¡Los Hermanos del Desierto! Y serían ellos los que tuvieran que pagar el precio. «Ojalá pudiérais robarnos no sólo la gloria y la fama, sino también las pesadillas que nos atormentarán el resto de nuestros días... ¡Malnacidos!»
Bajo la mesa, el joven apretó los puños. Si algo de lucidez quedaba en su castigada mente debió de aflorar en ese mismo momento, porque Akame finalmente se mordió la lengua y simplemente asintió. Estaba demasiado cansado, demasiado hastiado de intrigas políticas y sombreros cambiando de dueño, y posesiones demoníacas, y muerte y sangre y fuego. Además, no podía obviar que a Zoku —con total seguridad— todavía le quedarían partidarios en la Aldea. Si se corría la voz de que habían sido ellos dos sus asesinos, probablemente no tardarían en sufrir un desgraciado accidente.
—Sólo una cosa.
La voz le salió sola, firme, serena. Cuando se escuchó, no se reconoció a sí mismo.
—No más purgas. No más persecuciones... —por su tono aquello no parecía ni una súplica ni una exigencia, sino un término medio entre ambos—. Estoy cansado de esta mierda. Del olor del miedo en el aire. Del sabor de la sangre.
»Si matamos a Uzumaki Zoku fue para proteger a aquellos que amamos. Para hacer lo correcto —el Uchiha miró de soslayo a su compañero—. Mucha gente ha muerto... No más.
«Nunca más».
Terminó su vaso de agua —que le supo a gloria— y escuchó con toda la atención que fue capaz de poner los planes que les relataba el Daimyō de Uzu no Kuni. No se sorprendió cuando el viejo les anunció que Hanabi sería el Rokudaime Uzukage; «¿o es el Gondaime?» Había perdido la cuenta.
Entonces llegó el momento de las mentiras. De más mentiras. Ahora tocaba decir que había sido en realidad aquel grupo rebelde el que asesinara a Zoku, y que ellos dos habían sido meros gennin desvalidos que —por conclusión lógica— debían estar ahora profundamente agradecidos a sus rescatadores. En un primer momento el Uchiha quiso levantarse de la mesa y escupirles en la cara; a Hanabi, al Daimyō y a todos aquellos condenados tipos.
¡Pues claro que ninguno de ellos había tenido las pelotas de liquidar al Uzumaki! ¿Cómo se atrevían siquiera a sugerir algo así? ¡Habían sido Akame y Datsue! ¡Los Uchiha! ¡Los mejores de su generación! ¡Los jinchuuriki del Ichibi! ¡Los Hermanos del Desierto! Y serían ellos los que tuvieran que pagar el precio. «Ojalá pudiérais robarnos no sólo la gloria y la fama, sino también las pesadillas que nos atormentarán el resto de nuestros días... ¡Malnacidos!»
Bajo la mesa, el joven apretó los puños. Si algo de lucidez quedaba en su castigada mente debió de aflorar en ese mismo momento, porque Akame finalmente se mordió la lengua y simplemente asintió. Estaba demasiado cansado, demasiado hastiado de intrigas políticas y sombreros cambiando de dueño, y posesiones demoníacas, y muerte y sangre y fuego. Además, no podía obviar que a Zoku —con total seguridad— todavía le quedarían partidarios en la Aldea. Si se corría la voz de que habían sido ellos dos sus asesinos, probablemente no tardarían en sufrir un desgraciado accidente.
—Sólo una cosa.
La voz le salió sola, firme, serena. Cuando se escuchó, no se reconoció a sí mismo.
—No más purgas. No más persecuciones... —por su tono aquello no parecía ni una súplica ni una exigencia, sino un término medio entre ambos—. Estoy cansado de esta mierda. Del olor del miedo en el aire. Del sabor de la sangre.
»Si matamos a Uzumaki Zoku fue para proteger a aquellos que amamos. Para hacer lo correcto —el Uchiha miró de soslayo a su compañero—. Mucha gente ha muerto... No más.