28/09/2017, 12:00
Los presentes escucharon las apelaciones de los dos genin con sumo interés, sobretodo la intervención de Datsue, que contradecía directamente a su plan. Cuando terminó, Hanabi y Rasen se miraron durante unos largos segundos, tras lo que el mandatario del País asintió, se cruzó de brazos y cerró los ojos.
—Ambos tenéis razón. —Hanabi se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesa—. No íbamos a perseguir a nadie, Akame-kun. Todos estamos hartos de que se mate a gente de nuestra propia aldea "por el bien de la Espiral". Es irónico que, mientras que algunos sostienen que deberíamos ser más duros con los ninjas extranjeros, hallan provocado que nosotros mismos nos debilitemos aún más.
»Nuestro plan me parecía bien, pero, Datsue tiene algo de razón. Y si el pueblo descubre una mentira más, volveremos a la confrontación. Y si tenemos que cuidar que no la descubra, ¿cómo lo hacemos sin purgar a nadie? Yo... Sinceramente, me gustaría convencer a los partidarios de Zoku, no obligarles a obedecer o condenarlos. No tengo tanta experiencia como un jounin más veterano, pero provengo de una familia humilde, no tengo nada que ver ni con los viejos Uzumaki ni con el clan establecido de la familia del antiguo Daigo y de Shiona. Espero que podamos forjar una nueva etapa de esta manera.
—Pero si os tenemos que presentar como unos héroes, tenéis que tener un nombre. La gente os recordará mejor así. ¿Tenéis uno? —Rasen rio. Lo decía medio en broma, pero...
—Oye, podría ser buena idea. Akame-kun, Datsue-kun. Me consta que estáis muy unidos. ¿Os llamáis de alguna manera? Los motes y las bromas siempre han sido bien recibidos en esta villa.
—"Akimichi Daigo, el Gordo", le llamaban a mi bisabuelo, antes de que se hiciera kage.
Y entonces, sucedió algo peculiar.
—Los Hermanos del Desierto.
—Los Hermanos del Desierto.
«¡¡JIA, JIA, JIA, JIAAAAAAAAAAAAAAA!!»
Las voces habían sido suyas. Habían hablado ellos. Pero el autor del nombre y de la acción tenía otro nombre. Se llamaba Shukaku, y de alguna manera, había logrado penetrar en su subconsciente y les había obligado a sugerir esos nombres malditos, los mismos que él les había concedido.
Hanabi se lo pensó unos instantes.
—A mí me parece un nombre fabuloso, que además, pensándolo fríamente, le dan un toque de epicidad al hecho de que sean jinchuuriki. A lo mejor les hace olvidar que Zoku selló al monstruo para fines de ataque y se toman a estos chicos como lo que deberían ser.
Hanabi asintió.
—Guardianes. Sí, estoy de acuerdo —dijo—. Bien, chicos. Ahora, deberíais de ir a dormir. A descansar. Mañana tenemos cosas importantes que hacer. Considerad esta vuestra casa... Hay una habitación con dos camas libre en el piso de arriba. Es la última a la derecha.
—¿Os apetece asistir a la coronación de un kage?
Aquella noche, soñaron. Soñaron cosas terribles. Al principio, la pesadilla consistió en revivir el momento en el que ambos Hermanos del Desierto mataban a Zoku, cada uno desde su propia perspectiva. Sólo que en ese sueño, estaban sólos. Ellos sólos eran los que disparaban esa bola de fuego, ellos sólos eran los que hacían arder a Zoku en ese mar de llamas.
Luego, la pesadilla mutó, como lo haría un organismo para adaptarse al medio; en este sentido, el sueño se adaptó a sus preocupaciones y miedo y jugó con sus corazones. Ya no eran ellos los que mataban a Zoku, sino Zoku el que los mataba, con una bola de fuego idéntica. Sentían el fuego lamer a través de su piel y de su carne, derretirlos hasta no ser más que un líquido que se desparramaba en los adoquines de una ciudad en ruinas...
...luego, de nuevo, el sueño daba la vuelta y se iba por otro camino. Ahora eran ellos mismos los que disparaban la bola de fuego otra vez, pero en el otro extremo ya no era Zoku el que se retorcía y gritaba de dolor. Eran sus seres más queridos. Su familia, sus amigos. Incluso ellos mismos. Akame quemaba a Datsue, Datsue quemaba a Akame.
Akame convertía a Koko, su enamorada, en cenizas. Datsue volvía a Chokichi una siemple nube de polvo chamuscado. A todos sus conocidos allá en la Ribera. Akame veía a su compañero del pasado, Haskoz, y lo quemaban, lo achicharraban.
Luego, la escena cambiaba. Estaban delante de una cama en la que dormía una mujer. A veces, era Shiona. Otras, era Gouna. Ellos vertían un frasco de veneno en su oído.
Cada vez que una de sus víctimas morían, sentían el dedo acusador de miles de conciudadanos de Uzushiogakure, gritándoles, susurrándoles:
Y, al cabo de un tiempo, esas acusaciones se convertían en una revuelta. Les rodeaban, les manoseaban, les clavaban horcas, katanas y kunais, les arrojaban shuriken. Y la turba acababa por arrancarles los ojos, lenta, dolorosamente, con risas sádicas, risas que se parecían a... «JIAAAAA, JIA, JIA, JIA».
Luego, despertaban, entre sudores fríos y taquicardias. Y, cuando conseguían conciliar el sueño de nuevo... éste volvía a empezar desde el principio.
Pero, ¿sabéis que fue lo peor de todo? La inevitable certeza...
...de que el sueño se repetiría noche tras noche, hasta el final de sus días.
Alguien abrió las cortinas, y los encontró allí, con unas terribles ojeras y los ojos enrojecidos.
—Es la hora, muchachos. —Raimyogan asomaba por la rendija de la puerta—. Vamos, vestíos y bajad al vestíbulo. Katsudon y yo os acompañaremos al Edificio del Uzukage antes de que la plaza se llene de gente.
—Ambos tenéis razón. —Hanabi se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesa—. No íbamos a perseguir a nadie, Akame-kun. Todos estamos hartos de que se mate a gente de nuestra propia aldea "por el bien de la Espiral". Es irónico que, mientras que algunos sostienen que deberíamos ser más duros con los ninjas extranjeros, hallan provocado que nosotros mismos nos debilitemos aún más.
»Nuestro plan me parecía bien, pero, Datsue tiene algo de razón. Y si el pueblo descubre una mentira más, volveremos a la confrontación. Y si tenemos que cuidar que no la descubra, ¿cómo lo hacemos sin purgar a nadie? Yo... Sinceramente, me gustaría convencer a los partidarios de Zoku, no obligarles a obedecer o condenarlos. No tengo tanta experiencia como un jounin más veterano, pero provengo de una familia humilde, no tengo nada que ver ni con los viejos Uzumaki ni con el clan establecido de la familia del antiguo Daigo y de Shiona. Espero que podamos forjar una nueva etapa de esta manera.
—Pero si os tenemos que presentar como unos héroes, tenéis que tener un nombre. La gente os recordará mejor así. ¿Tenéis uno? —Rasen rio. Lo decía medio en broma, pero...
—Oye, podría ser buena idea. Akame-kun, Datsue-kun. Me consta que estáis muy unidos. ¿Os llamáis de alguna manera? Los motes y las bromas siempre han sido bien recibidos en esta villa.
—"Akimichi Daigo, el Gordo", le llamaban a mi bisabuelo, antes de que se hiciera kage.
Y entonces, sucedió algo peculiar.
—Los Hermanos del Desierto.
—Los Hermanos del Desierto.
«¡¡JIA, JIA, JIA, JIAAAAAAAAAAAAAAA!!»
Las voces habían sido suyas. Habían hablado ellos. Pero el autor del nombre y de la acción tenía otro nombre. Se llamaba Shukaku, y de alguna manera, había logrado penetrar en su subconsciente y les había obligado a sugerir esos nombres malditos, los mismos que él les había concedido.
Hanabi se lo pensó unos instantes.
—A mí me parece un nombre fabuloso, que además, pensándolo fríamente, le dan un toque de epicidad al hecho de que sean jinchuuriki. A lo mejor les hace olvidar que Zoku selló al monstruo para fines de ataque y se toman a estos chicos como lo que deberían ser.
Hanabi asintió.
—Guardianes. Sí, estoy de acuerdo —dijo—. Bien, chicos. Ahora, deberíais de ir a dormir. A descansar. Mañana tenemos cosas importantes que hacer. Considerad esta vuestra casa... Hay una habitación con dos camas libre en el piso de arriba. Es la última a la derecha.
—¿Os apetece asistir a la coronación de un kage?
· · ·
Aquella noche, soñaron. Soñaron cosas terribles. Al principio, la pesadilla consistió en revivir el momento en el que ambos Hermanos del Desierto mataban a Zoku, cada uno desde su propia perspectiva. Sólo que en ese sueño, estaban sólos. Ellos sólos eran los que disparaban esa bola de fuego, ellos sólos eran los que hacían arder a Zoku en ese mar de llamas.
Luego, la pesadilla mutó, como lo haría un organismo para adaptarse al medio; en este sentido, el sueño se adaptó a sus preocupaciones y miedo y jugó con sus corazones. Ya no eran ellos los que mataban a Zoku, sino Zoku el que los mataba, con una bola de fuego idéntica. Sentían el fuego lamer a través de su piel y de su carne, derretirlos hasta no ser más que un líquido que se desparramaba en los adoquines de una ciudad en ruinas...
...luego, de nuevo, el sueño daba la vuelta y se iba por otro camino. Ahora eran ellos mismos los que disparaban la bola de fuego otra vez, pero en el otro extremo ya no era Zoku el que se retorcía y gritaba de dolor. Eran sus seres más queridos. Su familia, sus amigos. Incluso ellos mismos. Akame quemaba a Datsue, Datsue quemaba a Akame.
Akame convertía a Koko, su enamorada, en cenizas. Datsue volvía a Chokichi una siemple nube de polvo chamuscado. A todos sus conocidos allá en la Ribera. Akame veía a su compañero del pasado, Haskoz, y lo quemaban, lo achicharraban.
Luego, la escena cambiaba. Estaban delante de una cama en la que dormía una mujer. A veces, era Shiona. Otras, era Gouna. Ellos vertían un frasco de veneno en su oído.
Cada vez que una de sus víctimas morían, sentían el dedo acusador de miles de conciudadanos de Uzushiogakure, gritándoles, susurrándoles:
«Traidor.»
«Traidor.»
«Traidor.»
Y, al cabo de un tiempo, esas acusaciones se convertían en una revuelta. Les rodeaban, les manoseaban, les clavaban horcas, katanas y kunais, les arrojaban shuriken. Y la turba acababa por arrancarles los ojos, lenta, dolorosamente, con risas sádicas, risas que se parecían a... «JIAAAAA, JIA, JIA, JIA».
Luego, despertaban, entre sudores fríos y taquicardias. Y, cuando conseguían conciliar el sueño de nuevo... éste volvía a empezar desde el principio.
Pero, ¿sabéis que fue lo peor de todo? La inevitable certeza...
...de que el sueño se repetiría noche tras noche, hasta el final de sus días.
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Alguien abrió las cortinas, y los encontró allí, con unas terribles ojeras y los ojos enrojecidos.
—Es la hora, muchachos. —Raimyogan asomaba por la rendija de la puerta—. Vamos, vestíos y bajad al vestíbulo. Katsudon y yo os acompañaremos al Edificio del Uzukage antes de que la plaza se llene de gente.
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