28/09/2017, 18:32
Cuando el cansancio venció al miedo, a la tensión y a los nervios por lo desconocido, Uchiha Datsue se durmió.
Su cerebro, como un casete antiguo, rebobinó, solo horas atrás, hasta el momento en que los Hermanos del Desierto habían asesinado a su Kage. No hubo tiempo ni para prepararse. El fuego en seguida se reflejó en sus ojos, los chillidos reverberaron en sus oídos, el olor a carne quemada inundó su olfato, y entonces se encontró a sí mismo esbozando una sonrisa en señal de triunfo. Lo habían conseguido. Habían vencido. Desvió los ojos a la izquierda, para mirar a Akame…
…pero Akame no estaba.
Aquel simple hecho le transmitió desconfianza. Le hizo saber que algo iba mal. Retornó la mirada al frente, y entonces, como el sharingan al devolver un genjutsu, se encontró con que esta vez la terrible técnica ígnea se precipitaba hacia él. No le dio tiempo ni a gritar. El beso de Amateratsu no fue suave ni tierno como el que daría una madre, sino cruel e inhumano. Un huracán de fuego que le embistió sin piedad, calcinando piel, carne, músculos, huesos…
Cuando creyó ya haber sufrido mucho más de lo soportable, el sueño mutó. Ahora volvía a ser él quién ejecutaba la técnica, y por un momento, se permitió suspirar de alivio… hasta que se dio cuenta de quién estaba al otro lado. Era su padre, que le miraba con ojos de incomprensión. Era su madre, que le contemplaba con ojos suplicantes, pero a la vez comprensivos. Era Akame. Eran todos sus compañeros de graduación: Chokichi; Eri; Plum; Cho…
Era ella. Con su eterno ceño fruncido, su pelo rapado a un lado, y sus cabellos plateados cayendo al otro. Apenas una niña de diez años, que le mostraba orgullosa y desafiante, como retándole a que se atreviese a criticarlo, un dibujo que había hecho. Un dibujo de un Nekomusume. Para él, ella era mucho más que su compañera de aventuras. Más que su amiga. Más que su hermana. Ella era su socia.
Ella era Anzu.
Ella había sido la persona más importante de su vida, y no aparecía ni en su historia. Ni de pasada. Ni en un margen con letra pequeña. Y entonces recordó porqué. Recordó porqué la había olvidado, porqué había arrancado su nombre a tiras de cada línea de su vida. Porqué la había borrado de su memoria, como si nunca hubiese pisado la faz de Oonindo. Porqué había tratado de arrancarse el propio corazón…
Porque era demasiado doloroso. Demasiado.
Y lo recordó al ver el rostro de Anzu, descompuesto en una mueca de desconcierto. Lo recordó al ver su piel, derritiéndose como la cera de una vela. Lo recordó al verla morir, otra vez. Lo recordó al saber que era por su culpa, de nuevo. Y lo recordó al leer en sus labios, como en aquella ocasión, una simple palabra:
Su voz se le coló hasta el corazón y lo resquebrajó con la fuerza de un tsunami. Más voces se unieron a ella, repitiendo la acusación. Le culpaban de matar a Gouna. Le culpaban de matar a Shiona. Se dejó llevar, zarandear, sacudir, como una hoja arrastrada por el viento. Sin ejercer oposición. Sin protestar. Porque su mente era como un globo al que se le había intentado llenar con demasiada agua. Se había roto.
Se había colapsado.
Cuando se despertó, la luz del sol le molestó en los ojos. Estaba cansado, como si se hubiese pegado una paliza el día anterior y no hubiese dormido nada. Tenía unas profundas ojeras, que se remarcaban todavía más por su inusual palidez en la piel, y se sentía débil. Muy débil.
Se vistió las ropas con lentitud, como un anciano postrado en la cama. Primero el pantalón, cortos y holgados. Luego, la camisa, blanca y de mangas enrolladas. Fue entonces cuando sus ojos se posaron por un momento en su mano. En su diestra, donde portaba un tatuaje minimalista de un diamante en uno de sus dedos. Esbozó una mueca de dolor, y con la otra mano, temblorosa como si tuviese frío, tapó el tatuaje.
Se terminó de calzar, y de atar en un simple nudo sus cabellos engreñados. No se hizo sus típicas trenzas. No se alisó las arrugas de su ropa. No se lavó la cara. No se puso coqueto.
Tan solo bajó, como un cuerpo en movimiento al que le hubiesen arrancado el corazón.
Su cerebro, como un casete antiguo, rebobinó, solo horas atrás, hasta el momento en que los Hermanos del Desierto habían asesinado a su Kage. No hubo tiempo ni para prepararse. El fuego en seguida se reflejó en sus ojos, los chillidos reverberaron en sus oídos, el olor a carne quemada inundó su olfato, y entonces se encontró a sí mismo esbozando una sonrisa en señal de triunfo. Lo habían conseguido. Habían vencido. Desvió los ojos a la izquierda, para mirar a Akame…
…pero Akame no estaba.
Aquel simple hecho le transmitió desconfianza. Le hizo saber que algo iba mal. Retornó la mirada al frente, y entonces, como el sharingan al devolver un genjutsu, se encontró con que esta vez la terrible técnica ígnea se precipitaba hacia él. No le dio tiempo ni a gritar. El beso de Amateratsu no fue suave ni tierno como el que daría una madre, sino cruel e inhumano. Un huracán de fuego que le embistió sin piedad, calcinando piel, carne, músculos, huesos…
Cuando creyó ya haber sufrido mucho más de lo soportable, el sueño mutó. Ahora volvía a ser él quién ejecutaba la técnica, y por un momento, se permitió suspirar de alivio… hasta que se dio cuenta de quién estaba al otro lado. Era su padre, que le miraba con ojos de incomprensión. Era su madre, que le contemplaba con ojos suplicantes, pero a la vez comprensivos. Era Akame. Eran todos sus compañeros de graduación: Chokichi; Eri; Plum; Cho…
Era ella. Con su eterno ceño fruncido, su pelo rapado a un lado, y sus cabellos plateados cayendo al otro. Apenas una niña de diez años, que le mostraba orgullosa y desafiante, como retándole a que se atreviese a criticarlo, un dibujo que había hecho. Un dibujo de un Nekomusume. Para él, ella era mucho más que su compañera de aventuras. Más que su amiga. Más que su hermana. Ella era su socia.
Ella era Anzu.
Ella había sido la persona más importante de su vida, y no aparecía ni en su historia. Ni de pasada. Ni en un margen con letra pequeña. Y entonces recordó porqué. Recordó porqué la había olvidado, porqué había arrancado su nombre a tiras de cada línea de su vida. Porqué la había borrado de su memoria, como si nunca hubiese pisado la faz de Oonindo. Porqué había tratado de arrancarse el propio corazón…
Porque era demasiado doloroso. Demasiado.
Y lo recordó al ver el rostro de Anzu, descompuesto en una mueca de desconcierto. Lo recordó al ver su piel, derritiéndose como la cera de una vela. Lo recordó al verla morir, otra vez. Lo recordó al saber que era por su culpa, de nuevo. Y lo recordó al leer en sus labios, como en aquella ocasión, una simple palabra:
«Traidor»
Su voz se le coló hasta el corazón y lo resquebrajó con la fuerza de un tsunami. Más voces se unieron a ella, repitiendo la acusación. Le culpaban de matar a Gouna. Le culpaban de matar a Shiona. Se dejó llevar, zarandear, sacudir, como una hoja arrastrada por el viento. Sin ejercer oposición. Sin protestar. Porque su mente era como un globo al que se le había intentado llenar con demasiada agua. Se había roto.
Se había colapsado.
· · ·
Cuando se despertó, la luz del sol le molestó en los ojos. Estaba cansado, como si se hubiese pegado una paliza el día anterior y no hubiese dormido nada. Tenía unas profundas ojeras, que se remarcaban todavía más por su inusual palidez en la piel, y se sentía débil. Muy débil.
Se vistió las ropas con lentitud, como un anciano postrado en la cama. Primero el pantalón, cortos y holgados. Luego, la camisa, blanca y de mangas enrolladas. Fue entonces cuando sus ojos se posaron por un momento en su mano. En su diestra, donde portaba un tatuaje minimalista de un diamante en uno de sus dedos. Esbozó una mueca de dolor, y con la otra mano, temblorosa como si tuviese frío, tapó el tatuaje.
Se terminó de calzar, y de atar en un simple nudo sus cabellos engreñados. No se hizo sus típicas trenzas. No se alisó las arrugas de su ropa. No se lavó la cara. No se puso coqueto.
Tan solo bajó, como un cuerpo en movimiento al que le hubiesen arrancado el corazón.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado