29/09/2017, 13:02
(Última modificación: 29/09/2017, 13:02 por Uchiha Akame.)
Ya desde su posición Akame era capaz de escuchar el tenue rumor de los asistentes que se iban congregando, poco a poco, en la plaza. No pudo evitar pensar en cuando él mismo estuvo allí abajo, junto a los demás ciudadanos y ninjas, observando la fallida coronación de Yakisoba. Recordó cómo Gouna había entrado en escena asesinando al doble de Zoku; cómo el Akimichi le había cedido, sin rechistar, el sombrero.
«Aquello fue un esperpento vergonzoso, un mal presagio de los tiempos oscuros que estaban por venir...»
En ese momento, rezó a todos los dioses que conocía para que aquella toma de posesión fuese todo lo contrario a la última.
Cuando el ruido de la multitud expectante fue demasiado evidente y abrumador como para esperar más, el hijo del difunto Yakisoba les dio la señal para que se asomasen al balcón. Akame se dio cuenta en ese momento de que le estaban temblando las piernas; «será por la altura, seguro», pensó. Aunque él nunca había tenido vértigo.
Al asomarse por la barandilla y ver tantísima gente allí abajo, con sus miradas puestas en ellos, sintió unas naúseas tremendas. Era una sensación abrumadora, distinta a cualquier otra que hubiese experimentado hasta la fecha. Era el peso de toda Uzushiogakure cayendo sobre los hombros de ellos cuatro —el Daimyō, el Uzukage y los dos jinchuuriki—. Incapaz de hacer otra cosa, Akame se limitó a quedarse allí plantado escuchando los discursos tanto de Rasen como de Hanabi.
«Al menos el mensaje es conciliador», pensó el Uchiha, que ya se había hartado de intrigas políticas, traiciones y persecuciones.
Cuando el Señor Feudal les mencionó, Akame dio un tembloroso paso al frente. Pese a la barandilla, sentía que si se acercaba un milímetro más al borde caería al fondo de aquella multitud... Tal y como en sus pesadillas una turba furiosa le rodease para lincharle públicamente.
Luego la rápida y discreta toma de posesión terminó, y Hanabi les dio un valioso consejo. A Akame no iba a hacer falta decírselo dos veces; agarró a Datsue del brazo y trató de arrastrarlo fuera de aquella azotea.
—Vámonos, Datsue-kun. Estoy hambriento...
Se sentía sumamente extraño, cansado y ausente. Como si todo no fuese más que una continuación de sus pesadillas. Aquello difería demasiado de la idea que los Hermanos del Desierto se habían hecho de su propia proclamación como héroes de Uzu.
«Aquello fue un esperpento vergonzoso, un mal presagio de los tiempos oscuros que estaban por venir...»
En ese momento, rezó a todos los dioses que conocía para que aquella toma de posesión fuese todo lo contrario a la última.
Cuando el ruido de la multitud expectante fue demasiado evidente y abrumador como para esperar más, el hijo del difunto Yakisoba les dio la señal para que se asomasen al balcón. Akame se dio cuenta en ese momento de que le estaban temblando las piernas; «será por la altura, seguro», pensó. Aunque él nunca había tenido vértigo.
Al asomarse por la barandilla y ver tantísima gente allí abajo, con sus miradas puestas en ellos, sintió unas naúseas tremendas. Era una sensación abrumadora, distinta a cualquier otra que hubiese experimentado hasta la fecha. Era el peso de toda Uzushiogakure cayendo sobre los hombros de ellos cuatro —el Daimyō, el Uzukage y los dos jinchuuriki—. Incapaz de hacer otra cosa, Akame se limitó a quedarse allí plantado escuchando los discursos tanto de Rasen como de Hanabi.
«Al menos el mensaje es conciliador», pensó el Uchiha, que ya se había hartado de intrigas políticas, traiciones y persecuciones.
Cuando el Señor Feudal les mencionó, Akame dio un tembloroso paso al frente. Pese a la barandilla, sentía que si se acercaba un milímetro más al borde caería al fondo de aquella multitud... Tal y como en sus pesadillas una turba furiosa le rodease para lincharle públicamente.
Luego la rápida y discreta toma de posesión terminó, y Hanabi les dio un valioso consejo. A Akame no iba a hacer falta decírselo dos veces; agarró a Datsue del brazo y trató de arrastrarlo fuera de aquella azotea.
—Vámonos, Datsue-kun. Estoy hambriento...
Se sentía sumamente extraño, cansado y ausente. Como si todo no fuese más que una continuación de sus pesadillas. Aquello difería demasiado de la idea que los Hermanos del Desierto se habían hecho de su propia proclamación como héroes de Uzu.