29/09/2017, 14:54
El encargado de las caballerizas comenzó a escuchar expectante las palabras de aquel joven ansioso. El que hubiesen sido cubiertos por una tormenta repentina no se le hacía nada extraño, pues los temporales níveos eran cosa habitual. Lo que le daba curiosidad era el hecho de que no se hubiese dado cuenta. Con aquel enorme cielo despejado era posible ver los alrededores del pueblo hasta muchos kilómetros a la redonda, con gran detalle y facilidad. Supuso que debían de haberse alejado bastante como para que todo ocurriese más allá de su vista. Eso era preocupante, pues uno de sus deberes era enviar a un hombre de rescate en caso de que algún turista quedase atrapado en una tormenta. Le estaban pagando una suma considerable por procurar la seguridad de sus extranjeras vidas.
Sin embargo, más allá del susto y el esfuerzo, aquel muchacho lucia bastante “bien”. Y suponía que su compañero debía de estar cerca, por lo que siguió tallando tranquilamente mientras escuchaba el resto de la historia… hasta que escucho aquello:
—… y nos encontramos con… un cuerpo de una persona en medio de la nieve…
—¿¡Que?! —Dio un respigo y de su informe talla arranco, completamente sin querer, un enorme trozo que arruino aquello que pudiese llegar a ser.
El resto de las palabras de Keisuke se convirtieron en un susurro incomprensible en sus oídos. Se levantó con prisa, nervioso, y comenzó a caminar hacia la parte trasera de la caballeriza. Realmente esperaba que no se tratase de un turista, y que si llegaba a hacerlo, fuera uno muy antiguo, de un tiempo anterior a aquel en que él tomara el puesto de encargado. Pero sabía que no podía guardar muchas esperanzas, pues resultaba casi impensable que un nativo fuese tan mentecato como para abandonar el pueblo y morir en una tormenta. Lo único que le restaba en su interior era el esperar que se tratase de una momia helada, de un objeto casi arqueológico. Aquello era lo que más deseaba: le había costado bastante encontrar acomodo en aquel pueblo después de que, huyendo de grandes deudas y peligrosos cobradores, abandonara su tierra natal. Aquel trabajo era lo único que tenía y lo único que le agradaba; estaba muy bien pagado y tenía pocas dificultades… y ahora todo estaba en riesgo.
—Maldición —gimió con pesar en cuanto llego hasta donde estaba el peliblanco—. Eso parece un muerto muy reciente.
Se froto el rostro con las manos enguantadas y se acomodó el parche, tratando de pensar en la mejor forma de proceder. Aquella parecía una muerta muy fresca, quizás demasiado fresca… Con aquello, se le ocurrió algo que rápidamente se convirtió en palabras:
—Esperen, ¿se aseguraron de que realmente estuviese muerta? —pregunto mostrando, con el brillo amarillento de su único ojo, un exagerado grado de esperanza e ilusión.
Sin embargo, más allá del susto y el esfuerzo, aquel muchacho lucia bastante “bien”. Y suponía que su compañero debía de estar cerca, por lo que siguió tallando tranquilamente mientras escuchaba el resto de la historia… hasta que escucho aquello:
—… y nos encontramos con… un cuerpo de una persona en medio de la nieve…
—¿¡Que?! —Dio un respigo y de su informe talla arranco, completamente sin querer, un enorme trozo que arruino aquello que pudiese llegar a ser.
El resto de las palabras de Keisuke se convirtieron en un susurro incomprensible en sus oídos. Se levantó con prisa, nervioso, y comenzó a caminar hacia la parte trasera de la caballeriza. Realmente esperaba que no se tratase de un turista, y que si llegaba a hacerlo, fuera uno muy antiguo, de un tiempo anterior a aquel en que él tomara el puesto de encargado. Pero sabía que no podía guardar muchas esperanzas, pues resultaba casi impensable que un nativo fuese tan mentecato como para abandonar el pueblo y morir en una tormenta. Lo único que le restaba en su interior era el esperar que se tratase de una momia helada, de un objeto casi arqueológico. Aquello era lo que más deseaba: le había costado bastante encontrar acomodo en aquel pueblo después de que, huyendo de grandes deudas y peligrosos cobradores, abandonara su tierra natal. Aquel trabajo era lo único que tenía y lo único que le agradaba; estaba muy bien pagado y tenía pocas dificultades… y ahora todo estaba en riesgo.
—Maldición —gimió con pesar en cuanto llego hasta donde estaba el peliblanco—. Eso parece un muerto muy reciente.
Se froto el rostro con las manos enguantadas y se acomodó el parche, tratando de pensar en la mejor forma de proceder. Aquella parecía una muerta muy fresca, quizás demasiado fresca… Con aquello, se le ocurrió algo que rápidamente se convirtió en palabras:
—Esperen, ¿se aseguraron de que realmente estuviese muerta? —pregunto mostrando, con el brillo amarillento de su único ojo, un exagerado grado de esperanza e ilusión.