30/09/2017, 20:52
—En fin, intentemos llevarnos bien, ¿le parece? —aquello era como decir que su comida era una mierda y luego pedirle que le cocinara otro plato. Era ilógico, bastante; que le soltara aquel discurso y esperase que un orgulloso hombre de sociedad como él no dijera nada, o sucumbiese a los mandamientos de un crío que a pesar de su agudeza, no dejaba de ser eso: un pequeñajo—. Yo solo he venido hasta aquí para solucionar su problema, y mi única intención es ayudarlo, así que por favor, ¿Podría explicarme con sus palabras lo que ha sucedido y así empezamos con la investigación?
—Jo-der. Sabía que aquí se toma muy en serio lo de adiestrar a los chiquillos desde temprana edad, pero parece que los han convertido en un puñado de pardillos con los humos bien subidos a la cabeza. Vamos a ver, chimenea andante, si eres tan bueno como te crees. Tendrás que resolver ésta mierda tú sólo. Bueno, tú y tu jodida mascota.
Entonces abrió la puerta de vidrio, y dejó que el genin se adentrara a su santuario de comida. Al mágico Sabores de Tormenta.
Reiji se encontraría con un espacioso local de aproximadamente unos cincuenta metros cuadrados sólo en el área para los comensales. Los primeros pasos le llevaron a través de un umbral de recepción donde habían dos podios, con menúes sobre ellos y una pequeña sala de espera. Al pasar ambos podios, ya se entraba de lleno al living en donde tras un rápido bosquejo, el muchacho podría contar alrededor de unas 30 mesas de cuatro, y dos sillas. El área lucía ligeramente desorganizada, con algunos manteles en el suelo y un buen puñado de copas partidas por el supuesto tumulto de robo. Aunque a primera vista daba la impresión de que aquello estaba así no por las prisas, sino que fue algo premeditado.
Al final de todo, había una puerta negra amplia que evidentemente daba hasta la cocina. Pero llegar hasta allá significaba tener que pasar por encima de las primeras evidencias, si se le podían llamar así.
—¿Y bien? —preguntó, irónico; como si con aquello tuviera que ser suficiente para que Karasukage Reiji resolviera el meollo del robo.
—Jo-der. Sabía que aquí se toma muy en serio lo de adiestrar a los chiquillos desde temprana edad, pero parece que los han convertido en un puñado de pardillos con los humos bien subidos a la cabeza. Vamos a ver, chimenea andante, si eres tan bueno como te crees. Tendrás que resolver ésta mierda tú sólo. Bueno, tú y tu jodida mascota.
Entonces abrió la puerta de vidrio, y dejó que el genin se adentrara a su santuario de comida. Al mágico Sabores de Tormenta.
Reiji se encontraría con un espacioso local de aproximadamente unos cincuenta metros cuadrados sólo en el área para los comensales. Los primeros pasos le llevaron a través de un umbral de recepción donde habían dos podios, con menúes sobre ellos y una pequeña sala de espera. Al pasar ambos podios, ya se entraba de lleno al living en donde tras un rápido bosquejo, el muchacho podría contar alrededor de unas 30 mesas de cuatro, y dos sillas. El área lucía ligeramente desorganizada, con algunos manteles en el suelo y un buen puñado de copas partidas por el supuesto tumulto de robo. Aunque a primera vista daba la impresión de que aquello estaba así no por las prisas, sino que fue algo premeditado.
Al final de todo, había una puerta negra amplia que evidentemente daba hasta la cocina. Pero llegar hasta allá significaba tener que pasar por encima de las primeras evidencias, si se le podían llamar así.
—¿Y bien? —preguntó, irónico; como si con aquello tuviera que ser suficiente para que Karasukage Reiji resolviera el meollo del robo.