1/10/2017, 10:55
—¿Quién? ¿el paraguas, o yo?
—Obviamente tú, claro, los paraguas no pueden hablar. — Le dije amablemente al tipo al que aun ni había mirado.
Pero obviamente le preguntaba a mi paraguas de edición extra limitada de los AmeRangers. Quien quiera que fuese el dueño de la voz al que le estaba respondiendo no me interesaba en lo más mínimo. No al menos de momento, hasta que me asegurara que mi paraguas estuviera perfecto.
—No sabes lo que me alegro de que estés bien, me hubiera sentido realmente mal si te llega a pasar algo.
Otra vez, era difícil discernir a quien de los dos le hablaba. Lo estaba haciendo con el paraguas claro, pero mi intención era que pareciese que me estaba disculpando con aquella voz.
Una vez terminé de comprobar que mi amado utensilio para cubrirme de la lluvia estaba en perfecto estado, lo cerré. Ya me daba igual el libro, lo había perdido hacía rato, tal vez incluso se había hundido en el fondo del mar. Comida para peces.
Y hablando de peces, me fije por fin en la otra persona que se encontraba sobre la plataforma. No pude ocultar mi cara de sorpresa, pese a que había oído rumores de un hombre tiburón, jamás en mi corta vida me había cruzado con él. No hasta aquel día.
—¿Qué eres? —Pregunté. No con desdén, no en tono de burla, tampoco con miedo. Era curiosidad. Curiosidad científica. Mi yo que quería aprender y aprender salió a la superficie para observarlo de arriba abajo.
—Obviamente tú, claro, los paraguas no pueden hablar. — Le dije amablemente al tipo al que aun ni había mirado.
Pero obviamente le preguntaba a mi paraguas de edición extra limitada de los AmeRangers. Quien quiera que fuese el dueño de la voz al que le estaba respondiendo no me interesaba en lo más mínimo. No al menos de momento, hasta que me asegurara que mi paraguas estuviera perfecto.
—No sabes lo que me alegro de que estés bien, me hubiera sentido realmente mal si te llega a pasar algo.
Otra vez, era difícil discernir a quien de los dos le hablaba. Lo estaba haciendo con el paraguas claro, pero mi intención era que pareciese que me estaba disculpando con aquella voz.
Una vez terminé de comprobar que mi amado utensilio para cubrirme de la lluvia estaba en perfecto estado, lo cerré. Ya me daba igual el libro, lo había perdido hacía rato, tal vez incluso se había hundido en el fondo del mar. Comida para peces.
Y hablando de peces, me fije por fin en la otra persona que se encontraba sobre la plataforma. No pude ocultar mi cara de sorpresa, pese a que había oído rumores de un hombre tiburón, jamás en mi corta vida me había cruzado con él. No hasta aquel día.
—¿Qué eres? —Pregunté. No con desdén, no en tono de burla, tampoco con miedo. Era curiosidad. Curiosidad científica. Mi yo que quería aprender y aprender salió a la superficie para observarlo de arriba abajo.
