1/10/2017, 15:02
—No se preocupe, soy una tumba, encontraremos su receta ¿alguien aparte de usted y yo sabe que lo que le han robado? ¿Mirogata lo sabe? ¿El conoce la receta?
—Sí, coño, sí. Claro que lo sabe. Es mi sous chef, tiene que saber cocinar todo los platos; que yo sólo por lo general no me doy abasto con tanto comensal que entra por estas puertas.
—¿Le importa acompañarme a su despacho? Me gustaría ver el lugar donde yacía lo que le han robado. Esto ya lo he visto y memorizado, así que podemos continuar. También quiero hablar con su ayudante, pero primero el despacho, por favor.
Yogaru asintió a regañadientes, como si le costase creer que en apenas un minuto de conversación, aquel pardillo realmente hubiese logrado memorizar todos los detalles que se escondían a lo largo y ancho de la alborotada sala de comensales. Pero el orgulloso chef ya sabía el resultado de llevarle la contraria a los críos de hoy en día, y desde luego que así no iba a conseguir una mierda. No al menos una mierda que le beneficiara tampoco. Así que se resintió de decir nada y comenzó a caminar a través del salón, esperando que el muchacho le siguiera.
Al cruzar las puertas que daban hacia la cocina, Reiji vería de nuevo una imagen similar. Más que todo, ingredientes regados por las hornillas y alguna que otra nevera abierta. Nada demasiado esclarecedor. Era una cocina lujosa, con cualquier tipo de artilugios y utensilios de cocina de la nueva era moderna.
Al final de todo, otra puerta. Yogaru la abrió y dejó que el genin tomase el primer vistazo, encontrándose de lleno con Mirogata sentado a uno de los costados.
Mirogata era un tipo bastante alto, le sacaría quizás una media al renacuajo de Reiji. Pero a diferencia de Yogaru, él era tan flaco como esquelético, sin demasiada gracia en el cuerpo. De extremidades larguiruchas y un rostro compacto de nariz respingada y larga, con un bigote de candado envolviéndole los labios y la barbilla.
El despacho, no obstante, yacía intacto. Pulcro y ordenado, salvo por una gaveta abierta. Curiosamente, la gaveta que quizás contenía aquello que fue robado, lo que daba la sensación de que...
—Mirogata, éste es el genin que nos han enviado para que resolviera ésta mierda. Reiji, él es Mirogata, mi sou... ¡bah! presentaos vosotros.
Se tumbó sobre el sofá, y cerró los ojos por un momento. Por primera vez, quizás, en tres días.
El pajarraco voló a comando de las órdenes de su señor, surcando los cielos lúgubres de Amegakure y peinando la zona aledaña al restaurante, como si de un ave carroñera cualquiera se tratase. Pero a pesar de que su mente pudiera estar más centrada en tener que volver a casa para saber el desenlace final de su telenovela favorita, era innegable que en ese tipo de animales, el instinto parecía activarse por sí sólo, y sus sentidos extraordinarios también.
Yoru podría no ser el cuervo más inteligente, ni mucho menos, pero vio algo extraño. O sino extraño, que le llamó la atención.
Y es que entre la muchedumbre concentrada a las afueras del local, destacaba un tipo por sobre todos. Iba más cubierto, y actuaba más sospechoso que el resto, o tal vez era sólo la imaginación de un ave fanática de los dramas juveniles y maritales de la televisión. De cualquier forma, desde ahí arriba no podía diferenciar nada, ni su rostro o algo que pudiera identificarlo.
—Sí, coño, sí. Claro que lo sabe. Es mi sous chef, tiene que saber cocinar todo los platos; que yo sólo por lo general no me doy abasto con tanto comensal que entra por estas puertas.
—¿Le importa acompañarme a su despacho? Me gustaría ver el lugar donde yacía lo que le han robado. Esto ya lo he visto y memorizado, así que podemos continuar. También quiero hablar con su ayudante, pero primero el despacho, por favor.
Yogaru asintió a regañadientes, como si le costase creer que en apenas un minuto de conversación, aquel pardillo realmente hubiese logrado memorizar todos los detalles que se escondían a lo largo y ancho de la alborotada sala de comensales. Pero el orgulloso chef ya sabía el resultado de llevarle la contraria a los críos de hoy en día, y desde luego que así no iba a conseguir una mierda. No al menos una mierda que le beneficiara tampoco. Así que se resintió de decir nada y comenzó a caminar a través del salón, esperando que el muchacho le siguiera.
Al cruzar las puertas que daban hacia la cocina, Reiji vería de nuevo una imagen similar. Más que todo, ingredientes regados por las hornillas y alguna que otra nevera abierta. Nada demasiado esclarecedor. Era una cocina lujosa, con cualquier tipo de artilugios y utensilios de cocina de la nueva era moderna.
Al final de todo, otra puerta. Yogaru la abrió y dejó que el genin tomase el primer vistazo, encontrándose de lleno con Mirogata sentado a uno de los costados.
Mirogata era un tipo bastante alto, le sacaría quizás una media al renacuajo de Reiji. Pero a diferencia de Yogaru, él era tan flaco como esquelético, sin demasiada gracia en el cuerpo. De extremidades larguiruchas y un rostro compacto de nariz respingada y larga, con un bigote de candado envolviéndole los labios y la barbilla.
El despacho, no obstante, yacía intacto. Pulcro y ordenado, salvo por una gaveta abierta. Curiosamente, la gaveta que quizás contenía aquello que fue robado, lo que daba la sensación de que...
—Mirogata, éste es el genin que nos han enviado para que resolviera ésta mierda. Reiji, él es Mirogata, mi sou... ¡bah! presentaos vosotros.
Se tumbó sobre el sofá, y cerró los ojos por un momento. Por primera vez, quizás, en tres días.
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El pajarraco voló a comando de las órdenes de su señor, surcando los cielos lúgubres de Amegakure y peinando la zona aledaña al restaurante, como si de un ave carroñera cualquiera se tratase. Pero a pesar de que su mente pudiera estar más centrada en tener que volver a casa para saber el desenlace final de su telenovela favorita, era innegable que en ese tipo de animales, el instinto parecía activarse por sí sólo, y sus sentidos extraordinarios también.
Yoru podría no ser el cuervo más inteligente, ni mucho menos, pero vio algo extraño. O sino extraño, que le llamó la atención.
Y es que entre la muchedumbre concentrada a las afueras del local, destacaba un tipo por sobre todos. Iba más cubierto, y actuaba más sospechoso que el resto, o tal vez era sólo la imaginación de un ave fanática de los dramas juveniles y maritales de la televisión. De cualquier forma, desde ahí arriba no podía diferenciar nada, ni su rostro o algo que pudiera identificarlo.