2/10/2017, 17:06
La puerta de madera crujió al abrirse cuando un muchacho pelirrojo y de ojos castaños ingresó al local. La planta de abajo del hostal estaba compuesta por un pequeño recibidor con un mostrador y el libro de cuentas donde se anotaban las habitaciones y los huéspedes de cada noche. Luego, a la derecha, la estancia se abría para dar paso al comedor que también hacía las funciones de taberna. Era un lugar pequeño y no demasiado vistoso, con algunas mesas de madera muy vieja y sillas del mismo estilo, un par de lámparas colgadas del techo y una chimenea que a aquellas horas de la noche ya crepitaba con el arder de la leña.
Desde su posición de observador discreto Akame examinó al recién llegado. Aparte de él y el propio Uchiha había apenas cuatro personas más en la taberna; dos parroquianos que bebían junto a la barra, un solitario muchacho de pelo verde en una esquina —visiblemente nervioso—, y el tabernero. Éste último era un tipo grande y curtido, con barba cerrada y bigote del mismo color negro que su pelo recogido en un moño.
Ante la pregunta del chico pelirrojo, el tabernero se limitó a asentir con gravedad y desaparecer por una puerta corredera que había tras la barra, junto a una estantería. Volvió un momento después con un vaso de madera lleno de té verde.
Justo en ese momento el reloj marcó las once de la noche.
El tabernero le largó una mirada cargada de desagrado y, sin mediar palabra, se dio la vuelta y volvió a desaparecer por la puerta tras la barra.
Los parroquianos apuraron en silencio sus bebidas, se miraron un momento, y se levantaron para luego abandonar el local.
Sólo quedaron el Uchiha, el muchacho pelirrojo con su vasto de té y el de pelo verde sentado en una esquina. La puerta del hostal crujió otra vez al abrirse, y por ella ingresó una figura alta y delgada, completamente cubierta por una capa de viaje negra. Era difícil intuir las facciones de su rostro porque llevaba la capucha calada hasta la nariz, así como era imposible distinguir las ropas que llevaba bajo la capa.
El recién llegado tomó asiento en una de las mesas del local y cruzó las manos con gesto visiblemente nervioso.
—Buenas noches, caballeros —saludó, y su voz tembló ligeramente—. Antes de nada, tomen asiento, por favor. ¿Han tenido un buen viaje?
El extraño extendió una de sus manos para señalar las tres sillas que había dispuestas al otro lado de la mesa, frente a él. Akame obedeció, cambiando un asiento por otro, y luego esperó a que los otros muchachos hicieran lo propio. Los observó con interés —dado que probablemente serían ninjas como él— y, al no reconocer sus caras, concluyó que debían ser de Ame o Kusa.
«Esto es jodidamente raro...»
—Podría decirse que sí. Me gusta el Otoño aquí —respondió el Uchiha, lacónico.
Desde su posición de observador discreto Akame examinó al recién llegado. Aparte de él y el propio Uchiha había apenas cuatro personas más en la taberna; dos parroquianos que bebían junto a la barra, un solitario muchacho de pelo verde en una esquina —visiblemente nervioso—, y el tabernero. Éste último era un tipo grande y curtido, con barba cerrada y bigote del mismo color negro que su pelo recogido en un moño.
Ante la pregunta del chico pelirrojo, el tabernero se limitó a asentir con gravedad y desaparecer por una puerta corredera que había tras la barra, junto a una estantería. Volvió un momento después con un vaso de madera lleno de té verde.
Justo en ese momento el reloj marcó las once de la noche.
El tabernero le largó una mirada cargada de desagrado y, sin mediar palabra, se dio la vuelta y volvió a desaparecer por la puerta tras la barra.
Los parroquianos apuraron en silencio sus bebidas, se miraron un momento, y se levantaron para luego abandonar el local.
Sólo quedaron el Uchiha, el muchacho pelirrojo con su vasto de té y el de pelo verde sentado en una esquina. La puerta del hostal crujió otra vez al abrirse, y por ella ingresó una figura alta y delgada, completamente cubierta por una capa de viaje negra. Era difícil intuir las facciones de su rostro porque llevaba la capucha calada hasta la nariz, así como era imposible distinguir las ropas que llevaba bajo la capa.
El recién llegado tomó asiento en una de las mesas del local y cruzó las manos con gesto visiblemente nervioso.
—Buenas noches, caballeros —saludó, y su voz tembló ligeramente—. Antes de nada, tomen asiento, por favor. ¿Han tenido un buen viaje?
El extraño extendió una de sus manos para señalar las tres sillas que había dispuestas al otro lado de la mesa, frente a él. Akame obedeció, cambiando un asiento por otro, y luego esperó a que los otros muchachos hicieran lo propio. Los observó con interés —dado que probablemente serían ninjas como él— y, al no reconocer sus caras, concluyó que debían ser de Ame o Kusa.
«Esto es jodidamente raro...»
—Podría decirse que sí. Me gusta el Otoño aquí —respondió el Uchiha, lacónico.