2/10/2017, 19:48
Aquel jorobado hombre vio como Keisuke se acercaba al cadáver y presionaba su carótida en busca de un pulso que parecía creer inexistente. No pudo evitar suspirar ante lo poco adecuado que resultaba una prueba como aquella, pues sabía que en estados cercanos al congelamientos el corazón podía latir tan lenta y débilmente que resultaba imposible el discernir si aún funcionaba o no.
—Déjenme ver —pidió, acercándose con cautela al frio cuerpo.
Le reviso concienzudamente, pese a lo rígido que se mostraba. Su rostro hacia pequeñas y efímeras expresiones, como leves intervalos en una gran calma y paciencia. Sin embargo, aquello resultaba una máscara con lo cual ocultaba —más de sí mismo que de los demás— el miedo que tenia de ser él quien descubriese que su búsqueda de vida era en vano. Tampoco encontró pulso, pero aun continuo, sabiendo que el frio podía hacer que la muerte luciese extraña, hasta el punto de confundirla con otra cosa o estado del ser. Finalmente, y como prueba definitiva e irrefutable, tomo su navaja y descubrió la pálida piel de aquella figura femenina. Los jóvenes pudieron ver como primero hacia un corte en el antebrazo y como de él no manaba nada… Aquello hubiese bastado para asegurar una muerte a ojos de la mayoría, pero no al único y amarillento orbe de aquel hombre que necesitaba proteger su trabajo. Decidió realizar un corte más, justo por encima de una de las costillas... No paso mucho tiempo antes de que una sangre roja y cálida comenzase a escurrirse lentamente por la herida.
—¡No me lo creo! Esto no se ve todos los días.
—Espere, ¿es que eso significa que está viva? —pregunto el peliblanco, un tanto confuso.
—…Más o menos, por ahora… —respondió con rostro preocupado—. De todas formas no hay tiempo para preguntas; no sé si aún tiene posibilidades de salvarse, pero tengo que hacer todo lo que este a mi alcance.
»Tú, peliblanco, ayúdame a llevarla adentro y a preparar un buen fogón. Y tú, pelirrojo, busca al veterinario que debe estar descansando en el cobertizo de la parte trasera.
—Déjenme ver —pidió, acercándose con cautela al frio cuerpo.
Le reviso concienzudamente, pese a lo rígido que se mostraba. Su rostro hacia pequeñas y efímeras expresiones, como leves intervalos en una gran calma y paciencia. Sin embargo, aquello resultaba una máscara con lo cual ocultaba —más de sí mismo que de los demás— el miedo que tenia de ser él quien descubriese que su búsqueda de vida era en vano. Tampoco encontró pulso, pero aun continuo, sabiendo que el frio podía hacer que la muerte luciese extraña, hasta el punto de confundirla con otra cosa o estado del ser. Finalmente, y como prueba definitiva e irrefutable, tomo su navaja y descubrió la pálida piel de aquella figura femenina. Los jóvenes pudieron ver como primero hacia un corte en el antebrazo y como de él no manaba nada… Aquello hubiese bastado para asegurar una muerte a ojos de la mayoría, pero no al único y amarillento orbe de aquel hombre que necesitaba proteger su trabajo. Decidió realizar un corte más, justo por encima de una de las costillas... No paso mucho tiempo antes de que una sangre roja y cálida comenzase a escurrirse lentamente por la herida.
—¡No me lo creo! Esto no se ve todos los días.
—Espere, ¿es que eso significa que está viva? —pregunto el peliblanco, un tanto confuso.
—…Más o menos, por ahora… —respondió con rostro preocupado—. De todas formas no hay tiempo para preguntas; no sé si aún tiene posibilidades de salvarse, pero tengo que hacer todo lo que este a mi alcance.
»Tú, peliblanco, ayúdame a llevarla adentro y a preparar un buen fogón. Y tú, pelirrojo, busca al veterinario que debe estar descansando en el cobertizo de la parte trasera.