3/10/2017, 14:16
Y llegamos a la puerta de la villa. Me arrodillé ahí mismo y empece a besar el suelo. Pero solo piquitos, que tampoco es que me enloqueciese.
— ¡Hemos vuelto a casa! ¡Por fin! — me levanté tan de golpe como me había tirado al suelo y me acerqué a un hombre que pasaba por ahí. — Perdone, ¿en qué año estamos?
— El 217...— la mirada del señor se desvió a mi cuello, el muy marrano. — ¿Y tú eres un shinobi?
Le ignoré y él siguió su camino pensando que estaba loco. Cogí a Stuffy que estaba oliendo una caca que acababa de depositar él mismo y lo zarandeé.
— 217, Stuffy. ¿En qué año nos fuimos? — ladrido, ladrido, gruñido. — Pues si no lo sabes tú que para eso te pago ya me contaras. Así jamás sabremos si hemos atravesado algún agujero de gusano.
Volví a coger la enorme bolsa que había dejado en el suelo al besarlo y me puse en marcha. Stuffy arañó el suelo con las patas traseras enterrando levemente su cagada, aunque eso solo servía para que se viera menos y la gente la pisase sin darse cuenta de lo que pisaban, lo cual era maldad en estado puro.
— Yo de ti controlaría el esfinter, no sabemos si han aceptado una ley para colgar a los perros que se cagan en medio de la calle en nuestra ausencia.
Contestó algo en perruno, pero un olor había cruzado mis fosas nasales, un olor conocido de una persona conocida. Despues de tantos meses de olores a comida y a perro mojado mis pies se movieron solos para acercarse a ese olor conocido y agradable, sobretodo agradable. Esquivaba a la gente al mismo tiempo que avanzaba a toda velocidad hacia la joven kunoichi en cuestión.
En breves me planté ante ella y la estreché entre mis brazos aspirando profundamente por la nariz, despues la solté dejandola libre de nuevo y exhalé lentamente. Ahora estaba mucho más tranquilo, sin embargo, Eri igual estaba algo más tensa, porque digamos que no estaba en condiciones optimas para dar ni recibir ningún tipo de acercamiento a otro ser humano. Los pantalones habían aguantado honorablemente y apenas tenían mella, pero la camiseta era otra historia. Estaba la mitad raida y el olor, un olor a mapache recien frito si en vez de aceite para freirlo se hubiese usado orina de perro. Y no es que sepa a que huele eso ni nada... No...
— ¡Eri-chan! ¿Qué tal? ¿Qué te cuentas?
— ¡Hemos vuelto a casa! ¡Por fin! — me levanté tan de golpe como me había tirado al suelo y me acerqué a un hombre que pasaba por ahí. — Perdone, ¿en qué año estamos?
— El 217...— la mirada del señor se desvió a mi cuello, el muy marrano. — ¿Y tú eres un shinobi?
Le ignoré y él siguió su camino pensando que estaba loco. Cogí a Stuffy que estaba oliendo una caca que acababa de depositar él mismo y lo zarandeé.
— 217, Stuffy. ¿En qué año nos fuimos? — ladrido, ladrido, gruñido. — Pues si no lo sabes tú que para eso te pago ya me contaras. Así jamás sabremos si hemos atravesado algún agujero de gusano.
Volví a coger la enorme bolsa que había dejado en el suelo al besarlo y me puse en marcha. Stuffy arañó el suelo con las patas traseras enterrando levemente su cagada, aunque eso solo servía para que se viera menos y la gente la pisase sin darse cuenta de lo que pisaban, lo cual era maldad en estado puro.
— Yo de ti controlaría el esfinter, no sabemos si han aceptado una ley para colgar a los perros que se cagan en medio de la calle en nuestra ausencia.
Contestó algo en perruno, pero un olor había cruzado mis fosas nasales, un olor conocido de una persona conocida. Despues de tantos meses de olores a comida y a perro mojado mis pies se movieron solos para acercarse a ese olor conocido y agradable, sobretodo agradable. Esquivaba a la gente al mismo tiempo que avanzaba a toda velocidad hacia la joven kunoichi en cuestión.
En breves me planté ante ella y la estreché entre mis brazos aspirando profundamente por la nariz, despues la solté dejandola libre de nuevo y exhalé lentamente. Ahora estaba mucho más tranquilo, sin embargo, Eri igual estaba algo más tensa, porque digamos que no estaba en condiciones optimas para dar ni recibir ningún tipo de acercamiento a otro ser humano. Los pantalones habían aguantado honorablemente y apenas tenían mella, pero la camiseta era otra historia. Estaba la mitad raida y el olor, un olor a mapache recien frito si en vez de aceite para freirlo se hubiese usado orina de perro. Y no es que sepa a que huele eso ni nada... No...
— ¡Eri-chan! ¿Qué tal? ¿Qué te cuentas?
—Nabi—
![[Imagen: 23uv4XH.gif]](https://i.imgur.com/23uv4XH.gif)