3/10/2017, 15:05
Los tres se pusieron rápidamente en marcha, siguiendo el ritmo que marcaban los caballos que tiraban del carro de Shin-Fu, adentrándose de lleno en las Planicies del Silencio, lugar al que los tres viajeros respetaron pues prácticamente no intercambiaron palabra durante el trayecto. Riko se vio a sí mismo frenando los impulsos de empezar a hablar en un par de ocasiones, rascándose la nuca en el proceso.
— Chicos, si no os importa, paramos a comer ya.
El mercader fue el que decidió romper aquel silencio, proponiendo parar a comer en un lugar en el que, de seguro, muchos antes que ellos habían parado a descansar después de un largo viaje.
Entonces el barbudo les ofreció de su comida en caso de que no hubieran traído ellos la suficiente pero, como buen shinobi, Riko había llevado sus propias provisiones, para bastantes días, todas selladas a lo largo de sus brazos, para que así no le impidieran la marcha ni le cansara llevarlas.
— Sí, no se preocupe Fu-san, yo traigo mi propia comida, aunque esas bolas de arroz tienen muy buena pinta. — Y acto seguido de su brazo derecho hizo aparecer un recipiente que contenía una ensalada bastante completa y de un tamaño considerable, lo suficiente como para ser una comida válida para aguantar el resto del viaje hasta que volvieran a parar y unos cubiertos.
El peliblanco se sentó entonces en el suelo, con las piernas cruzadas, como si estuviera meditando, colocando su ensalada entre las piernas, listo para comer.
— ¡Que aproveche! — Exclamó tras una sonora palmada.
— Chicos, si no os importa, paramos a comer ya.
El mercader fue el que decidió romper aquel silencio, proponiendo parar a comer en un lugar en el que, de seguro, muchos antes que ellos habían parado a descansar después de un largo viaje.
Entonces el barbudo les ofreció de su comida en caso de que no hubieran traído ellos la suficiente pero, como buen shinobi, Riko había llevado sus propias provisiones, para bastantes días, todas selladas a lo largo de sus brazos, para que así no le impidieran la marcha ni le cansara llevarlas.
— Sí, no se preocupe Fu-san, yo traigo mi propia comida, aunque esas bolas de arroz tienen muy buena pinta. — Y acto seguido de su brazo derecho hizo aparecer un recipiente que contenía una ensalada bastante completa y de un tamaño considerable, lo suficiente como para ser una comida válida para aguantar el resto del viaje hasta que volvieran a parar y unos cubiertos.
El peliblanco se sentó entonces en el suelo, con las piernas cruzadas, como si estuviera meditando, colocando su ensalada entre las piernas, listo para comer.
— ¡Que aproveche! — Exclamó tras una sonora palmada.
~ Narro ~ Hablo ~ «Pienso»